28

La puerta metálica se abrió, y Duncan movió levemente la cabeza huyendo de la luz. Sus ojos se habían acostumbrado a la obscuridad.

—¿Lo has entendido ahora?

Al escuchar la voz se tensó. Luego se echó a reír, sin humor.

—Tú, maldito anciano.

Haggerty dio unos pasos avanzando hacia el que en el pasado fue su pupilo. Duncan seguía en la misma posición: de rodillas, con la espalda doblada hacia el frente y la cabeza apoyada en el suelo.

—No podía ser de otro modo. Dime, ¿me habrías escuchado si te digo que Allegra nunca te engañó? ¿Que fue tan víctima como tú? ¿

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