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—Entonces aceptaron –sonrió Duncan, sentado en un mueble del lujoso pent-house donde vivía Edmund Haggerty. Alrededor, mucha gente sostenía sus copas de vino o un pequeño plato lleno con comida del buffet que se hallaba al fondo de la sala. Era otra de las populares fiestas de Edmund Haggerty. A lo mejor estaba buscando su quinta esposa.

—Ah. Aunque no fue fácil, hubo que usar la artillería pesada.

—¿Ah, sí? ¿Cuál?

—Allegra.

Al oír el nombre, Duncan hizo un gesto involuntario con su boca, como si algo con gusto amargo se hubiese colado por entre sus labios.

—¿No me vas a preguntar cómo está?

—Si me interesara ya lo habría hecho –Haggerty se

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