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¿Cuántas horas habían pasado? Se preguntó Duncan. ¿Diez? ¿Veinte?

Todo seguía obscuro. Sólo alguien abría de vez en cuando una puerta metálica a su derecha y le dejaba al alcance un plato de comida, que quién sabe cómo iba a comer, pues tenía las manos esposadas a la espalda. Tal vez esperaban que se precipitara sobre el plato como un perro, pero hasta ahora no les había dado el gusto.

Llegaría el momento en que estuviera famélico y perdiera la dignidad, pero mientras tanto, iba a luchar.

Nadie había venido a explicarle por qué estaba allí. Nadie había venido para decirle que habían pedido rescate por él a su familia, o que pretendían que modificara

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