Fernanda parpadeó, sorprendida. No se esperaba que Gabriela aceptara tan fácilmente y, además, escogiera la misma coreografía que ella acababa de ensayar.Si de verdad estaba lesionada, lo más probable era que hubiera estado sin entrenar por al menos dos meses.Eso la ponía en clara desventaja, pero a Fernanda le desconcertaba si era simple arrogancia de Gabriela… o si la estaba menospreciando.—Gabriela —susurró uno de los bailarines que solía ser su pareja en escena, acercándose con evidente nerviosismo—. Ella conoce esa pieza al derecho y al revés… ¿Por qué no eliges algo que tú domines mejor?Al ver aquello, Fernanda se cruzó de brazos con una mueca desdeñosa.—Sí, mejor elige algo que te resulte cómodo. No quiero que luego digas que abusé de la ventaja para humillarte.—¿Y qué chiste tiene bailar lo que ya dominamos? —replicó Gabriela, con una pequeña sonrisa y sin dejar rastro de tensión en sus ojos—. Si te preocupa que tengas demasiada ventaja, propongo esto: tú bailas la coreog
En cambio, los pasos de Gabriela desbordaban la esencia de la pieza, transmitiendo la sensación de una brisa primaveral que renovaba la tierra, donde retoños verdes brotaban entre la hierba cubierta por lo que quedaba de nieve, y pequeñas flores se abrían bajo la luz dorada del sol. Esa brisa suave parecía deslizarse por todo el escenario y rozar los rostros de la gente, llenándolos de una alegría casi contagiosa.Fernanda, por su parte, se detuvo a mitad de su coreografía. Alrededor se había congregado no solo su propio grupo, sino también bailarines de otras compañías, colmando puertas y pasillos. Sin embargo, nadie tenía la mirada puesta en ella. Todos contemplaban a Gabriela.Entonces, Gabriela concluyó con un final impecable. De inmediato estallaron las aclamaciones y los aplausos:—¡Gabriela, en la próxima vida quiero ser tu perro!—¡Eres la verdadera reina!—¡Gabriela es lo máximo!El rostro de Fernanda adquirió un tinte sombrío. Se sentía expuesta, como si la hubieran despojado
—Si son un desastre y no destacan, ¿para qué querría acomodarme a ustedes? —Fernanda no dudó en responder con la misma agresividad. Volvió a mirar a Gabriela con rabia—. ¡No acepto este resultado! Exijo otro enfrentamiento.—No puede ser —replicó Gabriela, moviendo la cabeza con aparente pesadumbre—. Mi lesión no me permite hacer más.—¡No me importa! —insistió Fernanda, empeñada en su exigencia—. Hoy mismo vas a competir conmigo de nuevo.—¿Qué demonios quieres decir con eso? ¿No oíste que ella está lesionada? ¡Vaya gracia la tuya! Fuimos a Sídney a presentarnos a principios del verano pasado y ni apareciste para retar a Gabriela. Ahora que está lastimada, ¿te animas a hacer el show? —espetó una chica que había recibido mucho apoyo de Gabriela en el pasado, avanzando con decisión.—¡Luisa! —exclamó Marcela, sintiendo un escalofrío al ver su vehemencia—. Cálmate, al fin y al cabo, todos somos del mismo equipo.—Marcela, ¿cómo quieres que me calme? Desde que ella llegó, no pareces la mi
—¡Cállate! ¡Te advierto que…! —Fernanda pasó del rojo al blanco, sin poder ocultar su furia.—¿Advertirme de qué? ¿De que me vas a despedir? ¡Perfecto! Más te vale no ahorrarte ni mi indemnización ni mi finiquito cuando lo hagas. ¡Estoy ansiosa por ver qué tan «poderosa» eres! —replicó Marcela, mirándola fijamente.Fernanda se quedó atónita. Al investigar los antecedentes de Marcela, había asumido que era una simple exestudiante pobre y que, por ser «un bicho insignificante», haría lo que fuera para conservar el empleo.—¡Lárgate de aquí! —gritó Fernanda, totalmente furiosa.—¡Mira, yo no me largo! —replicó Marcela, altiva—. Yo salgo de aquí con la cabeza en alto. —Dicho esto, tomó a Gabriela con una mano y, con la otra, jaló a Luisa, que se había quedado helada—. Y dime, Gaby, ¿qué hacemos todavía en esta compañía? Clarísimo que te tiene envidia. Como no puede ganarte, pretende copiarte a escondidas.Marcela soltó aquellas palabras con voz bien alta. Al escucharla, Fernanda sintió un
