En teoría, lo sensato habría sido no contar semejante noticia cuando el estado de Álvaro era tan delicado.Sin embargo, Kian tenía sus motivos:Al abrir los ojos, Álvaro pronunció el nombre de Gabriela con urgencia. Oliver y Carmen entendieron que el joven estaba preocupado por ella.Pero Kian, que conocía de sobra la forma en que el jefe había manejado tantas traiciones, dudaba mucho que la reacción fuera de simple «inquietud». Gabriela lo había engañado y, encima, lo apuñaló. ¿Por qué razón iba él a sentir preocupación y no un arrebato de odio?Incluso si Álvaro se había vuelto un «enamorado empedernido», Kian consideraba su deber ilustrarle la cruda realidad: mientras él permanecía inconsciente, el supuesto amante de Gabriela irrumpió con toda confianza, negociando un nuevo «matrimonio». Eso lo impulsaría a recapacitar, tarde o temprano.En cuanto Kian terminó de hablar, Oliver y Carmen lo miraron con gesto de fastidio.—¿Acaso eres un niño de primaria que viene corriendo con sus ch
Oliver y Carmen intercambiaron una mirada confusa.Les sorprendía que pareciera tan sorprendido, como si de verdad no guardara esa memoria en su mente. Entonces, ¿para qué fingir ahora? ¿Por qué habría de ocultarlo a estas alturas?—¿Dónde obtuvieron esa grabación? —preguntó Álvaro, con voz queda pero firme—. ¿Se la dio Iliana a Gabriela? ¿Y por eso todos creen que fui yo quien mató a Emiliano? ¿Gabriela lo cree también?—¿Quieres decir que es un montaje? —replicó Oliver con el ceño fruncido—. Créeme que tu abuela y yo también nos resistimos a aceptarlo, igual que Gabriela al principio. Por eso, cada uno por separado llevó a cabo un peritaje en agencias distintas, y en todas confirmaron que no hay edición en el video.—Antes de que Noelia me enviara las fotos, yo ni siquiera sabía de la existencia de Emiliano —espetó Álvaro con las cejas fruncidas—. ¡Tampoco sabía nada de un hermano gemelo!—Alvi, por favor, es hora de que nos cuentes la verdad —insistió Carmen con un deje de súplica.
—¿Alvi? —La voz de Oliver se hizo más clara en medio de la confusión.Álvaro jadeó, saliendo de esa marea caótica de angustia.—¿Recordaste algo? —insistió Oliver.—Parece… que de veras manipularon mis recuerdos —murmuró Álvaro, sin levantar la mirada, contemplando sus propias manos con incredulidad.«Si ese video no era falso», pensó, «entonces…»—¿De verdad asesiné a Emiliano, mi hermano gemelo? —musitó, sin querer asimilar esa posibilidad.—¡Eliseo fue una bestia, y bien merecido tuvo su final atroz! —masculló Carmen, con la mandíbula apretada de rabia.Oliver se mantuvo en silencio, frunciendo el ceño mientras observaba a su nieto. Álvaro, con ambas manos temblándole sin control, tardó unos segundos en alzar la vista hacia la pantalla que mostraba el último fotograma del video, detenido en su propia imagen con una sonrisa algo siniestra.—¿Quién es Álex? —preguntó, sintiendo un tirón en el cuello al volverse hacia su abuelo—. ¿Por qué Mattheo me llama Álex?Oliver guardó un breve s
Oliver abrió la boca, intentando replicar, pero algo lo contuvo.Cerró los labios con amargura y bajó la cabeza, aceptando la determinación de su nieto sin emitir palabra.***—¿Qué dijiste?Gabriela se volvió hacia Carmen.—Mañana a las nueve. Puedes ir primero a casa por tus cosas, pero no vayas a llegar tarde —respondió Carmen, agotada, sin ánimo de entrar en más detalles.«Divorciarse tal vez sea lo mejor», pensó Carmen. Que cada uno siga su camino y corte con tanto dolor sangrante. Suspiró con amargura y se marchó.Poco después, Cristóbal irrumpió en la habitación con paso apresurado.—¿Qué haces aquí? —preguntó Gabriela, sorprendida, temiendo además que los hombres de Kian rondaran cerca.—Mi padre y yo estamos en el hotel de enfrente. Laura me dijo que ahora puedes salir del hospital, que Álvaro aceptó el divorcio —explicó Cristóbal.—Sí —musitó ella.«Una vida por otra»… Muy gracioso, se dijo. Pero tampoco tenía opciones. No habría una segunda oportunidad para matar a Álvaro.—
