Loredana se despertó desorientada y tardó algunos segundos en recordar donde estaba. Tragó saliva y sus músculos se tensaron en cuanto las imágenes de la noche anterior llegaron a su mente.
Abrió los ojos y miró a su costado esperando que todo se tratara de un sueño. No era así. El hombre con el que había pasado la noche, seguía a su lado.
Con cuidado, se deslizó fuera de la cama. No necesitaba despertarlo. Seguro sería incómodo para ambos.
Dejó de respirar y se quedó inmóvil cuando el hombre se movió. Era extraño no tener un nombre para él, pero ninguno de los dos se había presentado. Recuperó la calma en cuanto se dio cuenta que él seguía dormido.
De pie, a un lado de la cama, se quedó observándolo. Aún dormido se podía ver la dureza en sus rasgos. Después de la corta interacción que habían tenido, podía aseverar que era uno de esos hombres que creían que el resto debía inclinarse ante ellos… Para nada el tipo de hombre con el que se relacionaría y, sin embargo, allí estaba.
Su mirada recorrió la parte de su cuerpo que estaba al descubierto y más imágenes de la noche anterior invadieron su mente.
Alejó esos pensamientos, no era momento para detenerse a fantasear.
Recogió su bolso y su ropa que yacía esparcida en el suelo —evitó pensar en cómo habían llegado hasta allí— y se metió al baño. En tiempo record, se vistió y arregló lo mejor que pudo su cabello.
Al salir de la habitación dio un último vistazo al hombre sobre la cama y luego se marchó. Esperaba no volverlo a ver.
Tan pronto llegó a su casa, ubicada en los límites de la ciudad, se dirigió directo a su habitación. Después de elegir su atuendo para el día, se metió a la ducha. Nada mejor para despejar su mente. Aunque le habría gustado permanecer en el agua por siempre, no tenía tiempo que perder. A las nueve de la mañana tenía programada una reunión importante y odiaba llegar tarde.
Apenas estuvo lista y con varios gramos de cafeína en las venas, volvió a abandonar su casa. Sonrió al mirar la hora. Estaba a tiempo, es más, con suerte iba a llegar unos minutos antes de la hora acordada.
—Señorita Romano —la saludó Renardo, el director general y accionista mayoritario de D’agostino y asociados, mientras se ponía de pie para recibirla.
—Muchas gracias —le dijo a la secretaria antes de acercarse a Renardo con la mano extendida—. Señor D’agostino, es un gusto verlo otra vez.
—Lo mismo digo. —Él tomó su mano y le dio un apretón—. Tome asiento, por favor.
—Muchas gracias. —Se sentó y esperó que el hombre lo hiciera antes de comenzar a hablar de negocios—. Aquí tengo la propuesta de la que le hablé. —Extendió el folder con los documentos.
—Espero no le moleste que esperemos algunos minutos más. —Reonardo tomó el archivo y le dio una sonrisa—. Alguien se unirá a nosotros.
Apenas el hombre había terminado de hablar cuando se escuchó un par de golpes en la puerta.
—Señor D’agostino, su otra cita está aquí —anunció la secretaria de Reonardo y se hizo a un lado para dejar pasar al hombre parado detrás de ella.
—Señorita Romano, le presentó al señor Giordano.
Loredana fue apenas consciente de las palabras de Reonardo. Toda su atención estaba en el hombre que caminaba imponente hacia ellos.
«¡Maldición! —pensó— ¿Qué está haciendo él aquí?».
