El aire pareció congelarse. La tensión que reinaba en el ambiente dio paso a un silencio atónito.Álvaro se quedó paralizado.«¿Gabriela… había hablado?»—¡Gabriela! ¿Qué dijiste? ¿Puedes repetirlo? —Cristóbal, a diferencia de los demás, estaba radiante de alegría.No era la primera vez que escuchaba a Gabriela hablar, pero las veces anteriores habían sido en momentos confusos, cuando su conciencia estaba ausente. Esto… ¡esto era completamente diferente!Sin embargo, Gabriela no apartó la mirada de Álvaro. Seguía firme, con los brazos extendidos frente a Cristóbal, su postura alerta, sus ojos llenos de una intensidad que nunca antes había mostrado.—No… lo… toques —repitió.Después de unos segundos de desconcierto, Álvaro soltó una risa amarga, tan forzada que resultaba más triste que cualquier lágrima.«¿Todo esto por proteger a Cristóbal?»«¿Había hablado solo por él?»—¿De verdad crees que decir «no» cambia algo? —respondió Álvaro con una frialdad hiriente. Sus ojos pasaron por enci
Dicho esto, Kian salió corriendo del lugar, riéndose por lo bajo.El silencio que dejó tras de sí fue opresivo. Rosalina, Cristóbal y Gabriela se miraron por un momento sin decir nada.—¿Puedes hablar? ¿No eras muda? —Rosalina rompió el silencio primero, mirándola con incredulidad.Gabriela se llevó la mano a la garganta y explicó con torpeza:—So…lo… era… afec…ta por el trauma.—Ah, muy bien, no eras muda, pero ahora resultaste ser tartamuda —Rosalina negó con la cabeza, frustrada, mientras trataba de no mirar directamente a Gabriela. Había demasiadas cosas pasando y ella tenía un mal presentimiento.El rostro de Álvaro al marcharse no presagiaba nada bueno. Rosalina lo interpretaba como algo mucho peor que una tormenta en el horizonte: era como si el cielo fuera a desplomarse.Lo sabía bien: en Leeds, pocas familias tenían un historial limpio. Si Álvaro seguía actuando con su estilo implacable, buscando atacar en los puntos más vulnerables… esto no sería otra cosa que una guerra tota
Cristóbal también era consciente de este peligro.Por eso, desde un principio, había intentado evitar que Julio viniera a buscarlos.Sin embargo, Santiago insistió en que era lo mejor.—De acuerdo —respondió Cristóbal, con una sonrisa serena, aunque sus ojos mostraban un leve atisbo de preocupación.Gabriela intentó devolverle la sonrisa, pero apenas logró curvar sus labios en una mueca forzada.Poco después, Gabriela subió al auto de Rosalina.—Habla lento, sin apurarte. No me escribas nada, ya tengo vista cansada y me mareo al leer en pantalla —dijo Rosalina, cerrando la puerta y notando que Gabriela sacaba su celular.—No… puedo… quedarme… en Leeds —dijo Gabriela, esforzándose por hablar. Cada palabra era pronunciada con dificultad.Había pasado tanto tiempo sin usar su voz que aún no lograba controlar bien sus cuerdas vocales.—Ya me lo imaginaba —respondió Rosalina, recostándose contra el asiento mientras la observaba con una mezcla de frustración y resignación—. He estado observá
Parecía que le estaba hablando a Gabriela, pero al mismo tiempo, su tono era más el de alguien hablando consigo misma.—Después, una vieja criada de la familia vino a cuidarme y me dijo: «Un bebé de siete meses puede sobrevivir. Pero uno de ocho, no siempre.»Gabriela tragó saliva y, con torpeza, rompió el silencio:—¿Y… él?Rosalina dejó escapar una risa seca, casi burlona.—Lo corté en pedacitos y lo lancé al fondo del mar para que se lo comieran los peces.—¡Bien hecho! —respondió Gabriela, sin dudar.Rosalina apartó la vista de la ventana y la fijó en Gabriela, con una curiosidad evidente.—Creí que te ibas a asustar, pero resulta que no eres una «flor delicada». Claro, tenía sentido… ¿qué clase de «florecita» podría atrapar a un tipo como Álvaro y hacer que se vuelva loco por ella?—Él no está loco por mí. No me ama. Es… pura obsesión.Rosalina arqueó una ceja, pero no discutió la afirmación de Gabriela.Después de todo, quien busca su libertad siempre encuentra mil razones para s
Rosalina se quedó en silencio, sorprendida.Habían pasado más de veinte años desde la muerte de aquella mujer.Sin importar cuán poderosa o influyente hubiera sido en su tiempo, ahora era solo un recuerdo que casi nadie mencionaba.—Vive bien, Gabriela —respondió Rosalina al fin, mirando de nuevo por la ventana. Tras un momento, añadió con franqueza—: Las malditas familias ricas son el cementerio de demasiadas mujeres. Si puedes huir, hazlo.***Cuando Álvaro salió del hospital, vio de lejos a Julio, quien había llegado desde Leeds para recoger a Cristóbal.Ambos se miraron por un instante.Álvaro no tenía intención de prestarle atención.Para él, en la familia Zambrano, el único que tenía suficiente peso como para hablar con él era Santiago.El auto arrancó lentamente, alejándose del hospital.Álvaro iba solo en el asiento trasero.No decía nada. Con el pulgar, giraba la alianza en su dedo anular, casi sin darse cuenta.Laura, sentada al frente, lo observaba por el retrovisor.Justo e
Pero nunca se había sonrojado así.Ella, que no tenía reparos en expresar su afecto, probablemente también le diría muchas cosas bonitas a Cristóbal, ¿no?Quizás no solo con señas o por escrito.Ahora podía hablar.Con esa voz tan suave, ¿cómo sonaría cuando le dijera «te amo» a Cristóbal?¿Se pondría tan colorada como esta chica?En el fondo, Gabriela no lo había amado tanto como aparentaba.Era una mentirosa…—No se preocupe, sabré comportarme y llevarme bien con su esposa —siguió diciendo la chica. Pero de lo que dijo, Álvaro solo retuvo esa última frase.Sus ojos se nublaron con una capa helada.—¿Tú? ¿Una tonta que quiere meterse en la cama de un hombre casado? ¿De verdad crees estar a la altura?La chica y su padre, que hasta hace un segundo tenían los ojos llenos de esperanza, se quedaron helados de miedo.—Señor Saavedra… —Raúl quiso explicar.—Ni siquiera pudo criar bien a su hija. ¿En qué otra cosa podría ser competente? —La voz de Álvaro era cortante como un cuchillo—. Laura
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever