Capítulo 3

Después de lo que dice, me deja en estado de shock.

—¿Des-desde hoy, señor? —pregunto dudosa— ¿No sería desde la próxima semana?

—Sí, Ashlee. Tú lo has dicho, sería desde la próxima semana —confirma, enfatizando la palabra «sería»—. Lo que sucede es que el señor Jacobson acaba de escribirme para informarme que llega mañana a la ciudad con su hija Angelique para presentármela.

—Auch. Qué rápido.

—Sí, lo es. Entonces ¿qué dices?

Me mantengo en silencio por un par de minutos antes de responderle un tanto insegura.

—Es-está bien… Eso creo.

—Tranquila. Iremos con calma. Claro, esto será entre usted y yo. Demás está decir que para el señor Jacob-son esto no será así.

Debo admitir que tiene razón. ¿Será extraña «nuestra» relación a partir de ahora? No lo sé, y tampoco sé si el señor Adams tendrá la respuesta.

—De acuerdo, señor. —Ya no estoy tan segura de esto, pero mejor es aceptar el trato al cual me ofrecí para ayudarle. Bien sé que cuando a mi jefe se le pone algo en la cabeza, es difícil hacerlo cambiar de opinión.

—Perfecto. Entonces, ¿qué te parece si te invito ahora mismo a comer algo para conocernos un poco más?

—Me parece bien. Yo estoy lista. Cuando entré hace un momento le venía a informar que ya estaba por retirarme. Así que solo falta usted.

—Tú, Ashlee. Ya debemos de comenzar a tutearnos, ¿no crees? —Todo esto es demasiado surreal.

—Creo que sí. Tienes razón... Christopher.

—Así me gusta. Solo dame un par de minutos y salimos.

—Emm, ¿Christopher? —digo dudosa.

—Dime, Ashlee —responde, mirándome fijo otra vez.

—Tenemos un problema. —Christopher alza una ceja—. Tú vienes en auto y yo también. ¿Cómo saldremos?

—Sencillo.

—¿Ah sí? ¿Cómo?

—Dejas tu auto aquí y vamos en el mío. Te llevo a tu casa y te paso a buscar mañana temprano.

—De acuerdo, ¿por qué no?

Christopher sonríe y comienza a guardar sus cosas. Apaga el computador y agarra su maletín, ofreciéndome su brazo, el que acepto.

Salimos de su oficina y vamos al ascensor. Aprieto el botón de llamado y esperamos. No puedo evitar mirarlo, porque es, definitivamente, fácil de admirar. Además de guapo, es muy amigable.

De pronto, la puerta del ascensor se abre, sacándome de mis pensamientos. Al entrar, no me contengo a observar nuestro reflejo en el ascensor. Nos vemos bien juntos. Creo que Christopher se percata de lo que pasa o de lo que estoy pensando, por lo que me sonríe a través del espejo y me guiña el ojo. Se cierra la puerta y comenzamos a descender al primer piso.

—Ya sé qué es lo que piensas.

—¿Ah sí? ¿Y qué es lo que estoy pensando? —interrogo, admirándolo como lo hace él conmigo, fijo a sus ojos.

—En cómo nos vemos juntos... —responde como si nada—, y debo decir que me gusta.

Un leve sonrojo se deja ver, de pronto, en mis mejillas.

—Te ves hermosa cuando te sonrojas, Ashlee.

—Gra-gracias, Christopher —contesto muy abrumada, aunque regalándole una tímida sonrisa.

—¿Dónde te apetece ir?

—Me gustaría ir por comida china.

—Vamos, entonces. Conozco un restaurante muy bueno.

—Me parece bien. Vamos.

Llegamos al primer piso y cuando salimos del ascensor, Christopher me permite pasar adelante. Luego, coloca una mano en mi espalda, guiándome al estacionamiento del edificio. Debo reconocer que ese acto tan sencillo hace que perciba una pequeña corriente, como si su tacto quemara mi piel, y a la vez me hace sentir una sensación de vacío cuando sus dedos ya no me están tocando.

Todos los que trabajan en este piso nos miran raro. No es común que salgamos juntos y menos con tanta cercanía. Christopher decide no prestarles atención, así que yo opto por lo mismo. Siento que con un simple toque me da seguridad.

Ingresamos al estacionamiento y nos dirigimos hacia su auto, un Audi R8 de color negro. Aprieta un botón del mando de control a distancia y saca el seguro. Me abre la puerta del lado del copiloto y me permite entrar. Al hacerlo, cierra la puerta y rodea el auto por delante para subir al lado del conductor, y confieso que me gusta de sobremanera lo que veo pasar por el frente.