Paolo despertó al escuchar una puerta cerrarse en la distancia. Abrió los ojos y miró en esa dirección antes de dirigir los ojos al lugar a su lado. La mujer con la que había pasado la noche se había marchado. Era una lástima, habría sido divertido estar con ella antes de decirse adiós. No es que le importara mucho. Era una mujer hermosa, sin duda, y eso era todo. Las relaciones no eran lo suyo, implicaban un nivel de confianza que no creía que podría entregar a alguien que no fuera parte de su familia, e incluso con ellos le había tomado su tiempo abrirse. Además, por qué acercarse a alguien cuando podrías perderlos. No quería pasar por eso… otra vez. Era precisamente su aversión a las relaciones el tema de principal preocupación de sus hermanas —una más entrometida que la otra. A Vanessa y Elaide les encantaba meterse en su vida mientras sus esposos se limitaban a observar. No es que alguien pudiera hacer algo para detenerlas cuando tenían algo en mente. Ellas hacían lo querían c
—No sabía que se conocían. —Renardo los miró a ambos con curiosidad. —Tuve el placer de conocerla anoche —se adelantó a decir el recién llegado. Loredana fulminó al hombre con la mirada. No le gustaba para nada como su tono de voz había cambiado y la sonrisa que adornó su rostro al hablar. No necesitaba que Renardo dedujera lo que había pasado entre ellos. Ya estaba en suficiente desventaja al no saber qué hacía allí. El hombre alzó una ceja con un brillo de diversión en los ojos y miró su mano que todavía seguía extendida. Observó en esa dirección con recelo, pero la tomó con seguridad. Nunca demuestres debilidad. Sus músculos se tensaron cuando lo sintió acariciar su muñeca con el dedo pulgar. Las cosas solo empeoraron para ella cuando experimentó una ola de calor recorrerla de pies a cabeza. Era difícil olvidar la manera en la que la había acariciado con la misma mano apenas la noche anterior, al igual que todo lo que sucedió después. Había sido un desliz, uno provocado po
—Nestore, reúnete conmigo en mi oficina —ordenó Paolo mientras pasaba por el escritorio de su secretario a pasos agigantados. El hombre no se inmutó ante el tono elevado de su voz. Esa era una de las primeras razones por la que todavía trabajaba para él. Poco después de que Adriano le dejara al mando de empresas Giorsa, la secretaria que había estado bajo el mando de su cuñado decidió que era hora de jubilarse. Encontrar a alguien tan eficiente como ella había sido un reto. Una lista interminable de secretarias había pasado por su oficina. Ninguna había podido seguirle el ritmo y como si fuera poco se habían comportado como conejos asustadizos frente a un león. —¿Asumo que no cerró el trato? —le preguntó Nestore tan pronto cerró la puerta tras de él. Luego colocó una taza de café sobre la mesa. Tomó la taza y bebió la mitad del contenido de un solo sorbo. Como siempre la bebida era perfecta. —No, no lo hice —dijo antes de explicarle todo el asunto—. No me gusta que me sorprendan.
Loredana alzó la mirada cuando alguien abrió la puerta de su oficina de un momento a otro. —Señor, le dije que ella está ocupada en este momento. Angélica, su secretaria y mejor amiga, estaba parada detrás de Aurelio. Ella lucía irritada, pero al recién llegado parecía no importarle. Se abstuvo de soltar un resoplido. No estaba con ánimos de hablar con Aurelio, no cuando tenía cosas más importantes en las que preocuparse… Quizás si era fría después de todo. —Tranquila Angélica, yo me encargo —intervino antes de que su amiga decidiera clavarle un lapicero a Aurelio por detrás. Sería divertido y quizás se lo merecía por ser un completo idiota, pero no quería que Angélica se metiera en problemas. Ella la miró insegura. —Cualquier cosa te llamaré. —Está bien —dijo Angélica por fin. Aurelio ni siquiera esperó que la mujer se marchara antes de cerrarle la puerta en el rostro. —Cariño… —Vuelve a tratar a mi personal así y te aseguro que me encargaré de que sea lo último que hagas
