Despertó y se quedó quieta, tal como había aprendido que había que hacer en esos casos. Pero luego se desesperanzó al recordar que todos esos cursos de defensa personal los había recibido junto con el que ahora era su secuestrador.
De todos modos, intentó no mover un musculo y que su respiración no la delatara. Entreabrió los ojos y se encontró sentada, con las muñecas atadas con cinta y la boca sellada. En derredor no había nada, ni un mueble, sólo suciedad.
Cuánto tiempo había estado inconsciente? Una hora? Dos? Sentía que aún llevaba su reloj en la muñeca, pero le era imposible mirarlo para saber cuánto tiempo había pasado desde que fueron atacados en el coche.
El cab
Duncan estaba a punto de enloquecer.En la mañana no había podido contestar la llamada de Allegra por culpa de su montaña de trabajo, el teléfono móvil timbró y timbró, y cuando al fin pudo contestar, ella había colgado. Le devolvió la llamada tan pronto como le fue posible, pero luego fue ella la que no le contestó.Llamó a la mansión para hablar entonces con Edna, y ésta muy tranquilamente le dijo que había salido a su cita con el médico. Luego intentó contactar a Boinet, pero tampoco le fue posible, así que se preparó para acudir a la cita con Worrell, de todos modos, aunque con un mal presentimiento, pues sólo una vez en el pasado ella había estado tan incomunicada, y no quería ni recordar todo lo que
—¿Qué es todo esto? ¡Por Dios! ¿Trabajo para una familia o para un circo? –Exclamó Edna, mirando hacia el jardín.Dos niños idénticos, de cabellos oscuros y ojos azules, con apenas veintidós meses de edad cada uno, correteaban de un lado a otro mientras un par de adolescentes idénticos, de unos trece años, los perseguían con la manguera de agua abierta y rociándolos.—¡Paul! Kevin! ¡Dejen de hacer eso! ¡Jesucristo! Tenía a esos dos diablillos listos para la visita del abuelo Haggerty ¡y miren lo que hicieron!—Haz que ellos mismos los vistan de nuevo –le aconsejó Nicholas, tirado en una tumbona con lentes de sol y una revista en las manos, ignorando la
INTRODUCCIÓNAsí como estaba, no parecía Allegra Whitehurst, la gran heredera de la Automotriz Chrystal.Así parecía, más bien, una transeúnte más.Lágrimas negras recorrían sus pálidas mejillas, y su boca iba torcida en un rictus amargo, de quien no puede contener un sollozo más.Y no pudo. Sin mirar atentamente dónde se sentaba, dejó que sus lágrimas corrieran, y los sollozos se escaparan. ¿Qué importaba la gente que miraba? Ninguno de ellos la conocía, había seguido el consejo de sus padres de ser más bien anónima ante el mundo y no atraer la atención sobre sí misma ni sobre su for
—Esa cara me dice que hoy tampoco hubo suerte— Dijo Kathleen Richman mirando a su hijo llegar y quitarse el impermeable para dejarlo sobre un gancho al lado de la puerta. Duncan la miró como disculpándose. Debajo del impermeable, llevaba un traje con corbata. Era la enésima entrevista de trabajo a la que iba, y la enésima en la que le decían: “Ya lo llamaremos”. —Creo que causé una buena impresión al jefe de área. Incluso llegamos a bromear de las constantes lluvias esta semana. —Ajá –Dijo Kathleen con tranquilidad, intentando no llevarle la contraria para no desanimarlo más de lo que él ya estaba, aunque intentaba disimularlo— Ven aquí, siéntate, ya te caliento tu sopa.
—Cuántos currículums. Ayer apenas si pude hacer un par de entrevistas –dijo Allegra, mirando las más de diez carpetas con la información de muchos hombres solteros apiladas sobre el escritorio de madera. Edna no la miró fijamente. Aquellas carpetas las había hurtado en complicidad con una secretaria del departamento de personal de la Automotriz Chrystal. Pero aquello era probablemente un delito federal y moriría en el infierno si Allegra se daba cuenta. —Sí, quizá tengas más suerte esta vez. Había sido su nana desde que había nacido; En aquella época Edna tenía 14 años, pero los Whitehurst acudían a ella cuando la niña hacía sus berrinches tan graves que ni la señora ni el señor podían controlarla. Cuand
Unas puertas dobles se abrieron y antes de entrar, Edna lo hizo inclinarse para que ella pudiera susurrarle algo al oído:—Quédese quieto aquí, mi jefa vendrá a usted. Haga todo lo que ella le diga, y si no sabe usar los tenedores, por favor, sólo mire a los demás, no es tan difícil.Extrañado ante esas recomendaciones, la miró ceñudo otra vez, pero Edna desapareció tras las puertas dobles. Se hizo consciente entonces de la música de cámara, de la cháchara de los presentes y que todos, exactamente todos, iban vestidos con ropas que en alguna ocasión debieron lucir modelos en alguna pasarela de Milán.El salón estaba ricamente panelado de arriba abajo, y en
Duncan encontró a su madre sentada en el sofá, frente al televisor encendido con volumen bajo, y dormida.—Eres una pena de mujer –susurró sonriendo, y se inclinó a ella para alzarla en brazos y llevarla hasta la cama.—Te vas a herniar, Tim –dijo ella entre sueños.—Lo haría con gusto por mi chica —contestó él, y la vio sonreír, aún dormida.Luego de dejarla en la cama y arropar a los gemelos, entró a la cocina a destapar ollas y cacerolas. Sólo había consumido un trago de su copa de vino y nada más. Moría de hambre.Afortunadamente había
Luego de cerrar la puerta, Duncan dejó escapar el aire. Allegra corrió hacia él. —¿Cómo te fue? ¿Fue muy horrible? ¿Sigues vivo? –él sonrió. —Cómo se ve que lo conoces. —Bueno, ha sido algo así como un padre sustituto. —Sí, algo de eso me dijo. Pero no te preocupes, tengo empleo. —Gracias al cielo –sonrió Allegra. Duncan la miró fijamente. —Tengo el presentimiento de que nos está mirando. —Sí, está asomado a la ventana que da aquí. —Bueno, entonces se hace obligatorio… —Se i