REFLEXIONANDO SOBRE CÓMO ACTUAR

Después de unos segundos en silencio...

—Esas son las condiciones, señorita Hershey, ¿lo toma o esta tarde verá su foto en las revistas rosas, qué decide?—, preguntó acercándose tanto a mí, dejando nuestras bocas a milímetros de distancia.

—Salga de mi oficina ahora mismo, Sr. Hills, nadie me amenaza—, le susurré.

—Tiene tiempo hasta que la imprenta empiece a funcionar, una hora, señorita Hershey, una hora y también le dejo aquí los documentos para que pueda leerlos tranquilamente—, me susurró también, saliendo después de mi oficina.

Me senté en la silla de mi oficina viendo entrar a mi secretaria.

—Amanda, ¿estás bien?

—No Carolina, no me siento muy bien—, respondí.

—Me avisas,  si puedo ayudarte en algo

—Lo sé, gracias, puedes irte.

Estaba mirando el reloj de mi oficina cada cinco minutos, aunque agradecí que no me llamara ni volviera a mi oficina, al ver que no me concentraba en nada de lo que estaba haciendo y el tiempo se acababa. Decidí llamarlo yo misma y reunirme con Gerard en el club del que era socio, para hablar con él y tratar de disuadirlo de sus intenciones, me levanté de mi silla, tomé mi bolso de la percha y salí de mi oficina..

—Carolina, cuando termines lo que estás haciendo puedes irte, nos vemos mañana—, le dije.

Subí al ascensor y bajé con él hasta el estacionamiento, salí del cubículo y me subí a mi vehículo rumbo al club donde solía ir. Cuando llegué, aparqué, me bajé del vehículo y entré al club, acercándome a la barra del bar.

 

—Hola Amanda, cariño, ¿qué tan pronto llegaste hoy? —Aún no he visto a tu prometido—, me dijo Abram, el camarero.

—Aquí tengo una cita con un cliente, dame lo de siempre—, le dije,

Me giré para ver a la gente allí observando a Gerard en una mesa que estaba alejada de la entrada, tomé mi bebida dirigiéndome hacia donde estaba mi enemigo.

—Pensé que no me ibas a llamar—, me dijo.

—No he venido a jugar, quiero que reconsideres tu propuesta—, le respondí.

—Señorita Hershey, no me haga perder el tiempo, con solo una llamada se pondrá en marcha la imprenta—, dijo.

—Por favor, señor Hills, no es mi culpa que— —no me dejó terminar la frase—.

—Mi madre se suicidó por culpa de la amante de mi padre, que resultó ser tu madre, y nos dejó a mi hermano y a mí solos con mi padre cuando aún éramos muy pequeños. Dime sí o no—, me dijo rotundamente.

—Acepto su propuesta, señor Hills, tengo que salvaguardar el nombre de mi familia—, respondí.

—¿Traes la documentación que dejé en tu oficina, firmada?— preguntó

—No está firmado, lo tengo en mi portapapeles, pero lo firmaré enseguida—, respondí, viendo una sonrisa maliciosa en su rostro.

—Dime una cosa, si odias tanto a mi familia, ¿por qué me elegiste a mí?

—Amanda ya lo sabes, los niños siempre pagamos los platos rotos de nuestros padres como lo hiciste tú con tu hija, y fornicar con una Hershey será un honor para mí. Mañana iré a tu oficina para que firmes el acta de matrimonio, así es—. Lo es. —Nuestra boda será sencilla, adiós—, me dijo, levantándose del sofá y saliendo del club.

Me quedé en el club sentada en uno de los sillones tomando mi trago, cuando vi entrar a mi prometido abrazando a una mujer rubia, alta, muy linda, completamente diferente a lo que yo era, me levanté del sillón y traté de pasar desapercibida, pero los ojos de Renato y los míos se cruzaron, él mirándome seriamente, me acerqué a ellos presentándome a la mujer que acompañaba a Renato como su prometida, la cachetada que le dio a Renato causó estragos en su rostro, le rompió el labio. 

—Supongo que sabes que hemos terminado—, dije, arrojándole a la cara el anillo de compromiso que me dio y saliendo del club.

Me subí a mi auto riendo, con las manos en el volante sin importarme las personas que me miraban extrañadas. Al día siguiente me levanté sobresaltada, porque acababa de tener una pesadilla con Gerard Hills, me levanté de la cama, entré al baño, me quité la pijama y me metí en la ducha, dejando correr el agua por mi cuello y Volví a relajarme, salí de la ducha y me puse la bata que estaba colgada en la puerta del baño, me dirigí a la cocina viendo a Emilia preparar una taza de café.

—Buenos días Emilia

—Buenos días cariño, te he dejado bollos y tostadas en la mesa con tu café—, me dijo.

Tomé la taza de café que Emilia me había preparado, sentándome en una de las sillas de la cocina.

—Buenos días—, dijo mi madre cuando entró a la cocina.

—Buenos días señora, tome su taza de café—, dijo la criada.

—Cariño, ¿has hablado otra vez con ese hombre? – me preguntó mi madre

—No mamá, no he vuelto a saber nada, me tengo que ir, llego tarde—, le dije levantándome de la silla, dejando la taza en la esquina de la cocina.

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