Kian se quedó pasmado, con ganas de cavar un hoyo y meterse dentro.Por su conocimiento de Álvaro, después de que Gabriela le pusiera esa enorme y brillante «corona de infidelidad», que Álvaro no la matara ya era un milagro.¿Reconciliarse? ¡Ni en sueños!Por eso, en su rabia e incomprensión, Kian había terminado rompiendo del todo con Gabriela.¿Quién iba a pensar que el sol saldría por el oeste? Álvaro, en vez de matarla o deshacerse del bebé, aceptaba criar a ese hijo extraño, con tal de no perderla.Gabriela no volvió a mirar a Kian, demasiado incómodo para su gusto.Mientras marcaba una videollamada para Soren, se alejó de Kian y de Alicia, buscando un rincón más apartado de la casa.La videollamada se conectó.Antes de que Soren pudiera decir nada, Gabriela le hizo señas con rapidez: "Usa lenguaje de señas."Soren captó la indirecta. Seguro había gente escuchando del otro lado.Con señas claras y concisas, comunicó: "Me pediste vigilar a Ivana. Ayer al amanecer, la acusaron de in
Mucho menos podía confiar en Kian.—No es nada —dijo con desgana, y subió las escaleras, sin darle más vueltas.Kian se quedó ahí, con la sonrisa congelada en la cara.—La señora Saavedra está irreconocible desde que está embarazada —comentó Alicia en voz baja, acercándose a Kian—. No te lo tomes personal, Kian. ¿Has oído hablar de las hormonas del embarazo? Causan cambios de humor.—¿Hormonas de embarazo? ¿Eso existe? —Kian frunció el ceño, incrédulo.—Claro. Algunas mujeres se vuelven muy temperamentales durante el embarazo —afirmó Alicia, con total seguridad.Kian asintió, pensándolo seriamente:—Ahora que lo dices, señora Saavedra empezó con los dramas justo desde que quedó embarazada, peleando sin parar con el señor Saavedra.—¡Exacto! Antes no entendía su comportamiento, pero ahora que sabemos que está embarazada, todo tiene sentido con lo de las hormonas —explicó Alicia, convencida.Kian puso una cara como si se hubiera tragado una mosca.Ese bastardito que crecía en su vientre
La habitación estaba cerrada, en completo silencio. Cualquier sonido mínimo sería audible.Gabriela respiraba agitada.La voz seguía resonando en su mente, una tortura sutil que le provocaba un dolor punzante en las sienes.—El que sabe nadar es Emiliano, el que no sabe nadar es Álvaro…Gabriela repitió esa frase en voz baja, como si quisiera convencerse.En ese momento, la puerta se abrió de pronto.Gabriela alzó la mirada y se encontró con Álvaro, que entraba sigilosamente, como un ladrón sorprendido in fraganti.Él se detuvo, paralizado un segundo, pero enseguida recobró la compostura:—¿Por qué sigues despierta?A la luz tenue, podía ver el sudor fino en la frente de Gabriela.Era evidente que había tenido una pesadilla.Álvaro se acercó y notó su respiración agitada:—¿Fue una pesadilla?Se sentó a su lado.Gabriela lo observaba con una intensidad inquietante, como si quisiera atravesarlo con la mirada, escudriñar lo más profundo de su ser.Hacía tiempo que no lo miraba así desde
Pero su propuesta fue como pisarle la cola a un gato.—¡No se puede! —Gabriela lo miró con pánico, y de pronto, aferró su camisa con fuerza, como si lo amenazara—. ¡Álvaro, te lo advertí! ¡No quiero que te acerques a Isla Mar de Cristal!Su reacción tomó por sorpresa a Álvaro.—¿Te preocupa tu madre adoptiva…?No alcanzó a terminar la frase. Gabriela, alterada, lo interrumpió:—¡En la isla nadie quiere verte! ¡Prométeme que nunca, jamás, irás a Isla Mar de Cristal! ¡Promételo!—De acuerdo, no iré. Tranquila, cálmate —respondió él, cediendo de inmediato, alarmado por su arranque.Gabriela lo miraba con ojos desolados, recordando la advertencia de Carmen aquella vez en el hospital.De golpe, las lágrimas se le desbordaron.En un parpadeo, comprendió algo: tampoco quería que Álvaro descubriera que había sido su sustituto de Emiliano desde el principio.—Álvaro, me arrepiento —dijo Gabriela, con la voz entrecortada por el llanto—. Nunca debí arrebatarte de Noelia. Me equivoqué desde el pri
