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—¿Qué es todo esto? ¡Por Dios! ¿Trabajo para una familia o para un circo? –Exclamó Edna, mirando hacia el jardín.

Dos niños idénticos, de cabellos oscuros y ojos azules, con apenas veintidós meses de edad cada uno, correteaban de un lado a otro mientras un par de adolescentes idénticos, de unos trece años, los perseguían con la manguera de agua abierta y rociándolos.

—¡Paul! Kevin! ¡Dejen de hacer eso! ¡Jesucristo! Tenía a esos dos diablillos listos para la visita del abuelo Haggerty ¡y miren lo que hicieron!

—Haz que ellos mismos los vistan de nuevo –le aconsejó Nicholas, tirado en una tumbona con lentes de sol y una revista en las manos, ignorando la

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