Capítulo 2
Teatro Principal de la Ciudad Midred.

Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.

El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.

Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.

***

Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su reverencia final. Entre los aplausos entusiastas, lanzó una última mirada nostálgica al escenario y al público antes de retirarse al backstage.

—¿Te duele? Si es así, cancelo la sesión de fotos con los espectadores y te vas a descansar a la sala. Cuando termine la función del grupo, iré a buscarte —dijo Marcela, observando con preocupación cada gesto de Gabriela.

Gabriela agitó la mano, restando importancia a la situación. Sabía que algunos espectadores habían viajado desde lejos solo para verla. ¿Cómo podría decepcionarlos?

Después de la sesión de fotos, Marcela le dio unas indicaciones rápidas antes de volver al frente para supervisar el resto de la función, dejando el backstage en un silencio casi sepulcral.

Gabriela miró a su alrededor, una sensación de vacío apoderándose de ella. Desde que tenía memoria, el ballet había sido su vida. No poder hablar preocupó a la Madre Colomba, la directora del orfanato, quien había visto en la danza el único camino posible para Gabriela. Con gran sacrificio, logró reunir el dinero necesario para que la joven pudiera convertirse en bailarina de ballet.

Y ahora, todo aquello que había conocido parecía desmoronarse. La idea de no poder continuar era un golpe difícil de aceptar.

Con movimientos lentos, Gabriela se quitó el maquillaje. Cada gesto le recordaba el dolor en su cintura, una punzada constante que la acompañó mientras se dirigía, agotada, a la sala de descanso exclusiva para la primera bailarina.

Gabriela empujó la puerta de la sala de descanso y entró en la oscuridad. Apenas iba a encender la luz cuando una mano fuerte la atrapó por la muñeca, arrastrándola hacia adentro con una fuerza que no admitía resistencia. La puerta se cerró tras ellos con un chasquido, y el sonido del cerrojo resonó en el silencio.

Su alarma inicial se desvaneció al instante. El aroma familiar que la envolvía no dejaba lugar a dudas: era Álvaro. «¿Qué hacía él aquí?» La pregunta apenas cruzó por su mente antes de que un beso castigador, lleno de furia, la golpeara como una tormenta desatada. Gabriela intentó resistirse, pero Álvaro, alto y enfurecido, la sometió con facilidad.

Desesperada, mordió su labio con toda la fuerza que pudo reunir, sintiendo el sabor metálico de la sangre llenarle la boca. Pero ni siquiera eso lo detuvo. La verdad que Noelia desconocía es que sus suposiciones estaban completamente equivocadas. Poco después de su boda, los abuelos Rojo, Octavio y Carmen, habían orquestado todo para que Álvaro y Gabriela se convirtieran en esposos de verdad.

Álvaro la despreciaba, la odiaba… pero no podía resistirse a ella. Después de años juntos, se conocían al detalle; sabían exactamente cómo herirse y complacerse. En la penumbra, los pensamientos de Gabriela se desmoronaban rápidamente en un caos de emociones contradictorias. El dolor en su hombro la sacó de su confusión: Álvaro la había mordido.

¿Realmente estaba tan furioso? Ese pensamiento la irritó aún más. Siempre había sido difícil lidiar con su mal carácter. ¿No era él quien había deseado el divorcio desde el principio? Esa acta, firmada por él en los primeros días de su matrimonio, seguía guardada en su escritorio, una sombra constante entre ellos. Y ahora que finalmente lo conseguiría, que sería libre para estar con su adorada, ¿qué lo enfurecía tanto?

¿Acaso era porque ella fue quien pidió el divorcio?

El backstage del teatro bullía de actividad, gente entrando y saliendo constantemente. Gabriela incluso oyó a un asistente de dirección conocido pasar apresuradamente frente a la puerta. Si alguien los descubría, sería el mayor escándalo en el mundo del ballet, resonando a nivel internacional. Solo de pensarlo, un rubor de vergüenza subió a sus mejillas.

Mordiéndose los labios, se cubrió la boca con una mano temblorosa, sin atreverse a emitir el más mínimo sonido. Pero, para su horror, cuanto más trataba de mantenerse en silencio, más brutal se volvía Álvaro en su arremetida. Por supuesto. Él odiaba que ella fuera muda. Y por eso, en esos encuentros, siempre se deleitaba en hacerla gritar, disfrutando perversamente de su sufrimiento.

