Así como estaba, no parecía Allegra Whitehurst, la gran heredera de la Automotriz Chrystal.
Así parecía, más bien, una transeúnte más.
Lágrimas negras recorrían sus pálidas mejillas, y su boca iba torcida en un rictus amargo, de quien no puede contener un sollozo más.
Y no pudo. Sin mirar atentamente dónde se sentaba, dejó que sus lágrimas corrieran, y los sollozos se escaparan. ¿Qué importaba la gente que miraba? Ninguno de ellos la conocía, había seguido el consejo de sus padres de ser más bien anónima ante el mundo y no atraer la atención sobre sí misma ni sobre su fortuna para tener a salvo su intimidad.
Su intimidad…
Hacía unos minutos, la parte más íntima de su vida había sido ventilada frente a una fulana a voz en cuello.
Un sollozo más fuerte salió de su garganta cuando en su cabeza resonaron los gritos. Su novio, su novio de toda la vida, el hombre que había amado desde que descubrió que le gustaban los chicos, había sido muy cuidadoso en sacar uno a uno todos sus defectos. No bastó con haberlo hallado teniendo sexo con una espectacular morena de caderas anchas y senos enormes, no. Cuando ella le había preguntado el legendario “¿Por qué?”, él no había sido tímido y le había sacado en cara todos sus defectos.
—¿Por qué? –había exclamado, como si la pregunta fuera simplemente tonta— ¿Por qué? Allegra, ¿hace cuánto tú y yo no tenemos sexo?
—¡Pero no porque yo no quisiera! Te he… ¡Te he invitado a pasar siempre, siempre! ¡Y tú… simplemente te vas!
—¿Y para qué me iba a quedar? ¿Para intentar vanamente de encender tu cuerpo, pasar horas en los preliminares para tener una insulsa respuesta de tu cuerpecito? ¡Tenías que saber que en algún momento me iba a cansar!
Allegra lo había mirado con ojos grandes de sorpresa. Él nunca se había expresado así de ella, ni frente a ella. ¿Era ese hombre Thomas Matheson, su novio desde la adolescencia? El cuerpo sí lo era, era el mismo cabello rubio y rizado de ojos grises, pero no era su mirada… Ahora que lo pensaba, su mirada nunca había sido tan expresiva, ni siquiera en aquellos momentos de los que ahora él hablaba. Ahora tenía el ceño fruncido, enseñaba los dientes y movía las manos en ademanes fuertes, desnudo como Dios, o el diablo, lo trajo al mundo, y usando un tono de voz que ella no le había conocido. La morena despampanante miraba la escena como si de la final de algún deporte popular se tratara; la descarada ni siquiera se había preocupado por cubrirse.
La mano le tembló visiblemente, y echó hacia atrás un mechón de su cabello rubio descolorido, tan rubio que parecía blanco, y corto a la nuca.
—Nunca… nunca me dijiste…
—¿Que eres fría como un témpano de hielo? ¿Que obtengo más respuesta de una muñeca inflable que de ti? ¿Que odio tu cuerpo flacuchento, sin encantos, encima de mí intentando ser sexy, pero que lo único que me produce es risa? –A esas alturas, ya a Allegra le faltaba el aire— ¡Ah, no me abras esos ojotes, princesita! ¿Nunca te diste cuenta? ¿Tan estúpida eres que creíste que tus “¡Ah, ah!; ¡Oh, oh!” eran suficientes para mí?
La bofetada resonó en la habitación. Allegra nunca le había pegado a un hombre, nunca había tenido que hacerlo. Sus oídos siempre habían estado protegidos, nunca nadie en toda su vida le había hablado así.
—Te odio
—¿Qué? –preguntó él poniéndose la mano en la mejilla enrojecida, totalmente sorprendido.
—¡¡TE ODIO!! –gritó Allegra, obteniendo al fin una reacción de la morena, que la miró interesada— Te odio! ¿No solo me has sido infiel, sino que me insultas? ¿Qué clase de hombre eres? ¿Cómo pude decir alguna vez que estuve enamorada de alguien como tú? –No sabía cuánto le duraría su arranque de ira y dignidad, así que caminó a la enorme sala con vista al océano y tomó el bolso rojo que había dejado en un sofá.
—Nunca encontrarás un hombre como yo— vaticinó Thomas—. Nunca un hombre te soportará todo lo que te tuve que soportar yo.
Allegra se giró, con los ojos llenos de lágrimas, pero con un demonio dentro que pedía a gritos salir, matar y despedazar.
—No, no encontraré a uno como tú, lo encontraré mejor, más guapo, más rico, y mucho mejor en la cama—. Thomas soltó una estruendosa carcajada.
—Ah, ¿sí? Dime, ¿preciosa, y cómo va a ser eso? Cuánto tiempo crees que lo vas a mantener interesado en… —la miró de arriba abajo como el carnicero que desaprueba una pierna de cerdo verde— …ti.
—Hombres hay muchos, Thomas Matheson. Y yo, definitivamente me merezco algo mejor que tú—. Dio media vuelta encaminándose al ascensor privado.
—Te doy tres meses para que encuentres a ese dechado de virtudes —Allegra se detuvo sin darse la vuelta—, más guapo, más rico y mejor en la cama. Pero es una apuesta tonta y juego a ganar. Nunca tuviste otro novio aparte de mí, y apenas si aprendiste a besar. De todos modos, en tres meses iré a verte, espero ser presentado cordialmente.
Aunque Allegra no lo veía, Thomas le hizo la venia, como el famoso actor que se despide de su amante público. A esas alturas, ya Allegra no veía claramente a causa de las lágrimas, pero se contuvo de limpiárselas, no fuera que él viera el gesto y supiera que éstas ya corrían libremente por sus mejillas.
Apuró el ascensor y salió sin mirar a nadie del lobby. Salió a la calle y en vez de buscar su auto, lo que hizo fue caminar sin rumbo por las calles.
Imágenes, gritos, tristezas y trozos de un corazón roto se mezclaban ahora. Las astillas debieron haber agujereado el pozo de las lágrimas, porque estas salían sin parar.
La gente, indolente, pasaba y si acaso la miraba. Bendita Detroit y sus millones de habitantes, bendito anonimato.
—Esa cara me dice que hoy tampoco hubo suerte— Dijo Kathleen Richman mirando a su hijo llegar y quitarse el impermeable para dejarlo sobre un gancho al lado de la puerta. Duncan la miró como disculpándose. Debajo del impermeable, llevaba un traje con corbata. Era la enésima entrevista de trabajo a la que iba, y la enésima en la que le decían: “Ya lo llamaremos”. —Creo que causé una buena impresión al jefe de área. Incluso llegamos a bromear de las constantes lluvias esta semana. —Ajá –Dijo Kathleen con tranquilidad, intentando no llevarle la contraria para no desanimarlo más de lo que él ya estaba, aunque intentaba disimularlo— Ven aquí, siéntate, ya te caliento tu sopa.
