—Nestore, reúnete conmigo en mi oficina —ordenó Paolo mientras pasaba por el escritorio de su secretario a pasos agigantados.
El hombre no se inmutó ante el tono elevado de su voz. Esa era una de las primeras razones por la que todavía trabajaba para él.
Poco después de que Adriano le dejara al mando de empresas Giorsa, la secretaria que había estado bajo el mando de su cuñado decidió que era hora de jubilarse. Encontrar a alguien tan eficiente como ella había sido un reto. Una lista interminable de secretarias había pasado por su oficina. Ninguna había podido seguirle el ritmo y como si fuera poco se habían comportado como conejos asustadizos frente a un león.
—¿Asumo que no cerró el trato? —le preguntó Nestore tan pronto cerró la puerta tras de él. Luego colocó una taza de café sobre la mesa.
Tomó la taza y bebió la mitad del contenido de un solo sorbo. Como siempre la bebida era perfecta.
—No, no lo hice —dijo antes de explicarle todo el asunto—. No me gusta que me sorprendan. ¿Cómo fue que no nos enteramos que los Romano estaban también detrás de este proyecto? Se supone que pagamos una fortuna para que cosas como estas no sucedan.
Paolo se había acercado a Renardo D’agostino antes que cualquier otra compañía y había cometido el error de asumir que al estar el trato casi cerrado nadie más tendría oportunidad a esas alturas.
—Al igual que nosotros, debieron mantener un perfil bajo para que otras empresas no se lleguen a enterar. ¿Qué es lo que va a hacer? —preguntó Nestore.
Sonrió.
Tenía la mirada puesta en D’agostino y asociados y no había manera de que no obtuviera esa asociación. No estaba precisamente feliz por la estratagema que había usado Renardo al hacerle creer que firmaría el acuerdo con su empresa, pero nunca se amilanaba ante un reto. Además, debía de aceptar que sería divertido enfrentarse a la señorita Romano y lo sería aún más cuando le ganara.
—Vamos a replantear la propuesta, necesitamos mostrarle a Renardo que somos la mejor opción. No tenemos mucho tiempo, así que debemos darnos prisa. Por lo pronto, quiero un informe de la hija de Sabino Romano cuanto antes.
No había nada mejor que conocer al enemigo y todas sus debilidades.
—Está bien. —Nestore se retiró y lo dejó a solas con sus pensamientos.
A su mente vino la imagen de la ojiverde y su reciente enfrentamiento. Se había sentido tan tentado a besarla solo para borrar de su cara aquella expresión desinteresada. Sabía, por la forma que había respondido a sus caricias la noche anterior, que detrás de toda esa fachada se escondía una mujer pasional. Y por un breve momento también lo había visto mientras hablaban en la compañía de Renardo.
Aquella mujer lo intrigaba e irritaba en proporciones iguales.
Se concentró en su trabajo, tenía mucho que hacer si quería ganar aquel acuerdo. La señorita Romano al parecer era una mujer decidida, lastima para ella que él lo era aún más.
No fue hasta después del almuerzo que Nestore le entregó el informe que le había solicitado.
—Loredana Romano —leyó y miró la foto adjunta.
Por fin tenía un nombre para aquel rostro. Un nombre nada usual.
La foto mostraba su belleza natural, aunque era una de esas serias que usas para el carnet de identificación del trabajo.
Loredana tenía 28 años y era la segunda al mando de la empresa de su padre. Había estudiado economía y gestión internacional y terminó como la primera de su promoción. Su historial hablaba de una lista de proezas desde una edad muy temprana.
Se tensó cuando leyó que estaba en una relación con un miembro de su compañía.
«Al parecer la señorita Romano, no es tan íntegra como aparenta —pensó con ironía».
Bueno eso no era asunto suyo, no le importaba si ella engañaba al pobre estúpido de su novio. Aquella información solo le habría interesado si hubiera estado dispuesto a chantajear a Loredana, pero ese no era su estilo.
Cerró el archivo luego de leer el informe completo. Llegó a la conclusión de que debía tener cuidado y ser astuto. Loredana era conocida por lograr cerrar negocios importantes para su compañía, la mayoría no habían sido del calibre de la que tenían en manos, pero eso no la hacía menos competente.
La puerta de su oficina se abrió sin aviso previo y lo saco de sus cavilaciones. Alzó para averiguar quien se había atrevido a entrar sin anunciarse. Su expresión mortal fue remplazada por una sonrisa al ver a su mejor a migo y esposo de su hermana.
Su presencia allí no era para nada inusual, al igual que la decisión de Nestore de no anunciarlo. Desde hace ya mucho tiempo que no lo hacía.
