—¿Un cambio? —Marcela alzó las cejas, algo confundida.Fue entonces cuando su teléfono sonó.—Bah, seguro es spam… —murmuró Marcela al ver el número desconocido, dispuesta a cortar la llamada.—¿Y si es esa buena noticia que tanto esperabas? —comentó Gabriela, conteniendo una sonrisa.—¿Hablas en serio? —replicó Marcela, incrédula.Gabriela asintió con suavidad. Marcela, entre dudosa y esperanzada, aceptó la llamada.—¿Hola? —contestó, preparando el mejor tono posible.Mientras escuchaba a la persona al otro lado de la línea, sus ojos se fueron abriendo cada vez más y su postura se enderezó por completo.—Sí, entiendo. De acuerdo. Envíame toda la información, le daré una revisada y te confirmaré —dijo con la voz todavía firme, aunque sus manos temblaban de la emoción.Después de escuchar un par de frases más, colgó. Con el cuello un tanto rígido, se volvió hacia Gabriela:—¡La buena noticia llegó de verdad!—¿En serio? ¿Qué pasó?—¡Alguien quiere asociarse conmigo para fundar una nueva
Mientras tanto, Fernanda llegó a su casa con un humor de perros. Una empleada doméstica se arrodilló para ayudarla a quitarse los zapatos, pero, presa de los nervios, rozó el empeine de Fernanda. Ella frunció el ceño con desagrado y la pateó:—¡Torpe! ¡Ni para cambiarme el calzado sirves!—Disculpe, señorita, tendré más cuidado la próxima vez… —suplicó la joven.Ese ruego solo enojó más a Fernanda:—¡Mayordomo! ¡Llévatela de aquí!El mayordomo acudió apresurado y ordenó a dos personas retirar a la criada, que seguía llorando y pidiendo perdón. Fernanda avanzó hacia la sala y, desde el piso superior, bajó una mujer de porte majestuoso y elegancia extrema.—Volviste de mal humor. ¿Ahora quién te hizo enfadar? —preguntó la mujer.—Mamá… —murmuró Fernanda, bajando la vista. Desde que vio a esa señora, su altivez se esfumó.La mujer vestía una bata de seda con plumas de avestruz, avanzando con paso lento hasta situarse frente a Fernanda.—Oí que hoy hiciste un escándalo y saliste perdiendo.
***En el hospital, Kian salió de la habitación y enseguida notó a Laura, de pie en un rincón del pasillo, ensimismada en sus pensamientos. Él avanzó con el ceño fruncido, sacó una cajetilla y encendió un cigarro con un chasquido.—¿Sigue inconsciente el señor Álvaro? —preguntó Laura, alzando la vista.—No… ¡Maldita sea, Laura! Fue un error hacerte caso. Tendría que haber matado a Gabriela con un tiro en aquel momento. A lo sumo, cuando el joven amo despertara, que me liquidara a mí. ¡Cualquier cosa sería mejor que este desastre! —bufó Kian, soltando el humo con rabia.Laura guardó silencio.—Si hubieras visto lo de esta mañana… ¡Ese desgraciado de Cristóbal estaba abrazando y apapachando a Gabriela delante de mi señor! ¡Le dio tanta rabia que terminó escupiendo sangre! —gruñó, dándole otra calada al cigarro—. ¡Este año, ni la familia Zambrano ni los Santiago van a librarse!—Antes de que el señor Álvaro regresara al hospital, firmó unos papeles —dijo Laura con la mirada perdida en el
Carmen Martínez provenía de una familia de abolengo. Durante la época de la guerra, vivió algunos sobresaltos, pero aun así creció como si fuera un tesoro en medio de tantas dificultades. Después se casó con Oliver, su amigo de infancia, y él la colmó de atenciones toda la vida.Debido a sus problemas de salud, a Carmen le costó mucho tener hijos. Con mucho esfuerzo logró dar a luz a una niña, Sofía, que padecía una condición que le impedía hablar. Después de ese parto, nunca más pudo embarazarse.La familia Rojo era un imperio considerable, y Oliver era la cabeza de la misma. En teoría, aunque no se divorciara de Carmen, no habría sido raro que tuviera uno o varios hijos fuera del matrimonio. Pero Oliver jamás lo hizo: durante toda su vida, solo estuvo con Carmen.Ella, criada en un ambiente de mimos, siempre tuvo una visión sesgada del mundo. Incluso después de los últimos sucesos, Carmen no se veía en falta con la manera en que había educado a su hija. Cuando Sofía se involucró con
Las manos de Álvaro temblaban, y su respiración seguía agitada. Su mirada sin foco tardó unos segundos en concentrarse.—¿Alvi? —Lo llamó Oliver con suavidad. Finalmente, Álvaro se fijó en el anciano que lo observaba con preocupación.—¿Qué hora es? —preguntó Álvaro, casi sin aliento.—Son las seis de la tarde, ¿tienes hambre? Pediré que traigan algo de comer —respondió Oliver, mientras elevaba lentamente el respaldo de la cama. Álvaro no opuso resistencia.—¿Por qué sigues aquí? —murmuró Álvaro con una pausa tensa—. Ahora que sabes lo que soy, lo lógico sería que te alejaras, ¿no? Unión Rojo no la voy a tocar.—¿Qué insinúas? ¿Crees que tu abuelo se queda solo para que no «devores» Unión Rojo? —replicó Oliver, en un tono severo.Álvaro lo miró sin responder.—Unión Rojo fue siempre tuya —agregó Oliver, bajando los párpados para ocultar la humedad en sus ojos. Luego acomodó la sábana sobre la mano de Álvaro—. Di lo que gustes conmigo, pero por favor no insistas delante de tu abuela. Su
El impacto fue devastador en la bolsa: todas las acciones vinculadas al Grupo Saavedra se vinieron abajo en cuanto abrió el mercado. De inmediato, Laura, la responsable de la oficina presidencial de la compañía, ofreció una rueda de prensa en nombre de Álvaro:—El señor Mattheo actuó siempre a título personal. Lamentamos profundamente lo sucedido. Desde que el señor Álvaro asumió el control del Grupo Saavedra, todas las iniciativas y colaboraciones de la compañía han sido completamente legales. Con respecto a las acusaciones actuales que involucran a diversas personas, podemos afirmar que, en cuanto el señor Álvaro detectó irregularidades al tomar las riendas de la empresa, los responsables fueron puestos a disposición de las autoridades.Gabriela, recién aterrizada, vio a Laura conduciendo la conferencia de prensa:—Aquellos aspectos que no se identificaron inmediatamente serán investigados con rigor, y colaboraremos plenamente con las instituciones correspondientes. De igual forma, e
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever