Como cada día, voy a mi trabajo. Soy secretaria de gerencia, trabajo que realmente me gusta, ya que me permite darme uno de los lujos que tanto amo. Como no soy buena madrugando, porque me gusta quedarme pegada entre las sábanas para disfrutar de un pequeño relajo antes de levantarme y comenzar mi día, agradezco que mi horario de entrada sea de una hora después, en comparación a las otras secretarias de la empresa.
Estoy llegando al edificio. Me gusta trabajar allí porque es una construcción antigua que denota elegancia, pero que a la vez va acorde a lo moderno de hoy en día. Una vez que visualizo la entrada del estacionamiento, me acerco a la portería y busco en mi cartera mi identificación como trabajadora de la empresa, es algo monótono y aburrido el tener que hacerlo a diario, pero es parte del procedimiento de la compañía. Saludo al señor Hank, el guardia de turno, el cual me cae muy bien, ya que es una de las pocas personas que si te saluda por la mañana, lo hace con una sonrisa.
—Buenos días, señorita Thompson. ¿Cómo está hoy? —saluda muy alegre, mientras pasa mi tarjeta por la máquina que marca la hora de llegada de los empleados.
—Buenos días, Hank. Estoy muy bien, ¿y usted? —contesto con una sonrisa, recibiendo mi identificación de regreso para guardarla nuevamente en mi cartera.
—Muy bien esta mañana, señorita Ashlee. Que tenga un lindo día.
—Usted también, Hank. Lo veo hasta la tarde.
Me despido de él y sigo mi trayecto hacia el interior del estacionamiento. A pesar que ya está siendo de día en el exterior, al interior se ve muy poco, solo hay unas pocas luces que hacen que el lugar tenga aspecto algo lúgubre. Otro beneficio que me da mi puesto es que tengo espacio designado para aparcar, así que no tengo que buscar un espacio libre para dejar mi vehículo. Llego a mi estacionamiento y me detengo para bajarme rápido de mi auto, porque me da miedo la oscuridad y los lugares con poca luz. Salgo rápidamente y me encamino al elevador para llegar pronto al escritorio que me espera como cada día en el piso quince, deseando que a este no se suba nadie más.
Cuando llego a mi puesto de trabajo, que está al lado izquierdo del ascensor, dejo mi cartera en el último cajón del pequeño estante que se sitúa a mi lado. Solo saco mi celular para dejarlo a un costado de la mesa, el que previamente he puesto en silencio.
El señor Adams, aunque es bastante joven, es un hombre muy estricto al que no le gusta que uno tenga objetos personales en nuestro lugar de trabajo, porque aquello significa distracción, más si estos son tecnológicos. Recuerdo que hace seis meses tuve que suplicarle que me permitiera tener mi móvil en la mesa debido a la enfermedad de mi hermana Melissa, pero con la condición de mantenerlo en silencio.
Mi hermana sufre de leucemia, y el último año su enfermedad ha avanzado, por lo que al estar lejos de casa, prácticamente, le he suplicado al señor Adams que me deje tenerlo a mano, ya que como mi padre está muerto, yo soy el único apoyo que tiene, además de mi madre. Gracias a Dios, no han tenido que recurrir a la llamada.
Como siempre, mi primera labor es encender el computador para revisar los correos electrónicos que hay pendientes. Detesto esos días en que esa lista es larga, así que agradezco que hoy solo hayan sido seis. Mientras voy redactando el segundo mail, escucho que suena el timbre del ascensor, el cual solo indica una cosa: que hace su entrada mi jefe, quien, por supuesto, es el dueño de la empresa. El señor Adams se ve impecable en su traje azul marino con pantalones a juego, camisa blanca y corbata color salmón. Sin duda, este hombre es capaz de intimidar a cualquiera, no importa si es hombre o mujer. Debo reconocer que yo era una de ellas, y más que otra cosa, me siento algo cohibida cuando estoy cerca de él. Quizás, una cosa que hace que me sienta así, es el hecho de que como no soy buena maquillándome más de lo necesario, me siento menos que las demás y por ende un hombre guapo como él no se fijaría en mí. Además, está claro que todas las mujeres de la empresa desean meterse en su cama y disfrutar de una noche con él y cumplir la fantasía cliché de tener una noche de sexo entre jefe y secretaria.
—Buenos días, señor Adams, ¿cómo está hoy? —lo saludo cordialmente como cada día, levantándome del asiento para hacerlo.
