Parecía que le estaba hablando a Gabriela, pero al mismo tiempo, su tono era más el de alguien hablando consigo misma.—Después, una vieja criada de la familia vino a cuidarme y me dijo: «Un bebé de siete meses puede sobrevivir. Pero uno de ocho, no siempre.»Gabriela tragó saliva y, con torpeza, rompió el silencio:—¿Y… él?Rosalina dejó escapar una risa seca, casi burlona.—Lo corté en pedacitos y lo lancé al fondo del mar para que se lo comieran los peces.—¡Bien hecho! —respondió Gabriela, sin dudar.Rosalina apartó la vista de la ventana y la fijó en Gabriela, con una curiosidad evidente.—Creí que te ibas a asustar, pero resulta que no eres una «flor delicada». Claro, tenía sentido… ¿qué clase de «florecita» podría atrapar a un tipo como Álvaro y hacer que se vuelva loco por ella?—Él no está loco por mí. No me ama. Es… pura obsesión.Rosalina arqueó una ceja, pero no discutió la afirmación de Gabriela.Después de todo, quien busca su libertad siempre encuentra mil razones para s
Rosalina se quedó en silencio, sorprendida.Habían pasado más de veinte años desde la muerte de aquella mujer.Sin importar cuán poderosa o influyente hubiera sido en su tiempo, ahora era solo un recuerdo que casi nadie mencionaba.—Vive bien, Gabriela —respondió Rosalina al fin, mirando de nuevo por la ventana. Tras un momento, añadió con franqueza—: Las malditas familias ricas son el cementerio de demasiadas mujeres. Si puedes huir, hazlo.***Cuando Álvaro salió del hospital, vio de lejos a Julio, quien había llegado desde Leeds para recoger a Cristóbal.Ambos se miraron por un instante.Álvaro no tenía intención de prestarle atención.Para él, en la familia Zambrano, el único que tenía suficiente peso como para hablar con él era Santiago.El auto arrancó lentamente, alejándose del hospital.Álvaro iba solo en el asiento trasero.No decía nada. Con el pulgar, giraba la alianza en su dedo anular, casi sin darse cuenta.Laura, sentada al frente, lo observaba por el retrovisor.Justo e
Pero nunca se había sonrojado así.Ella, que no tenía reparos en expresar su afecto, probablemente también le diría muchas cosas bonitas a Cristóbal, ¿no?Quizás no solo con señas o por escrito.Ahora podía hablar.Con esa voz tan suave, ¿cómo sonaría cuando le dijera «te amo» a Cristóbal?¿Se pondría tan colorada como esta chica?En el fondo, Gabriela no lo había amado tanto como aparentaba.Era una mentirosa…—No se preocupe, sabré comportarme y llevarme bien con su esposa —siguió diciendo la chica. Pero de lo que dijo, Álvaro solo retuvo esa última frase.Sus ojos se nublaron con una capa helada.—¿Tú? ¿Una tonta que quiere meterse en la cama de un hombre casado? ¿De verdad crees estar a la altura?La chica y su padre, que hasta hace un segundo tenían los ojos llenos de esperanza, se quedaron helados de miedo.—Señor Saavedra… —Raúl quiso explicar.—Ni siquiera pudo criar bien a su hija. ¿En qué otra cosa podría ser competente? —La voz de Álvaro era cortante como un cuchillo—. Laura
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever
Álvaro soltó una risa sarcástica, asintiendo con un «de acuerdo» antes de dirigirse hacia la puerta.Era un hombre alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Gabriela lo observó mientras se alejaba, pero en su mente, la figura que veía era la del joven alto y delgado que apenas recordaba. El dolor que había permanecido adormecido comenzó a aflorar, agudo y punzante.De repente, Álvaro se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia ella.—Gabriela —dijo con un tono frío—. Ya no estoy bajo el control de mi abuelo Octavio, así que no tendrás una segunda oportunidad. Tú pediste este divorcio, así que si te arrepientes después, no vayas a molestar a Noelia. Ya has causado suficiente daño.Álvaro siempre había sido consciente del amor intenso de Gabriela por él. En su vida, tan desprovista de todo, no había más que danza… y él. Estaba convencido de que las acciones de Gabriela en este momento no eran más que una reacción impulsiva provocada por la aparición de Noelia. Una vez que se calmara,
Colomba, que la había criado como su propia hija, captó de inmediato lo que pasaba.La familia García había venido a buscar a Gabriela seis meses después de la muerte de Emiliano Martínez. Aunque le dolía desprenderse de ella, ver cómo Gabriela no podía aceptar la muerte de Emiliano, cómo no comía ni dormía, y la desesperación con la que lo buscaba por todas partes, hizo que Colomba temiera que ella no sobreviviría si seguía así.Todos decían que, de continuar así, Gabriela no resistiría mucho más tiempo. Colomba pensó que, tal vez, un nuevo ambiente y una nueva familia la ayudarían a superar ese dolor.Por eso aceptó el dinero de la familia García y la envió a Midred.Poco después, Colomba escuchó rumores sobre un compromiso matrimonial. Sabía que Gabriela amaba profundamente a Emiliano, y que en tan poco tiempo sería incapaz de aceptar a otra persona. Temiendo que alguien forzara a su niña a casarse por interés, se apresuró a ir a Midred.Allí fue donde vio a Álvaro Saavedra, que aca
—Segurísima. Está desesperada por congraciarse con los dos ancianos que tienen el control en la familia Rojo. ¡No se perdería esa cena por nada! —contestó con sarcasmo la mujer al otro lado de la línea.Octavio Rojo, el abuelo materno de Álvaro, provenía de una familia rica desde hacía varias generaciones. Cuando ocurrió la lucha interna en la familia Saavedra, el padre de Álvaro, Eliseo, murió en un accidente, y Álvaro tuvo que regresar apresuradamente del extranjero, casi siendo expulsado del consorcio por sus propios tíos.En ese momento, incluso sin el asunto de la impostora, Noelia nunca habría cumplido con el compromiso de casarse con un hombre caído en desgracia como Álvaro. Pero, contra todo pronóstico, Álvaro consiguió el apoyo de su abuelo Octavio a través de su matrimonio con Gabriela, alguien con quien apenas tenía relación. Gracias a eso, pronto recuperó su posición.Mientras tanto, el idiota que Noelia había elegido, Lucio… No solo derrochó toda su fortuna, sino que casi