Cuando enciende el motor, también lo hace con la radio del vehículo, así que estamos escuchando música totalmente relajada, para después comenzar nuestro trayecto hacia el restaurante de comida china.

—¿Y bien? —pregunta de pronto.

—Y bien... ¿qué?

—¿Qué te parece esto?

—Me parece bien. Debo confesar que me gusta esto. —Un sonrojo aparece de nuevo en mis mejillas.

—A mí también —declara, mirándome.

—Entonces, empezamos con el pie derecho.

—Lo mismo creo yo.

Estoy totalmente impactada. Jamás creí que Christopher, el señor Adams, con su actitud tan seria pudiera ser tan simpático y agradable. Durante el resto del recorrido, que fueron aproximadamente unos diez minutos, seguimos charlando de todo un poco, de nuestra vida y familia, principalmente.

Me comenta que es hijo de un matrimonio humilde. Su padre, Ernst, es un albañil que trabaja esporádicamente, además de que tiene conocimientos de administración de empresas, pero nunca pudo estudiar una carrera relacionada con eso por la falta de recursos de sus padres. Christopher, gracias al apoyo y enseñanza de su padre, sí pudo hacerlo, estudiando administración de empresas, que era lo que más le gustaba, y eso lo llevó a tener todo lo que tiene ahora. Por otra parte, su madre, Loretta, es dueña de casa y se dedicó a criar a sus tres hijos. Christopher era el del medio. Su hermano mayor, Steve, trabaja como abogado y está casado. Entretanto, su hermana menor, Alice, todavía está estudiando para ser enfermera.

De mí, le conté que solo tenía a mi madre y a mi hermana Melissa, él ya sabe que mi hermana está enferma y que mi padre murió en un accidente.

De pronto, miro por la ventana el exterior y me doy cuenta que hemos llegado. Christopher estaciona el auto. Unos segundos después, nos bajamos, y cuando lo hace vuelve a tomar mi mano; para mi buena o mala suerte regresan esas cosquillas que me alteran los sentidos, las que me siguen hasta aquel restaurante.

—Buenas tardes, señorita —le dice Christopher a la joven que nos recibe en la entrada—. Mesa para dos, por favor.

—Como no, señor. Síganme, por favor.

Comienza a caminar y nosotros la seguimos. Nos lleva a una mesa ubicada al fondo, a distancia prudente del baño y la cocina. Tenemos vista hacia el ventanal que da a la calle.

—Por favor, tomen asiento. Enseguida les traigo el menú. —Apenas termina de hablar, la muchacha se retira, dejándonos solos.

Christopher abre una silla, me acerco y me siento en ella.

—Gracias.

—De nada —comenta él, también tomando asiento.

—Es un restaurante muy lindo y elegante —explica luego de inspeccionar levemente el lugar.

—Es uno de mis restaurantes favoritos. Me alegra que te guste.

—Gracias por traerme —agradezco, regalándole una sonrisa sincera.

La chica que nos atiende en la entrada se vuelve a acercar a nosotros, esta vez trae los menús con ella. Al llegar a nuestra mesa, nos los entrega y dice, antes de retirarse:

—En un momento tomarán su orden.

Nos dedicamos a analizar el menú, sin dirigirnos palabras, pero sí pequeñas miradas. En cada una de ellas, me doy cuenta que él me observa primero, me sonríe o me guiña el ojo. Me pone realmente nerviosa. No sé si es en broma o es en serio. Aun así, debo confesar que me gusta su compañía, como no había pensado jamás que la tendría.

Unos cinco minutos después llega a nosotros el camarero listo con su libreta y un bolígrafo para tomar nuestra orden. Christopher pide finalmente por los dos, porque yo no sabía qué pedir, así que no me molesta que lo hiciera. Luego de anotar, el joven se aleja, diciendo que ya nos traerá el vino que Christopher acaba de ordenar.

—Realmente es un agrado tu compañía —expresa seriamente, observando algún tipo de reacción de mi parte.

—Pienso lo mismo. Eres muy agradable, la verdad —respondo, regalándole una sonrisa.

—Me agrada saber qué piensas eso de mí.

—Acaso, ¿debería tener otra impresión de ti?

—No lo creo. Es solo que para mí, el estar así contigo, también es raro. No tengo la costumbre de ser así de amigable, ni tan cercano con mis empleados.

Me hace feliz el que piense eso, ya que yo cavilaba lo mismo. Aunque sea por ayudarle a sacarse ese compromiso de encima, me alegra ser yo a quien le ha pedido ayuda.

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