—Marcela, ni tú misma puedes salir bien librada de esta, ¿y pretendes cargar con los demás? —comentó Fernanda, ya sin su atuendo de práctica, luciendo ropa de diseñador de pies a cabeza.—¿Y eso qué te importa? —respondió Marcela, interponiéndose para proteger a su gente.—No creerás que, después de dejarme en ridículo, todo quedará así, ¿verdad? —Fernanda se detuvo frente a Marcela. Era más alta que ella, y la miró con desprecio, como si estuviera frente a un insecto—. ¿Por qué no lo averiguas? A ver a qué compañía de renombre se atreven a postularse tú… y todos estos.—¿Crees que con esa actitud de matona mafiosa vas a asustarnos? —soltó uno de los bailarines, con un tono burlón.Fernanda, lejos de molestarse, sonrió con más intensidad. Luego miró de reojo a Gabriela.Gabriela, tranquila, le sostuvo la mirada sin un ápice de temor.—Señorita Fuentes, menos mal que soy la que ganó. De haber perdido contra alguien con tu forma de ser, realmente me sentiría avergonzada.Con esa respuest
—¿Un cambio? —Marcela alzó las cejas, algo confundida.Fue entonces cuando su teléfono sonó.—Bah, seguro es spam… —murmuró Marcela al ver el número desconocido, dispuesta a cortar la llamada.—¿Y si es esa buena noticia que tanto esperabas? —comentó Gabriela, conteniendo una sonrisa.—¿Hablas en serio? —replicó Marcela, incrédula.Gabriela asintió con suavidad. Marcela, entre dudosa y esperanzada, aceptó la llamada.—¿Hola? —contestó, preparando el mejor tono posible.Mientras escuchaba a la persona al otro lado de la línea, sus ojos se fueron abriendo cada vez más y su postura se enderezó por completo.—Sí, entiendo. De acuerdo. Envíame toda la información, le daré una revisada y te confirmaré —dijo con la voz todavía firme, aunque sus manos temblaban de la emoción.Después de escuchar un par de frases más, colgó. Con el cuello un tanto rígido, se volvió hacia Gabriela:—¡La buena noticia llegó de verdad!—¿En serio? ¿Qué pasó?—¡Alguien quiere asociarse conmigo para fundar una nueva
Mientras tanto, Fernanda llegó a su casa con un humor de perros. Una empleada doméstica se arrodilló para ayudarla a quitarse los zapatos, pero, presa de los nervios, rozó el empeine de Fernanda. Ella frunció el ceño con desagrado y la pateó:—¡Torpe! ¡Ni para cambiarme el calzado sirves!—Disculpe, señorita, tendré más cuidado la próxima vez… —suplicó la joven.Ese ruego solo enojó más a Fernanda:—¡Mayordomo! ¡Llévatela de aquí!El mayordomo acudió apresurado y ordenó a dos personas retirar a la criada, que seguía llorando y pidiendo perdón. Fernanda avanzó hacia la sala y, desde el piso superior, bajó una mujer de porte majestuoso y elegancia extrema.—Volviste de mal humor. ¿Ahora quién te hizo enfadar? —preguntó la mujer.—Mamá… —murmuró Fernanda, bajando la vista. Desde que vio a esa señora, su altivez se esfumó.La mujer vestía una bata de seda con plumas de avestruz, avanzando con paso lento hasta situarse frente a Fernanda.—Oí que hoy hiciste un escándalo y saliste perdiendo.
***En el hospital, Kian salió de la habitación y enseguida notó a Laura, de pie en un rincón del pasillo, ensimismada en sus pensamientos. Él avanzó con el ceño fruncido, sacó una cajetilla y encendió un cigarro con un chasquido.—¿Sigue inconsciente el señor Álvaro? —preguntó Laura, alzando la vista.—No… ¡Maldita sea, Laura! Fue un error hacerte caso. Tendría que haber matado a Gabriela con un tiro en aquel momento. A lo sumo, cuando el joven amo despertara, que me liquidara a mí. ¡Cualquier cosa sería mejor que este desastre! —bufó Kian, soltando el humo con rabia.Laura guardó silencio.—Si hubieras visto lo de esta mañana… ¡Ese desgraciado de Cristóbal estaba abrazando y apapachando a Gabriela delante de mi señor! ¡Le dio tanta rabia que terminó escupiendo sangre! —gruñó, dándole otra calada al cigarro—. ¡Este año, ni la familia Zambrano ni los Santiago van a librarse!—Antes de que el señor Álvaro regresara al hospital, firmó unos papeles —dijo Laura con la mirada perdida en el