—¿Cómo está Álvaro…? —Noelia avanzó hacia ella, con los ojos llenos de lágrimas.Sin embargo, Cintia la miró furiosa:—¿Qué fue lo que hiciste? ¿Por qué, de la nada, mi hermano y mi cuñada se divorcian? —soltó, acusadora.Noelia titubeó, pero la emoción de saberse ganadora la superó. Al enterarse de la ruptura, sus labios no pudieron reprimir una sonrisa.—¿Entonces ya se divorciaron? ¿En serio?—¡Conque fue cosa tuya! —Cintia ardía de rabia—. ¡Te has salido con la tuya otra vez! Fuiste capaz de arrebatarle a mi cuñada su vida de lujos y encima destruiste su matrimonio. ¡Eres malvada! Si crees que, al separarse, vas a «reemplazar» a Gabriela en su lugar con mi hermano, estás soñando despierta. ¡Jamás lo permitiré!Acto seguido, Cintia regresó al auto, lanzó la bolsa de Noelia afuera y arrancó a toda velocidad, dejando atrás a la llorosa muchacha.Noelia, en vez de molestarse, casi dio saltos de alegría. Al fin ese obstáculo que era Gabriela se había ido.Ahora, creía, sería libre de re
—Pues no hay más que decir. Mejor ven en un rato. Vamos a comer algo rico para celebrar que al fin te liberaste de ese patán —añadió Marcela, con un tono que buscaba animarla.Gabriela asintió otra vez. Luego de un par de palabras de aliento, Marcela cortó la videollamada.—¿Así que Grupo Saavedra de veras publicó un comunicado? —preguntó Cristóbal, frunciendo el ceño con incredulidad.Era obvio que un divorcio de una familia poderosa no se manejaba igual que uno de la gente común. Máxime si, hacía poco, el triángulo entre Álvaro, Gabriela y Noelia se había vuelto un escándalo viral en las redes.Salir ahora con una nota oficial de divorcio implicaba que las acciones tanto de Grupo Saavedra como de Unión Rojo podrían caer en picada en los próximos días.Cristóbal no se explicaba cómo Álvaro —un hombre tan fríamente calculador— se prestaría a semejante escándalo si no era para herir a Gabriela.Ella, por su parte, abrió los temas en tendencia y, sin sorpresa, vio que el término «divorci
Gabriela dudó un instante. Sospechaba que Cintia ni siquiera sabía que ella había estado a punto de matar a Álvaro.Cualesquiera que fueran los afectos de Cintia, jamás se compararían con el hecho de que su hermano había estado al borde de la muerte.—Cintia… —dijo con un suspiro, pasándose la lengua por los labios resecos—. Ya no deseo seguir relacionada con la familia Saavedra. Te deseo lo mejor, de verdad… pero hasta aquí llegamos.Con esas palabras, Gabriela cortó la comunicación y, acto seguido, bloqueó el número de Cintia.Ella comprendía que, dentro de una familia tan voraz como los Saavedra, a Cintia le convenía estar del lado de su hermano y no mezclarse con la «enemiga» de Álvaro.Él la odiaba hasta tal punto que relacionarse con Gabriela no traería nada bueno.Después de tanto esfuerzo, Cintia al fin tenía la oportunidad de legitimar su lugar como hija reconocida, y no iba a arriesgarse por alguien que tenía todas las de perder frente a un hombre vengativo.Al cabo de unos m
—¡Están tan divinos que hasta un sapo se muere por probar carne de cisne! —comentó otra voz.—Más que preocuparme por si un hombre es basura o no, lo que me interesa es saber: ¿cuánto le tocará a Gabriela en el divorcio? ¡Álvaro es una oveja gorda! Ni que lo dividiéramos a la mitad; aunque fuera tan solo un diez por ciento, ya le alcanza para que Gabriela se dé un gustazo de por vida —dijo otro entusiasmado.—¡Lana, lana, lana! Siempre es lo mismo con la lana; Gabriela no es como tú, que eres un obsesionado de la lana, y yo me preocupo porque se sienta triste —opinó alguien más.—Lo que ahora es tristeza es solo pasajero; si no se divorcian, el sufrimiento durará toda la vida. Nuestra Gabriela, de belleza arrebatadora, tendrá montones de hombres haciendo fila para ser su perrito. Y entre nosotros, de estos diez, ya hay dos que no lo son —añadió otra voz.—Exacto, ¿qué tiene un hombre infiel, un verdadero chico basura, para merecer que uno se aferre a él? —concluyó alguien.Marcela tení