—Buenos días, Ashlee. Muy bien, gracias. ¿Alguna novedad? —pregunta mientras se detiene frente a mi escritorio, esperando por una respuesta.
—No, señor, hasta el momento ninguna. ¿Quiere que le lleve su café?
—Por favor, Ashlee, gracias —responde a la vez que se aleja de mi escritorio y se dirige a su oficina.
Llevo poco más de dos años trabajando para el señor Adams, y desde el día uno que me intimida su presencia, pero cuando se marcha, me parece que vuelvo a respirar. Por lo tanto, me pongo de pie y me dirijo a la pequeña sala de descanso, ubicada al otro lado del ascensor, para prepararle su café como cada mañana.
Mi jefe, según muchas compañeras de oficina, es un hombre que no pasa inadvertido ante las mujeres, muchas dicen que parece el adonis de los hombres guapos. La verdad, no las culpo, el señor Adams es un hombre digno de ser admirado en cuanto a belleza se trata...
Mejor dejo de pensar en él de esa forma, estoy segura que mi jefe jamás se fijaría en mí. Está claro que yo no entro en su lista de intereses femeninos.
Prefiero dejar de especular en un amor que sería imposible y me preocupo del encargo de mi jefe, tomando una taza y poniendo el café instantáneo en ella —negro, como sé que le gusta—, el azúcar y posteriormente rellenándola con agua caliente. Cuando ya está la preparación lista, la coloco sobre una bandeja y busco el contenedor de galletas para servirle, junto al café. Una vez, con la bandeja preparada, salgo de la sala y voy directamente a la oficina de mi jefe. Toco la puerta y espero su permiso para entrar.
—¡Pase! —Se escucha desde el interior.
—Con su permiso, señor —digo, abriendo la puerta para entrar con la bandeja—. Aquí le traigo su café.
—Muchas gracias —manifiesta totalmente serio.
La expresión de su rostro me da una clara señal de que algo le sucede. Se ve molesto y mira fijamente la pantalla de su computadora, como si quisiera romperla en varios pedazos. Ni siquiera me contempla cuando le sirvo el café y lo dejo en su escritorio.
—¿Pasa algo, señor? —consulto algo preocupada.
—No, Ashlee, gracias por el café —responde, pero esta vez dirigiendo su mirada hacia mí, lo que hace que me vuelva a sentir cohibida. Al verme suaviza su expresión. Tal vez, es estúpido que piense esto, pero su gesto me hace creer que mi voz le brinda un poco de tranquilidad.
—Me retiro, señor, con su permiso —solicito mientras giro en dirección a la salida, bandeja en mano.
Al salir, regreso a la sala de descanso para dejar la bandeja y volver a mi escritorio para seguir trabajando. Y así paso toda la mañana entre correos electrónicos y llamadas. De vez en cuando voy a la oficina del señor Adams para que firme unos documentos, y cada vez que entro su expresión es la misma que la primera vez: preocupación.
A decir verdad, no me atrevo a consultarle, ya que no sé si es por motivos de trabajo o algo personal. Él siempre dice que los problemas personales se quedan en casa y a la oficina se viene a trabajar. Así que, por ende, me abstengo de hacerle cualquier tipo de comentario.
Consulto mi reloj y me doy cuenta de que se acerca la hora del almuerzo, por lo que decido llamar al señor Adams para informarle que me iré a comer, pero que lo haré en la cafetería de la empresa que está tres pisos más abajo. Presiono el botón del teléfono que me comunica con su oficina y me tenso al escuchar su voz.
—Diga, Ashlee, ¿sucede algo? —consulta apenas levanta el auricular.
—Nada, señor, solo quería decirle que me retiraba un momento por mi horario de almuerzo. Estaré de regreso en una hora.
—De acuerdo. Al regresar, ¿me podría traer el mío a la oficina, por favor?
—Como guste, señor. Hasta más tarde.
—Hasta más tarde, Ashlee.
Apenas termino de hablar con mi jefe, tomo mi cartera, junto a mi celular, y me dirijo al ascensor en dirección a la cafetería. Llego rápidamente, por lo que voy directo al sector de comida y pido mi almuerzo que solo consiste en un trozo de pollo apanado con ensalada mixta y un jugo de manzana. Agarro mi bandeja y me acerco a una de las mesas que se encuentran vacías. Ya llevo varios minutos almorzando cuando se acerca Sophie, mi mejor amiga, quien también es secretaria, pero con la diferencia que ella es la secretaria del contador de la empresa.
—Hola, Ashlee, ¿cómo va tu mañana? —pregunta tan alegre como siempre.
