—¿No pudiste dormir bien? —preguntó Cristóbal, notando sus ojeras. Su sonrisa se atenuó—. Tal vez… te afecte algo relacionado con Álvaro.—Tuve pesadillas —murmuró ella, frotándose los ojos—. Pero dime, ¿no te digas que fuiste hasta el Centro de Cuidados anoche sólo para traerme estos fideos?—Tenía pendientes por esa zona —respondió Cristóbal, restándole importancia—. Lo prepararon por separado: los mariscos, los fideos y el caldo, todo sellado al vacío para mantenerlo caliente. Cómelo de inmediato.—Gracias —agradeció Gabriela, tomando la bolsa.Cristóbal no insistió en entrar. Se despidió con un gesto de la mano y se marchó sin rodeos.Gabriela lo vio alejarse, cerró la puerta y soltó un lento suspiro.Aproximadamente dos horas transcurrían entre el Centro de Cuidados y el hotel, y sin embargo, la sopa de mariscos todavía seguía caliente.Sin saber muy bien por qué, a Gabriela se le vino de pronto a la mente lo que dijo Kian al acusarla: que cuando Álvaro supo que ella vomitaba a to
La pregunta de Cristóbal hizo que Kian girara la cabeza para verlo. Al reconocerlo, el enojo se le reflejó en el rostro y, en un impulso, empujó a Gabriela con brusquedad. Cristóbal la sostuvo de inmediato para que no cayera.—¡Par de adúlteros! ¡Bah! —escupió Kian, furibundo.—Por favor… lleven a Alvi de vuelta al hospital —pidió Oliver, con un aire de hastío y dolor.Kian soltó un bufido y regresó al lado de Álvaro. Este, sin embargo, volvió a mirar en dirección a Gabriela, mientras Cristóbal la cubría con el cuerpo, muy alerta.Pero Álvaro esbozó una sonrisa helada:—Me intriga saber… ¿En qué se parece él a Emiliano?—Cristóbal no tiene que parecerse a Emiliano —replicó Gabriela, con los puños crispados y un odio que se le notaba en la mirada—. ¡Álvaro, ojalá nunca tengas una buena muerte!Los ojos de Álvaro temblaron un instante, pero luego dejó escapar una carcajada sarcástica.—Ya basta, no más —intervino Cristóbal, interponiéndose para bloquear la mirada de Gabriela—. Mi padre n
—¿Cómo está Álvaro…? —Noelia avanzó hacia ella, con los ojos llenos de lágrimas.Sin embargo, Cintia la miró furiosa:—¿Qué fue lo que hiciste? ¿Por qué, de la nada, mi hermano y mi cuñada se divorcian? —soltó, acusadora.Noelia titubeó, pero la emoción de saberse ganadora la superó. Al enterarse de la ruptura, sus labios no pudieron reprimir una sonrisa.—¿Entonces ya se divorciaron? ¿En serio?—¡Conque fue cosa tuya! —Cintia ardía de rabia—. ¡Te has salido con la tuya otra vez! Fuiste capaz de arrebatarle a mi cuñada su vida de lujos y encima destruiste su matrimonio. ¡Eres malvada! Si crees que, al separarse, vas a «reemplazar» a Gabriela en su lugar con mi hermano, estás soñando despierta. ¡Jamás lo permitiré!Acto seguido, Cintia regresó al auto, lanzó la bolsa de Noelia afuera y arrancó a toda velocidad, dejando atrás a la llorosa muchacha.Noelia, en vez de molestarse, casi dio saltos de alegría. Al fin ese obstáculo que era Gabriela se había ido.Ahora, creía, sería libre de re
—Pues no hay más que decir. Mejor ven en un rato. Vamos a comer algo rico para celebrar que al fin te liberaste de ese patán —añadió Marcela, con un tono que buscaba animarla.Gabriela asintió otra vez. Luego de un par de palabras de aliento, Marcela cortó la videollamada.—¿Así que Grupo Saavedra de veras publicó un comunicado? —preguntó Cristóbal, frunciendo el ceño con incredulidad.Era obvio que un divorcio de una familia poderosa no se manejaba igual que uno de la gente común. Máxime si, hacía poco, el triángulo entre Álvaro, Gabriela y Noelia se había vuelto un escándalo viral en las redes.Salir ahora con una nota oficial de divorcio implicaba que las acciones tanto de Grupo Saavedra como de Unión Rojo podrían caer en picada en los próximos días.Cristóbal no se explicaba cómo Álvaro —un hombre tan fríamente calculador— se prestaría a semejante escándalo si no era para herir a Gabriela.Ella, por su parte, abrió los temas en tendencia y, sin sorpresa, vio que el término «divorci