***

La luz blanca del foco era cegadora, una punzada en la vista. Álvaro, satisfecho, se desplomó en el sofá con una actitud despreocupada, como si nada hubiera pasado. Su ropa seguía impecable, manteniendo esa elegancia que lo caracterizaba. En contraste, el costoso vestido de ballet de Gabriela yacía hecho jirones, como un símbolo de lo que había quedado atrás.

Gabriela se duchó en el baño, dejando que el agua fría intentara calmar la tormenta dentro de ella. Al salir, envuelta en una holgada ropa de entrenamiento, se encontró con la mirada fría de Álvaro, que la seguía como una sombra.

—¿Quieres divorciarte? —Álvaro fue directo al grano, su tono vacío de cualquier emoción.

Gabriela alzó la vista. Ante ella, el hombre que alguna vez había amado, ahora se presentaba como un extraño, un reflejo distante del joven que había conquistado su corazón. Su rostro seguía siendo el mismo, pero esa frialdad en su mirada lo había transformado en alguien irreconocible.

¿Dónde había quedado el hombre que amaba?

Sin titubear, Gabriela asintió con calma y firmeza, una decisión ya tomada en su interior. La admiración que alguna vez brilló en sus ojos se había extinguido por completo.

Álvaro esbozó una sonrisa sarcástica, su voz teñida de desdén.

—¿Es por Noelia?

En lo más profundo de Álvaro, una chispa de satisfacción se encendió al ver que Gabriela finalmente mostraba algo de resistencia. Pero esa satisfacción fue efímera.

Con una serenidad que desconcertaba, Gabriela negó con la cabeza y comenzó a hacer señas con las manos, sus gestos precisos y directos:

“No, simplemente ya no te amo. Por eso quiero divorciarme.”

Su respuesta fue clara, sin rodeos, y sin el menor rastro de querer prolongar la conversación. Gabriela no tenía intención alguna de aferrarse a él, y eso hizo que la pequeña satisfacción de Álvaro se esfumara en un instante.

Por un breve momento, su mente quedó en blanco. ¿Cómo podía ser tan indiferente? Un recuerdo lo golpeó sin aviso, arrastrándolo a una noche lluviosa de muchos años atrás. La imagen de aquella mujer empujándolo al lado, el odio en sus ojos mientras le hacía señas:

“¡Sí! ¡Ya no te amo! Así que deja de llamarme mamá. ¡Tú y tu padre me repugnan! ¡Lárgate! ¡Lárgate bien lejos! ¡No quiero volver a verte!”

De repente, todas las emociones en Álvaro se evaporaron. Se levantó, su mirada cortante como el hielo al posarse sobre Gabriela.

—Bien, este matrimonio te lo robaste de Noelia, así que ya es hora de devolvérselo.

“Felicidades”, respondió Gabriela con una expresión de genuina sinceridad, sin rastro de sarcasmo.

Álvaro quedó atónito, la frialdad de su respuesta lo dejó descolocado. «¿Felicidades?» No esperaba que sus palabras fueran recibidas con tal serenidad, y mucho menos con una respuesta tan desconcertante.

Ese comentario lo transportó de nuevo al pasado, a un episodio que creía olvidado. En aquella ocasión, Noelia se había arrodillado frente a Gabriela, rogándole que no le arrebatara a Álvaro. Pero Gabriela, impasible, sacó un lápiz labial y, frente a todos los miembros de ambas familias, escribió en la pared una frase en grandes letras: «Él es mío, y solo mío.»

Pero ahora… «¿Felicidades?»

Los ojos de Álvaro se oscurecieron al mirar a Gabriela, pero rápidamente reprimió la ira inexplicable que comenzaba a brotar dentro de él. Este matrimonio debería haber terminado hace tiempo. Solo el atentado en el que Gabriela resultó gravemente herida al salvarlo había prolongado la situación hasta ahora. Y ahora, con ella proponiendo el divorcio, todo parecía finalmente encajar en su lugar. No había razón para estar enojado.

—Mañana por la mañana, mi abogado te contactará para que firmes el acuerdo de divorcio.

Gabriela asintió levemente, sorprendida por la calma que sentía, sin rastro de tristeza o nostalgia.

“Perfecto. Mañana por la noche tenemos la cena familiar; podemos anunciar nuestra separación a los mayores”, señaló Gabriela con las manos.

Álvaro apartó la mirada. «Vaya, lo tenía todo bien pensado», pensaba. Estaba claro que Gabriela realmente quería cortar todo vínculo con él.
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