—Hola, Sophie, todo bien por mi lado ¿cómo vas tú?
—Todo bien también. Aunque con más trabajo que nunca, ahora que se acerca la semana de estadísticas generales, ya sabes cómo es.
—Mucho trabajo y poco descanso.
—Exacto —responde resignada.
—Pero tranquila, es solo una semana full de trabajo cada seis meses —expreso para consolarla. Luego, corto un trozo de pollo y me lo llevo a la boca.
—En fin, cambiemos de tema. ¿Irás a la fiesta que dará Mason este viernes? —inquiere, interesada.
—Estaba enterada, pero la verdad no estoy segura de ir.
—Anda, vamos. Así tendré con quien ir y no apareceré sola por la fiesta —dice a la vez que hace un puchero—. Además, hace tanto que no sales a distraerte —agrega, tratando de convencerme.
En realidad, Sophie tiene razón. Hace mucho tiempo que no salgo a distraerme, entre el trabajo y la enfermedad de Melissa hace ya un buen rato que no me regalo algo de tiempo para mí.
¿Por qué no ir? No tengo novio, no tengo que darle explicaciones a nadie de lo que hago o dejo de hacer, así que al menos por una noche no creo que mi vida cambie mucho.
—Está bien —acepto finalmente, aunque con algo de desgana.
—Gracias, Ashlee, ya verás que no te arrepentirás.
Conversamos hasta que me doy cuenta que se me está haciendo tarde para regresar, y todavía tengo que llevarle su almuerzo al señor Adams, por lo que dejo mi bandeja vacía al lado de las demás y voy por otra limpia para buscar su almuerzo. Una vez que tengo todo listo, vuelvo a la mesa a buscar mi cartera y para despedirme de Sophie. Salgo de la cafetería y regreso a mi piso con la bandeja en la mano. Al salir del ascensor, voy directamente a mi escritorio para dejar mi cartera y seguir rumbo a la oficina de mi jefe a dejarle su almuerzo.
Espero que no tenga todavía esa cara de enojo, porque cada vez que la tiene es capaz de cohibirme por completo y, también, es capaz de bloquearme con ella cada uno de mis sentidos.
El resto de la tarde transcurre igual que la mañana. Sigo respondiendo e-mails y llevando papeles a mi jefe para que los firme o dé visto bueno. Mientras me dirijo a mi departamento, no dejo de pensar en la actitud que tuvo el señor Adams todo el día.No es muy normal en él tener mal genio ni nada por el estilo. Es un hombre estricto y serio en cuanto al trabajo, pero es como pocos, que a pesar de mostrar un semblante serio, puede regalar una sonrisa de vez en cuando. Y para ser sincera, su sonrisa es cautivadora, llama la atención. Además, la combinación con sus ojos celestes como el cielo y su cabello castaño oscuro lo hace un hombre digno de admirar.No sé por qué, pero siento que debo hacer algo al respecto. Al menos, de lo que sí estoy segura es que le preguntaré al señor Adams qué lo tiene tan preocupado y disgustado.*****
Después de lo que dice, me deja en estado de shock.—¿Des-desde hoy, señor? —pregunto dudosa— ¿No sería desde la próxima semana?—Sí, Ashlee. Tú lo has dicho, sería desde la próxima semana —confirma, enfatizando la palabra «sería»—. Lo que sucede es que el señor Jacobson acaba de escribirme para informarme que llega mañana a la ciudad con su hija Angelique para presentármela.—Auch. Qué rápido.—Sí, lo es. Entonces ¿qué dices?Me mantengo en silencio por un par de minutos antes de responderle un tanto insegura.—Es-está bien… Eso creo.—Tranquila. Iremos con calma. Claro, esto será entre usted y yo. Demás está decir que para el señor Jacob-son esto no será así.Debo admit
Estar en un restaurante teniendo esta cercanía con Christopher es muy agradable y aunque lo que nos llevó a esta cena sea solo ficción, mi cabeza quiere pensar que no es así.Cuando llegué a la empresa de Christopher hace dos años, tuve un pequeño enamoramiento por él. Nunca quise hacerme mayores ilusiones, ya que no quería perder el puesto por el cual había llegado a la empresa. Además, todos mis míseros intentos fueron un total fracaso para que Christopher se fijara en mí.—¿En qué piensas? —pregunta, sacándome de mis pensamientos.—En nada en particular. ¿Qué tal si hablamos de mañana? —propongo con la intención de cambiar de tema, ya que no quiero que sospeche que tengo un leve hormigueo producido por su persona.—No había querido hablar de eso todavía, pero ya que lo me