—Cuántos currículums. Ayer apenas si pude hacer un par de entrevistas –dijo Allegra, mirando las más de diez carpetas con la información de muchos hombres solteros apiladas sobre el escritorio de madera. Edna no la miró fijamente. Aquellas carpetas las había hurtado en complicidad con una secretaria del departamento de personal de la Automotriz Chrystal. Pero aquello era probablemente un delito federal y moriría en el infierno si Allegra se daba cuenta. —Sí, quizá tengas más suerte esta vez. Había sido su nana desde que había nacido; En aquella época Edna tenía 14 años, pero los Whitehurst acudían a ella cuando la niña hacía sus berrinches tan graves que ni la señora ni el señor podían controlarla. Cuand
Unas puertas dobles se abrieron y antes de entrar, Edna lo hizo inclinarse para que ella pudiera susurrarle algo al oído:—Quédese quieto aquí, mi jefa vendrá a usted. Haga todo lo que ella le diga, y si no sabe usar los tenedores, por favor, sólo mire a los demás, no es tan difícil.Extrañado ante esas recomendaciones, la miró ceñudo otra vez, pero Edna desapareció tras las puertas dobles. Se hizo consciente entonces de la música de cámara, de la cháchara de los presentes y que todos, exactamente todos, iban vestidos con ropas que en alguna ocasión debieron lucir modelos en alguna pasarela de Milán.El salón estaba ricamente panelado de arriba abajo, y en
Duncan encontró a su madre sentada en el sofá, frente al televisor encendido con volumen bajo, y dormida.—Eres una pena de mujer –susurró sonriendo, y se inclinó a ella para alzarla en brazos y llevarla hasta la cama.—Te vas a herniar, Tim –dijo ella entre sueños.—Lo haría con gusto por mi chica —contestó él, y la vio sonreír, aún dormida.Luego de dejarla en la cama y arropar a los gemelos, entró a la cocina a destapar ollas y cacerolas. Sólo había consumido un trago de su copa de vino y nada más. Moría de hambre.Afortunadamente había
Luego de cerrar la puerta, Duncan dejó escapar el aire. Allegra corrió hacia él. —¿Cómo te fue? ¿Fue muy horrible? ¿Sigues vivo? –él sonrió. —Cómo se ve que lo conoces. —Bueno, ha sido algo así como un padre sustituto. —Sí, algo de eso me dijo. Pero no te preocupes, tengo empleo. —Gracias al cielo –sonrió Allegra. Duncan la miró fijamente. —Tengo el presentimiento de que nos está mirando. —Sí, está asomado a la ventana que da aquí. —Bueno, entonces se hace obligatorio… —Se i
—¿Que hiciste qué? –gritó Edna Elliot abriendo grandes los ojos— ¡Cuando dijiste que ibas a casa de ese hombre, estaba segurísima de que lo hacías con Boinet! ¿Dónde estaba él de todos modos? ¿Cómo es que permitió que fueras sola a un sitio así? —No fui sola, fui con Duncan –contestó Allegra con tranquilidad, recostándose en el diván que estaba a los pies de su enorme cama en su enorme habitación. –Además, todo el mundo exagera, el cine y la televisión exageran. La casa de Duncan es muy decente, muy normal. —Me imagino. —Son muy agradables. Tiene hermanos gemelos, ¿sabes? Son morenitos, así como él, encantadores. —Allegra, ten cuidado. —¿Cuidado con qué?
“Allegra Whitehurst, la heredera de la automotriz Chrystal, y muchos otros negocios del mismo campo, fue vista anoche del brazo de un desconocido, que, según nuestras muy confiables fuentes, es su nueva pareja. Se les vio bastante cariñosos durante la velada del cumpleaños de Arnold Ellington. ¿Será este el nuevo gran amor de la Whitehurst? ¿Será definitivo su rompimiento con Thomas Matheson?” —¡Dime qué significa esto, y cómo permitiste que pasara! –Bramó George Matheson observando a su hijo cambiar de colores mientras este leía la nota en el diario. No había esperado que ese noviecito le durara mucho, pero ya había empezado a causarle problemas. —Allegra y yo… no estamos en el mejor momento— dijo, ocultando todo lo demás. No podía, por ningún motivo, darle a entender a su padre que esa relación había acabado.
—¿Por qué estamos aquí?—Porque usualmente los novios acompañan a las novias a hacer sus compras.—¿Dónde dice eso?—En el manual no escrito de una pareja feliz.Duncan hizo rodar sus ojos en sus cuencas. Odiaba ir de compras. Lo odiaba realmente. Sobre todo, si era al lado de una mujer. Kathleen le había enseñado bien, oh, Dios, y sólo recordarlo era una tortura.Su madre se enamoraba de todo, se quejaba de los precios, se medía, se probaba, preguntaba, se entusiasmaba, y luego salía de la tienda alicaída porque le había quedado muy grande, o muy chico, o el color no le había sentado tan bien