Gabriela dudó un instante. Sospechaba que Cintia ni siquiera sabía que ella había estado a punto de matar a Álvaro.Cualesquiera que fueran los afectos de Cintia, jamás se compararían con el hecho de que su hermano había estado al borde de la muerte.—Cintia… —dijo con un suspiro, pasándose la lengua por los labios resecos—. Ya no deseo seguir relacionada con la familia Saavedra. Te deseo lo mejor, de verdad… pero hasta aquí llegamos.Con esas palabras, Gabriela cortó la comunicación y, acto seguido, bloqueó el número de Cintia.Ella comprendía que, dentro de una familia tan voraz como los Saavedra, a Cintia le convenía estar del lado de su hermano y no mezclarse con la «enemiga» de Álvaro.Él la odiaba hasta tal punto que relacionarse con Gabriela no traería nada bueno.Después de tanto esfuerzo, Cintia al fin tenía la oportunidad de legitimar su lugar como hija reconocida, y no iba a arriesgarse por alguien que tenía todas las de perder frente a un hombre vengativo.Al cabo de unos m
—¡Están tan divinos que hasta un sapo se muere por probar carne de cisne! —comentó otra voz.—Más que preocuparme por si un hombre es basura o no, lo que me interesa es saber: ¿cuánto le tocará a Gabriela en el divorcio? ¡Álvaro es una oveja gorda! Ni que lo dividiéramos a la mitad; aunque fuera tan solo un diez por ciento, ya le alcanza para que Gabriela se dé un gustazo de por vida —dijo otro entusiasmado.—¡Lana, lana, lana! Siempre es lo mismo con la lana; Gabriela no es como tú, que eres un obsesionado de la lana, y yo me preocupo porque se sienta triste —opinó alguien más.—Lo que ahora es tristeza es solo pasajero; si no se divorcian, el sufrimiento durará toda la vida. Nuestra Gabriela, de belleza arrebatadora, tendrá montones de hombres haciendo fila para ser su perrito. Y entre nosotros, de estos diez, ya hay dos que no lo son —añadió otra voz.—Exacto, ¿qué tiene un hombre infiel, un verdadero chico basura, para merecer que uno se aferre a él? —concluyó alguien.Marcela tení
Mientras tanto, Fernanda, vestida con su ropa de práctica, dejaba ver aún más su impecable figura.Con los brazos cruzados y una actitud de evidente superioridad, echó un vistazo a Gabriela de arriba abajo, pensando para sí: «Tan débil… nada extraordinario».—¿Llegué en mal momento? —preguntó Gabriela, con una pequeña sonrisa de duda.—¡Claro que no! ¡Te estábamos esperando! Espera… Gabriela, tú… ¿tú estás hablando? —exclamó alguien, visiblemente sorprendido.El resto también se quedó atónito; incluso Marcela abrió los ojos con asombro antes de esbozar una sonrisa radiante. Ella sabía que Gabriela había perdido la voz por un bloqueo emocional y alguna vez le preguntó si había sido de nacimiento o causado por una enfermedad posterior. Gabriela le contó que sufría de afasia por un trauma psicológico.—¡Dios mío! ¿De verdad te recuperaste con ese psicólogo tan bueno del que me hablaste? —Marcela se acercó emocionada y tomó a Gabriela de los brazos, casi al borde de las lágrimas—. ¡Esto es
Después de hablar con Cintia, Gabriela no había vuelto a revisar el teléfono.Creyó guardarlo en el bolso antes de bajar del coche y ni siquiera se percató de que lo había dejado atrás. Apresuradamente se acercó a recogerlo.Cristóbal, al entregárselo, le habló en voz baja con suma delicadeza:—Pregúntales a tus amigos qué quieren comer al mediodía; puedo encargarme de reservar un restaurante.—No hace falta. Marcela ya lo tiene resuelto. Puedes ir tranquilo —respondió Gabriela en voz baja.En efecto, ella le había dicho a Cristóbal que no la esperara, pues tenía otros pendientes.—¡Oye, guapo! —exclamó Marcela, siempre rápida para percibir cualquier detalle.Cristóbal levantó la mirada.—¿Qué tal?—¿Tú eres el amigo que le compró los postres a Gaby, cierto? —preguntó ella, acercándose para observarlo de cerca—. ¡Vaya, sí que eres apuesto! Ya que estás aquí, ¿por qué no te quedas a comer con nosotras? ¡Tú nos regalaste los postres, nosotras te invitamos a almorzar!—No, no —intervino G