Santiago, teniendo la posición e influencia que tenía, había viajado desde tan lejos para ayudarla a salir de aquella situación. Fuera cual fuese el motivo, Gabriela entendía que, por cortesía, debía aceptar.—¿Está él en condiciones de recibir visitas? —preguntó ella, un poco intranquila.—Claro, vino específicamente por ti —explicó Cristóbal con un gesto amable.—De acuerdo —aceptó Gabriela—. Lo organizaré. ¿Tu padre tiene restricciones de comida? ¿Algún gusto especial?Cristóbal la condujo con una mano apoyada suavemente en su hombro, saliendo de la habitación:—No te preocupes, su mayordomo se encarga de todo. Relájate y tómatelo como un encuentro con algún familiar más.Las palabras de Cristóbal empezaron a inquietarla. Presentía que había algo oculto. Se detuvo abruptamente y lo miró con seriedad:—Cristóbal, ¿qué le has contado a tu padre sobre nuestra relación? —inquirió.El joven se llevó la mano a la frente y, con un suspiro, replicó:—Mi padre cree que el bebé que llevas es
—Por supuesto —aceptó Cristóbal sin pestañear—. Con que le mostremos un cuadro de «felicidad» a mi padre y a la familia Zambrano, basta.Gabriela asintió.—¿Y si tu padre insiste en que nos casemos legalmente? —objetó con prudencia—. Ya es bastante con un divorcio; no quiero otro trámite para luego volver a anular. ¿Podrías preparar un acta falsa?—Yo me encargaré de todo —aseguró Cristóbal—. No te preocupes, no tendrás que mover un dedo.Gabriela lo miró con cierta sorpresa.—Vaya, qué eficiencia. ¿Siempre eres así?—¿Cuándo no lo he sido? —bromeó Cristóbal, dándose golpecitos en el pecho con orgullo—. Cristóbal es confiable en cualquier circunstancia.Esta vez, Gabriela soltó una sonrisa verdadera, la más relajada desde hacía tiempo.—En mi familia hay una tradición de otorgar una gran suma de dinero en cada boda. Mi idea es usarla para comprar audífonos especiales y donarlos a niños con sordera —contó él, entusiasmado, mientras salían—. Algo similar al dispositivo que tiene Concha.
Cielo Azul, el lugar que en su momento atesoró como un refugio, un hogar para compartir con «esa persona» por el resto de su vida. Pero todo había quedado atrás.Aun con cierta melancolía en el gesto, apartó la mirada y se subió al auto de Cristóbal.Al caer la tarde, Gabriela, vestida con un atuendo elegante pero sobrio, llegó junto a Cristóbal al hotel donde estaba alojado su padre.Aunque el lugar seguía teniendo cinco estrellas y conservaba cierto prestigio, se notaba el paso del tiempo en sus instalaciones.—Mi papá solía venir mucho a Midred. Siempre se hospedaba aquí, y ya se le volvió costumbre. Insistió en regresar a su «hotel de siempre» —explicó Cristóbal en voz baja.—Ajá… —fue todo lo que respondió Gabriela, que se notaba un tanto nerviosa.Cristóbal la observó de reojo, sin poder disimular en sus ojos la admiración que sentía. Para él, la elegancia y la belleza de Gabriela eran simplemente perfectas. Y se sentía como si hubiese ganado la lotería con un premio inimaginable
Sin embargo, Cristóbal había estado siempre más concentrado en sus pacientes y en su investigación que en relaciones personales.Santiago, en su afán de verlo acompañado, llegó a presentarle varias chicas con buenos antecedentes y excelente reputación, pero, en cada cita, Cristóbal terminaba hablándoles como si fueran sus «clientas», hurgando en sus inseguridades y haciéndolas huir sin intención de verle de nuevo.La comida se desarrolló de un modo sorprendentemente relajado.Tras un par de comentarios iniciales un tanto filosos, Santiago moderó su aire intimidante y mostró un talante amable, conversando con Gabriela.Aunque hablaba con lentitud, se expresaba con sabiduría y afecto, como si fuera ese típico abuelo de la familia, culto y cariñoso.La atmósfera les permitió a los tres disfrutar de un ambiente más ligero.Cuando llegó la hora de retirarse, el mayordomo se acercó para recordar a Santiago su rutina de descanso. Santiago asintió y se le notó un leve cansancio:—Si ya han dec