—Ezio, mi buen amigo —saludó mientras se ponía de pie—. ¿Qué te trae por aquí?
Rodeó su escritorio y avanzó hacia él.
—En vista de que ya no tienes tiempo para mí, decidí que podía dejar a lado mis asuntos, que al parecer no son tan importantes como los tuyos, y visitarte.
—Siempre tan dramático.
Ambos se dieron un abrazo y luego lo invitó a sentarse en uno de los sillones dispuestos para las visitas mientras él iba a servir un par bebidas.
—¿Entonces? —preguntó mientras le alcanzaba su bebida justo antes de sentarse frente a él.
—¿Es que acaso no puedo venir a ver cómo estás?
—¿Y es una casualidad que estés aquí el día después de que tu adorada esposa y mi otra maquiavélica hermana me tendieran una trampa?
Ezio sonrió divertido.
—Me aseguraré de que se enteren de que dijiste eso.
—Claro que lo harás.
Los dos compartieron una sonrisa.
Ezio era probablemente una de las pocas personas en las que confiaba. Él nunca lo había mirado por debajo del hombro debido a sus orígenes.
Quizás al principio no le había agradado demasiado. Por todo el asunto de hermano mayor queriendo proteger a su hermanita, a quien apenas conocía por aquel entonces. Pero nadie podía detestar al hombre por mucho tiempo. Ezio siempre era demasiado honesto con sus intenciones.
Cuando Elaide había dejado a Ezio con el corazón roto, Paolo y él se habían vuelto más cercanos. Se alegraba de que ambos estuvieran casados y con hijos ahora. Se merecían ser felices.
—¿Y cómo estuvo tu cita? —preguntó su amigo con desinterés y bebió su whisky.
Lo evaluó con la mirada. Conocía bastante bien al hombre para decir que su actitud era una farsa.
Podía afirmar que estaba al tanto de todo y que Elaide lo estaba usando de espía. Su pequeña hermana probablemente dedujo que iba a tratar de evitarla. Debió sospechar que ella estaba tramando algo cuando no lo llamó durante toda la mañana para reclamarle por lo sucedido con su cita a ciegas.
Su hermana no era ninguna tonta y debió suponer que no le iba a responder, así que mandó a su esposo, que como siempre estaba dispuesto a hacer todo por verla feliz.
—Me das vergüenza. —dijo en tono jocoso—. No solo te has convertido en una vieja chismosa, sino que también estás trabajando para el enemigo. ¿Cuándo te volviste el títere de mi hermana?
Uno de sus pasatiempos favoritos era tomarle el pelo. Y es que el hombre le daba material suficiente. Además, solo le devolvía el favor, Ezio siempre estaba buscando maneras de irritarlo.
Aunque se reía con frecuencia de la devoción de Ezio a su hermana, eso solo hacía que lo respetara más.
—Creo que fue cuando la vi por primera vez. —Su amigo se encogió de hombros—. Además, no me importa ser su títere por las noches, ella puede…
—Detente, ni se te ocurra hablar de sexo y mi hermana en una misma oración.
—No lo iba a hacer, pero es divertido dejarte creer que lo haré. —El maldito tuvo el atrevimiento de sonreír con descaro—. Ella está preocupada por ti. Cree que deberías salir un poco más y dejar de trabajar tanto. Para ser sincero pienso lo mismo.
—Bueno anoche salí.
—Y te marchaste antes de tiempo por lo que oí. Tu cita llamó a Vanessa indignada justo después de que salieras como si llevaras un cohete en el trasero.
—Llegué allí esperando encontrarme con ellas. No pensaba asistir, pero usaron la carta de la familia, hablaron de una noche de hermanos. —Debió sospechar que estaban tramando algo—. En su lugar, encontré a una extraña.
—Al menos pudiste permanecer hasta acabar de cenar, una persona normal lo habría hecho.
—Supongo que soy un fenómeno entonces.
—No entiendo tu problema con las mujeres, a menos que… ¿Es que acaso no te gustan las mujeres? Solo tienes que decirlo, nadie te juzgará.
Y era por eso que su peor lado salía a relucir cada vez que se reunía con Ezio y se encontraba ideando maneras de asesinarlo.
—Imbécil —lo insultó.
Ezio solo se soltó a reír como un loco.
—No puedo creer que con dos hijos aun seas tan infantil —acotó.
—Y tú eres demasiado serio. Mi tío abuelo de noventa y cinco años tiene más sentido del humor que tú.
—Ya me cansé, largo de aquí. —Hizo amago de levantarse.
—Está bien —dijo él alzando las manos a aire—. No tienes por qué ponerte todo agresivo —continuó sin perder la sonrisa de diversión en el rostro—. ¿Entonces, qué quieras que le diga a tu hermana sobre anoche?