—¡Hermano, qué te pasa! —Cintia, enfadada, se giró con resentimiento hacia Álvaro, quien acababa de soltarla.Álvaro la dejó ir.Alicia se adelantó a responderle a Cintia:—Señorita Cintia, la señora Saavedra está embarazada, ¡tienes que tener más cuidado!Cintia primero se quedó congelada.Luego, abrió los ojos como platos, incrédula.—¿Cómo? ¿Qué dijiste?¿No que iba a divorciarse?¿No que estaba decidida a dejar a Álvaro?¿Y ahora resulta que está embarazada?Cintia alternó su mirada entre Gabriela y Álvaro, sin saber qué pensar. Gabriela frunció el ceño, fastidiada, sin decir nada. Por su parte, Álvaro la veía con una ternura que Cintia jamás le había conocido.—Cintia pasará aquí el Año Nuevo —anunció Álvaro con tono calmado.Gabriela los miró solo un segundo, sin pronunciar palabra, y se dio media vuelta para subir las escaleras.Desde que Cintia había intentado llevarse mejor con Gabriela, esta nunca la había tratado con tanta frialdad.Recordando el pitido del sistema de seguri
La implicación era clara: no era algo fácil de manejar.—Marcela, ¿qué quieres que haga? —preguntó Gabriela directamente.Ver a Marcela tan vacilante la hacía pensar que necesitaba un favor, pero que le daba pena pedirlo.—Pues… En la compañía de danza hay varias chicas complicadas, pero cuando pasan por tus manos, siempre terminan portándose bien. Si tienes tiempo, ¿podrías volver después de las fiestas para entrenar a ella?Estrictamente hablando, Gabriela todavía tenía un contrato vigente con la compañía, así que Marcela no tenía por qué sentirse avergonzada al pedirle algo así.Sin embargo, desde que se enteró de la historia llena de altibajos de Gabriela, de ese matrimonio arreglado que a cualquiera dejaría pensativo, y considerando que últimamente Gabriela a veces desaparecía varios días sin que nadie lograra contactarla, Marcela supuso que su vida no debía de ser nada sencilla en esos momentos.—De acuerdo —aceptó Gabriela sin titubear.Durante los años que llevaba en Midred, sa
Gabriela bajó la mirada levemente, y al oír lo que Cintia soltó sin querer, dibujó una sonrisa irónica.Por mucho que Álvaro hiciera alarde de un amor profundo, todos estaban conscientes de algo:Aunque la quisiera, era una devoción con condiciones.Por ejemplo, que ella ya no fuera muda.—¡Ay, esta boca mía! —exclamó Cintia al darse cuenta de su metida de pata. Se dio un golpecito en los labios y, rengueando un poco, regresó a sentarse. Sus ojos chispeantes de curiosidad se posaron en el vientre de Gabriela, como si allí dentro se ocultara un tesoro inestimable.—Allá afuera, esas niñas de la alta sociedad que critican por pura envidia todavía dicen que ni siquiera te has acostado con Álvaro —continuó, sin disimular su desparpajo—. Pero mira nada más, ya estás embarazada. ¡Cuando nazca el bebé, les vas a tapar la boca a todas esas chismosas! —Cintia fijó su mirada en el vientre aún plano de Gabriela—. ¡Es fantástico! El pequeñito ni nace y ya está cuidando de su mamá. ¡Un verdadero ho
Gabriela la miró, con una expresión que Cintia no supo interpretar.—Cintia, ya no hay vuelta atrás —murmuró—. Lo mío con Álvaro estaba condenado desde el principio.—¡Pero uno puede luchar para cambiarlo! —insistió Cintia.Gabriela, sin embargo, no volvió a pronunciar palabra.Aquella noche, Gabriela no bajó a cenar. Fue Alicia quien le llevó la comida a la habitación. Así que Cintia y Álvaro, como pocas veces, cenaron solos.—Necesito contarte algo… y prométeme que no vas a armar escándalo —dijo Cintia, moviendo el arroz en su plato sin mucho apetito—. Gabriela no piensa darle el apellido Saavedra al bebé. Ya escogió el nombre y será Feliciana García.Álvaro se sobresaltó ligeramente.¿García en lugar de Zambrano?Lo que Cintia nunca habría esperado era que Álvaro, con todo su carácter y orgullo, reaccionara… feliz.Ni siquiera se molestó, sino que pareció contento.En el fondo, Álvaro solo necesitaba confirmarse de algo: que Cristóbal no tenía valor alguno en la mente de Gabriela.—