ChristopherSubimos por el ascensor y debo decir que cada acercamiento que tenemos hace que adore su sonrisa mucho más.Todavía recuerdo cómo era, tan seria y preocupada cuando recién le di el trabajo. Decidí, en ese entonces, mostrarme cercano, no ser de esos jefes que se ven casi del tipo «tiranos» con sus empleados. Ashlee llamó mi atención desde el minuto uno que pisó mi empresa. Por eso y porque era una joven totalmente capacitada, le di la oportunidad de trabajar para mí.De pronto, suena el timbre indicando que ya hemos llegado a mi departamento. Es el último y también la suite del edificio, por lo que ocupa todo el piso. Agradezco que no haya nadie en el ascensor, ya que algunas vecinas, sobre todo las más jóvenes, me comen con la mirada, y aunque yo sé que soy un hombre con buen físico, es muy incómod
Todavía me encuentro analizando lo que acaba de pasar hace unas horas. Ya nada será como antes, eso es seguro. Aún puedo sentir su boca sobre la mía y no logro evitar llevarme una mano hasta mis labios, como si pudiera tocarlo.Después de que me deseó una buena noche, quedamos en que pasaría a buscarme mañana a las ocho de la mañana. Cuando me bajé de su auto y estaba por entrar a mi edificio, me giré para despedirme con la mano y Christopher me guiñó el ojo y emprendió rumbo de regreso.Me siento extraña, pero a la vez tranquila. No sé el porqué. Quizás sea por el hecho de que nos «declaramos» y sinceramos. Pero como ya he dicho antes, no me quiero ilusionar y quizás salir herida de todo esto.Para relajarme decido tomar una ducha. El agua caliente cayendo sobre mí siempre trae un efecto relajante. Me acerco a m
AshleeSuena insistente la alarma que me grita estridente que es hora de levantarme. Me giro hacia mi mesita de noche y la apago de un manotazo.Me levanto y empiezo a buscar mi ropa en mi closet para trabajar. Elijo un traje de dos piezas, esta vez uno con pantalón en vez de falda. Me agradaba usar este tipo de traje, ya que al vestirlo con zapatos de tacón me hace ver un poco más estilizada y alta.El traje es de color gris claro, mientras que la blusa es blanca, ceñida al cuerpo, pero no me aprieta, sino que es un poco suelta. Y por último, la corbata de un color lila que hace que todo quede combinado a la perfección. Mis tacones negros siempre acompañan cada combinación que elija. Para trabajar siempre me pongo unos tacones de color negro, así que poseo como cinco pares distintos, todos por supuesto, con diferentes diseños.Dejo toda mi ropa encima de
Después de comprar nuestros vestidos, fuimos a otra tienda, esta vez una zapatería para elegir los zapatos que usaríamos para la fiesta. En realidad, solo Sophie se compraría el calzado, como yo ya tenía de tacón negro, de seguro encontraría algún par que luciría perfecto con mi vestido.Al igual que la vez anterior, vio algunos en la vitrina y los buscó. Eran unas sandalias blancas y hermosas, de esas que cubren el dorso del pie, pero dejan al descubierto los dedos, y están adornadas con algunas piedrecitas que le dan un brillo especial. Yo diría que tienen unos diez centímetros de tacón. Como Sophie es baja siempre usa zapatos con bastante tacón. Todavía no entiendo cómo es capaz de nunca perder el equilibrio cuando los usa.Como siempre, Sophie y su buen gusto hacen que se vea espléndida con todas las prendas que se ponga.&mdash
Al día siguiente, me despierto para seguir con la rutina. Es jueves. Eso, al menos, hace que me alegre, ya que mañana es la fiesta de Mason y, sin duda, necesito distraerme.Me levanto y comienzo con mi día. Primero es la ducha, así que entro de inmediato al baño y busco una toalla para dejarla lista para secarme. Me acerco a la bañera y abro la llave para que el agua caliente comience a caer mientras me voy sacando la ropa. Una vez dentro, dejo que el agua caiga sobre mí, limpiándome los pensamientos y dejándome totalmente en blanco, liberándome de emociones y sensaciones de momento. Me lavo el pelo y millones de burbujas tengo sobre mi cuerpo gracias a mi adorado jabón de vainilla.Luego de unos treinta minutos en la ducha, salgo de esta totalmente relajada, envolviéndome en la toalla. Me acerco al lavamanos y tomando el secador empiezo a secar mi pelo. Después de otros quince