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—¿Estás segura de esto? –preguntó Duncan al llegar a la inmensa habitación, que constaba de una sala con comedor propio por si a la dama le apetecía desayunar allí, un pequeño juego de sala, un librero, una puerta que seguramente conducía al cuarto de baño y, al fondo, una enorme cama con un fino diván.

—No, no estoy segura –le contestó ella, sin embargo, no dejaba de desabrocharle los botones de su camisa.

—Allegra…

—Creo que meteré la pata, y al final te desilusionaré, pero quiero hacerlo.

—¿Desilusionarme? ¿Por qué? –Ella ya le había quitado la chaqueta, desanudado la corbata y ahora sac

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