Capítulo 2

El resto de la tarde transcurre igual que la mañana. Sigo respondiendo e-mails y llevando papeles a mi jefe para que los firme o dé visto bueno. Mientras me dirijo a mi departamento, no dejo de pensar en la actitud que tuvo el señor Adams todo el día.

No es muy normal en él tener mal genio ni nada por el estilo. Es un hombre estricto y serio en cuanto al trabajo, pero es como pocos, que a pesar de mostrar un semblante serio, puede regalar una sonrisa de vez en cuando. Y para ser sincera, su sonrisa es cautivadora, llama la atención. Además, la combinación con sus ojos celestes como el cielo y su cabello castaño oscuro lo hace un hombre digno de admirar.

No sé por qué, pero siento que debo hacer algo al respecto. Al menos, de lo que sí estoy segura es que le preguntaré al señor Adams qué lo tiene tan preocupado y disgustado.

*****

A la mañana siguiente, mi rutina es la misma del día anterior y la de todos los días. Al llegar a mi escritorio, me percato que el señor Adams ya se encuentra en su oficina. Con dudas de por qué llega tan temprano, –pues siempre lo hace después de mí–, me acerco a su puerta y toco.

—Adelante, Ashlee —contesta de inmediato.

—Con su permiso, señor, buenos días. Venía a preguntarle si necesitaba algo —manifiesto con preocupación al notar que su expresión es la misma de ayer.

—Buenos días. Sí, por favor, un café y luego necesito... necesito charlar con usted sobre algo importante —dice la última parte un poco nervioso, lo cual no es muy normal en él, ya que siempre se muestra confiado.

—Como guste, señor. Enseguida regreso.

Doy media vuelta y me encamino a la puerta, cuando de pronto siento que alguien me toma del brazo y me gira de manera abrupta. Mi jefe me observa directamente a los ojos; su expresión es seria. Sin conocer muy bien del todo al mandamás de la empresa, es fácil notar que trata de encontrar una respuesta en mí, no entiendo bien qué puede ser lo que necesita. Aun así, no puedo creer que esté tan cerca de mí, como si estuviera tocándome de manera mucho más cercana a un simple agarre. Se siente extraño y a la vez intenso.

Luego de unos segundos, deja caer sus manos, las cuales tiene posicionadas en mi rostro; no me doy cuenta que me toca la cara. Al parecer, se percata de lo que hace, separándose de mí para volver a sentarse en su escritorio, mientras yo sigo de pie, totalmente estática, sin entender qué ha pasado hace solo unos momentos. Cuando logro recomponerme, después de unos segundos, mi jefe solo aclara su garganta y me recuerda que le traiga su café.

Todavía descolocada por lo sucedido, me doy la vuelta y vuelvo a la puerta, esta vez sin decir nada y sin que nada o nadie me interrumpa. Me acerco a la sala de descanso a preparar el café del señor Adams y un té para mí para calmar un poco mis nervios. Al terminar, regreso por un momento a mi escritorio y busco la libreta donde anoto todo lo que el jefe me solicita. Por segunda vez vuelvo a su oficina, inquieta por saber qué me va a solicitar, tocando la puerta y esperando que me permita entrar.

—Pase, señorita Thompson —autoriza sin más. Cuando me trata por mi apellido es porque algo no está nada de bien o porque algo realmente catastrófico está por suceder.

Entro, dejándole su café en su escritorio.

—Tome asiento, por favor —me indica, señalándome uno de los pequeños sillones.

—Sí, señor Adams —respondo, sentándome unos segundos después.

—Se preguntará por qué he pedido hablar con usted… —Comienza a hablar sin hacer referencia alguna a lo que ha pasado minutos antes.

—Sí, señor. Dígame, por favor, qué es lo que necesita —digo abriendo la libreta en una hoja en blanco, lista para anotar lo que sea necesario.

—Verá, señorita Thompson… Ashlee... necesito pedirle un favor profesional que... trasciende a lo personal.

—¿Cómo dice, señor? No entiendo —pregunto totalmente confundida y sin entender a qué se refiere en concreto.

—Bueno… Ashlee —comienza a hablar más calmado—. Necesito pedirle que usted sea... mi… novia.

Mis ojos se abren como platos. No puedo creer lo que me está diciendo. ¿Su novia? Acaso, ¿se ha vuelto loco?

—Perdone, señor. Creo que no entiendo a qué se refiere. —Incrédula me deja con sus palabras.

—Sé que es algo loco, Ashlee, pero lo que le estoy pidiendo es que usted se haga pasar por mi novia, pareja, mi chica o como quiera llamarle. Esto es debido a un socio de Europa, con el cual estoy a punto de cerrar un trato para abrir sucursales allá, como bien sabe.

—Sí, señor, eso lo entiendo, pero no entiendo el porqué.

—El motivo por el cual se lo pido es porque el señor Jacobson, mi socio, me está exigiendo que para cerrar dicho trato me case con su hija menor, Angelique.

—Pero, señor... ¿Cómo puede ser eso posible?

—Ni yo mismo lo sé. Es por esto que estoy pidiéndole este favor. El señor Jacobson viene estos días a Chicago y se reunirá conmigo para que cerremos dicho trato. Y por ende, cuando él venga, necesito que usted se haga pasar por mi pareja.

—Entiendo. Es claro que nadie quiera casarse si no ama y mucho menos cuando nos vemos obligados a hacerlo.

—Veo que entiende mi punto, Ashlee.

Es algo descabellado lo que mi superior me solicita, sobre todo porque en la actualidad, prácticamente, no existen los matrimonios arreglados en una sociedad como la nuestra.

—Sí, señor. No tenga problema —decido ayudarle por lo complicado que lo veo—, si es necesario lo auxiliaré para que se quite ese compromiso de encima y a la vez, para que cierre el trato con el señor Jacobson.

—Gracias, Ashlee. Y... perdone, usted, por lo de hace un rato. Sé que fui algo brusco. Es que no estaba seguro si podía pedirle esto o no.

—Descuide, señor. No pasa nada, no se preocupe por eso —contesto completamente ruborizada con la sola mención de lo sucedido y tocando la zona de mi brazo, donde sentí su tacto.

—Gracias de nuevo, Ashlee. Puede retirarse.

—Hasta luego, señor. Con su permiso.

Tomo la bandeja vacía, mi libreta y mi taza de té, que al final con los nervios ni siquiera he bebido. Tendré que hacerme otro, por lo que una vez más voy a la sala de descanso, perdiendo la cuenta de cuántas veces he tenido que entrar y salir de ella. Creo que ya se ha convertido en mi nuevo lugar favorito, irónicamente hablando, claro está. Una vez que lo tengo listo, regreso a mi escritorio.

Ahora que nuevamente me encuentro sola, puedo comenzar a analizar lo que me ha dicho el señor Adams. Está claro que no es normal que te obliguen a estar con alguien, tampoco el casarse. Es muy extraño que el señor Jacobson lo fuerce a contraer matrimonio con su hija. No sé por qué, pero siento algo de compasión por él. Tengo la sensación de que aquella obligación no debe de traer consigo nada bueno.

A la hora de almuerzo, voy a comer a un restaurante que está a un par de cuadras del edificio. A pesar de que tengo ganas de desahogarme y conversar sobre lo sucedido con mi jefe, no quiero hablar con nadie y menos con Sophie. Ella es para mí una excelente amiga y una gran consejera, pero su gran problema es que cuando hay algo que la supera, relacionado con alguna información jugosa, no se puede contener y hace correr los chismes a la velocidad de la luz.

Al entrar, tomo asiento en una pequeña mesa ubicada a un costado del ventanal de la entrada. Al instante, el camarero se acerca a mí con su pequeña libreta, listo para anotar en ella mi pedido. Solo pido una ensalada césar y un jugo. Necesito algo liviano.

Como tengo bastante tiempo para almorzar, me lo como con calma. Al finalizar, pago la cuenta y salgo de regreso en dirección al edificio de la empresa. Al llegar, subo nuevamente al piso quince y continúo con mi trabajo. Lo raro es que durante el resto del día mi jefe no vuelve a llamarme por si necesita algo, y todo se sigue desarrollando como si nada hubiera sucedido.

Ya estoy por terminar mi jornada laboral y me doy cuenta de que mi teléfono está vibrando. Lo tomo y veo que es Sophie. No tengo ganas de contestar, así que dejo que siga sonando; por suerte solo lo hace por unos segundos más. Más tarde, cuando esté en casa, la llamaré.

Salgo de mi escritorio y me dirijo a la oficina del señor Adams. Golpeo suavemente la puerta y espero para que me dé permiso para entrar. Pasan varios segundos, pero no hay respuesta. Es extraño. Vuelvo a tocar y esta vez sí responden del otro lado.

—Pase, Ashlee.

Entro y lo veo mirándome fijo. Una sonrisa comienza a asomarse por su rostro y ¡guau!, ¡qué sonrisa más hermosa tiene! Es cautivadora y se nota que solo de verla a uno se le puede alegrar el día. ¡Basta! ¡Este hombre es mi jefe! Cierro la puerta detrás de mí y avanzo hacia él, como si no me hubiera quedado prendada ante él.

—Solo venía a informarle que me voy, señor.

—Está bien, Ashlee. Antes de irte… quisiera hablar contigo un momento, ¿puede ser?

—Claro, señor. ¿Qué necesita?

—Necesito se haga pasar por mi novia desde hoy.

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