Mientras tanto, Fernanda, vestida con su ropa de práctica, dejaba ver aún más su impecable figura.Con los brazos cruzados y una actitud de evidente superioridad, echó un vistazo a Gabriela de arriba abajo, pensando para sí: «Tan débil… nada extraordinario».—¿Llegué en mal momento? —preguntó Gabriela, con una pequeña sonrisa de duda.—¡Claro que no! ¡Te estábamos esperando! Espera… Gabriela, tú… ¿tú estás hablando? —exclamó alguien, visiblemente sorprendido.El resto también se quedó atónito; incluso Marcela abrió los ojos con asombro antes de esbozar una sonrisa radiante. Ella sabía que Gabriela había perdido la voz por un bloqueo emocional y alguna vez le preguntó si había sido de nacimiento o causado por una enfermedad posterior. Gabriela le contó que sufría de afasia por un trauma psicológico.—¡Dios mío! ¿De verdad te recuperaste con ese psicólogo tan bueno del que me hablaste? —Marcela se acercó emocionada y tomó a Gabriela de los brazos, casi al borde de las lágrimas—. ¡Esto es
Después de hablar con Cintia, Gabriela no había vuelto a revisar el teléfono.Creyó guardarlo en el bolso antes de bajar del coche y ni siquiera se percató de que lo había dejado atrás. Apresuradamente se acercó a recogerlo.Cristóbal, al entregárselo, le habló en voz baja con suma delicadeza:—Pregúntales a tus amigos qué quieren comer al mediodía; puedo encargarme de reservar un restaurante.—No hace falta. Marcela ya lo tiene resuelto. Puedes ir tranquilo —respondió Gabriela en voz baja.En efecto, ella le había dicho a Cristóbal que no la esperara, pues tenía otros pendientes.—¡Oye, guapo! —exclamó Marcela, siempre rápida para percibir cualquier detalle.Cristóbal levantó la mirada.—¿Qué tal?—¿Tú eres el amigo que le compró los postres a Gaby, cierto? —preguntó ella, acercándose para observarlo de cerca—. ¡Vaya, sí que eres apuesto! Ya que estás aquí, ¿por qué no te quedas a comer con nosotras? ¡Tú nos regalaste los postres, nosotras te invitamos a almorzar!—No, no —intervino G
Al terminar la última persona, solo quedaba Fernanda sin hacer su exhibición.Sin embargo, se le notaba un gesto de desprecio en el rostro. Para ella, Gabriela debía estar siendo hipócrita o quizá no tenía el nivel para juzgar a nadie.Justo cuando Fernanda estaba a punto de hacer su demostración, Gabriela sonrió y dijo:—Ya está cerca la hora de la comida. Desayuné muy temprano y… ¡ya me muero de hambre! ¿Vamos a comer?—¡Sí!—¡Mariscos, allá vamos!—¡Pienso comer hasta que Marcela llore viendo la cuenta!El grupo recibió la idea con gritos de entusiasmo. Fernanda, que había adelantado medio paso para empezar a bailar, se detuvo sin decir nada y retiró el pie.—¿Te animas, Fernanda? —preguntó Marcela.Cruzada de brazos, la joven levantó su bolso y, sin dignarse a mirar al resto, contestó:—No, gracias. Vayan ustedes.Acto seguido, salió de la sala sin volver la vista atrás.—Está molesta —comentó Marcela a Gabriela en voz baja.—¿Y a nosotros qué nos importa? —replicó alguien del grup
—Entonces me quedo con tus palabras —dijo Gabriela, sonriendo.Las dos se miraron con complicidad, y Marcela suspiró aliviada.Hacía poco, en una videollamada, había notado que Gabriela había estado llorando. Sin embargo, ahora la veía tranquila, como si hubiera superado esa etapa dolorosa de su matrimonio.Mientras tanto, los demás bailarines acababan de cambiarse de ropa y, entre risas y pláticas, se dirigieron en grupo al restaurante que Marcela había reservado.Durante la comida, uno tras otro se turnaron para contarle a Gabriela anécdotas graciosas de sus giras más recientes, intentando distraerla o hacerla sentir mejor. Ella, por su parte, se mostró muy dispuesta a seguirles el juego.Aquella comida transcurrió en un ambiente alegre y relajado. Al regresar a la compañía de danza, vieron que Fernanda ya se había cambiado a su atuendo de práctica y estaba concentrada ensayando una coreografía nueva.Según Marcela les había comentado, Fernanda presentaría una pieza original en la pr