Su determinación había ido minando durante la hora posterior a la llamada de Paolo y cuando fue hora de salir, se encontró dirigiéndose hasta el bar. Se dijo que era porque el obsequio de su padre era importante para ella y no porque quisiera ver a Paolo. El bar estaba más llenó que el día anterior. Tal vez porque era viernes y la mayoría estaba celebrando el final de una semana de trabajo. Una música suave se reproducía a volumen bajo, lo suficiente para mejorar el ambiente, pero también permitir que las personas que ocupaban las diferentes mesas pudieran sostener una conversación. No era así como Loredana había planeado realizar su propia ceremonia de relajación después de una semana llena de trabajo, decepciones e improvistos. Lo suyo era más ver una película y algo de comida chatarra. Quizás si no tardaba demasiado todavía podría tener tiempo para ello. Recorrió con la mirada el lugar en busca de Paolo. Casi se sintió aliviada al no verlo. «Bueno, no está aquí —pensó—. Hora d
Paolo todavía tenía la mirada puesta en dirección a la puerta por la que Loredana se había marchado segundos atrás. Había sido todo un show verla caminar fuera del lugar y no solo para él. Más de una cabeza se había girado en su dirección cuando la vieron pasar.Se giró hacia la mesa para dejar algunos billetes encima de ella. Ignoró la inconveniente respuesta de su cuerpo hacia la exasperante mujer y salió de allí. Ya había perdido demasiado tiempo con Loredana Romano.En el camino a su departamento marcó en el manos libres el número de su secretario.—¿Cómo te fue?—El señor Renardo estará de viaje durante toda la semana siguiente —le informó Nestore.Se contuvo de golpear el volante. Esa noche nada estaba marchando según sus deseos.—Sin embargo, logré que su secretaria me dijera donde iba a estar. Al parecer visitará su villa fuera de la ciudad. Cada cierto tiempo se toma algunos días para ver personalmente como van las implementaciones de los nuevos avances de su compañía.—¿Por q
Paolo rodeó su escritorio y se acercó a su madre. —No te esperaba —se inclinó para abrazarla—, menos a estas horas. —Ya que mi hijo no se ha puesto en contacto durante los últimos días, pensé en venir a ver que lo tiene tan ocupado. —Lo siento, se me presentó un contratiempo con un negocio y estoy tratando de solucionarlo. —Trabajas demasiado. —Eso me han dicho. Su madre le acarició la mejilla como si todavía fuera un niño pequeño mientras lo analizaba con la mirada. —Es bueno que este aquí entonces, me encargaré de que no te olvides de comer mientras estás en ese asunto tan importante. —Gracias —dijo con una sonrisa—. ¿Por qué no vamos a la sala? —Creí que tenías trabajo. —Y me encargaré de ello después. ¿Cenaste? —Sí, los padres de Natalia me invitaron a su casa. Natalia era la esposa de Leonardo, el hermano de Adriano. Aunque esos dos compartían vinculo sanguíneo, eran bastante diferentes. Prefería mil veces pasar el tiempo con Adriano, al menos tenía certeza de que espe
«Debía tratarse de una jodida broma —pensó Loredana al ver a Paolo frente a ella con una sonrisa arrogante». Y ella pensaba que lo peor que podía haberle pasado era quedar varada en medio de la nada mientras el cielo parecía tener como único propósito inundar todo el lugar. De todas las personas en el mundo, tenía que haberse encontrado con él. —Mira lo que la lluvia trajo —comentó Paolo sin dejar de verse como el ególatra narcisista que era—. ¿Qué haces por aquí? Ni siquiera el agua que caía con fuerza sobre ambos, podía hacer algo para lavar su altanería. —Tomando el sol —dijo con ironía—. Me alegra que decidieras unirte a mí. No estaba de ánimo para lidiar con él. Su ropa estaba cada vez más mojada y tenía frío. Paolo caminó hasta su auto y miró por las ventanas antes de abrir la puerta de atrás. —Deberías mostrarte más agradecida —dijo él mientras tomaba la única maleta que ella había llevado consigo—. No creo que otro carro vaya a pasar pronto por aquí. Resistió el impul