—Invéntate lo que quieras.
—Muy bien, le dejaré en claro que tus gustos apuntan en otro sentido.
Sacudió la cabeza, Ezio rara vez se comportaba como un adulto serio.
Loredana alzó la mirada cuando alguien abrió la puerta de su oficina de un momento a otro. —Señor, le dije que ella está ocupada en este momento. Angélica, su secretaria y mejor amiga, estaba parada detrás de Aurelio. Ella lucía irritada, pero al recién llegado parecía no importarle. Se abstuvo de soltar un resoplido. No estaba con ánimos de hablar con Aurelio, no cuando tenía cosas más importantes en las que preocuparse… Quizás si era fría después de todo. —Tranquila Angélica, yo me encargo —intervino antes de que su amiga decidiera clavarle un lapicero a Aurelio por detrás. Sería divertido y quizás se lo merecía por ser un completo idiota, pero no quería que Angélica se metiera en problemas. Ella la miró insegura. —Cualquier cosa te llamaré. —Está bien —dijo Angélica por fin. Aurelio ni siquiera esperó que la mujer se marchara antes de cerrarle la puerta en el rostro. —Cariño… —Vuelve a tratar a mi personal así y te aseguro que me encargaré de que sea lo último que hagas
Su determinación había ido minando durante la hora posterior a la llamada de Paolo y cuando fue hora de salir, se encontró dirigiéndose hasta el bar. Se dijo que era porque el obsequio de su padre era importante para ella y no porque quisiera ver a Paolo. El bar estaba más llenó que el día anterior. Tal vez porque era viernes y la mayoría estaba celebrando el final de una semana de trabajo. Una música suave se reproducía a volumen bajo, lo suficiente para mejorar el ambiente, pero también permitir que las personas que ocupaban las diferentes mesas pudieran sostener una conversación. No era así como Loredana había planeado realizar su propia ceremonia de relajación después de una semana llena de trabajo, decepciones e improvistos. Lo suyo era más ver una película y algo de comida chatarra. Quizás si no tardaba demasiado todavía podría tener tiempo para ello. Recorrió con la mirada el lugar en busca de Paolo. Casi se sintió aliviada al no verlo. «Bueno, no está aquí —pensó—. Hora d
Paolo todavía tenía la mirada puesta en dirección a la puerta por la que Loredana se había marchado segundos atrás. Había sido todo un show verla caminar fuera del lugar y no solo para él. Más de una cabeza se había girado en su dirección cuando la vieron pasar.Se giró hacia la mesa para dejar algunos billetes encima de ella. Ignoró la inconveniente respuesta de su cuerpo hacia la exasperante mujer y salió de allí. Ya había perdido demasiado tiempo con Loredana Romano.En el camino a su departamento marcó en el manos libres el número de su secretario.—¿Cómo te fue?—El señor Renardo estará de viaje durante toda la semana siguiente —le informó Nestore.Se contuvo de golpear el volante. Esa noche nada estaba marchando según sus deseos.—Sin embargo, logré que su secretaria me dijera donde iba a estar. Al parecer visitará su villa fuera de la ciudad. Cada cierto tiempo se toma algunos días para ver personalmente como van las implementaciones de los nuevos avances de su compañía.—¿Por q
Paolo rodeó su escritorio y se acercó a su madre. —No te esperaba —se inclinó para abrazarla—, menos a estas horas. —Ya que mi hijo no se ha puesto en contacto durante los últimos días, pensé en venir a ver que lo tiene tan ocupado. —Lo siento, se me presentó un contratiempo con un negocio y estoy tratando de solucionarlo. —Trabajas demasiado. —Eso me han dicho. Su madre le acarició la mejilla como si todavía fuera un niño pequeño mientras lo analizaba con la mirada. —Es bueno que este aquí entonces, me encargaré de que no te olvides de comer mientras estás en ese asunto tan importante. —Gracias —dijo con una sonrisa—. ¿Por qué no vamos a la sala? —Creí que tenías trabajo. —Y me encargaré de ello después. ¿Cenaste? —Sí, los padres de Natalia me invitaron a su casa. Natalia era la esposa de Leonardo, el hermano de Adriano. Aunque esos dos compartían vinculo sanguíneo, eran bastante diferentes. Prefería mil veces pasar el tiempo con Adriano, al menos tenía certeza de que espe
«Debía tratarse de una jodida broma —pensó Loredana al ver a Paolo frente a ella con una sonrisa arrogante». Y ella pensaba que lo peor que podía haberle pasado era quedar varada en medio de la nada mientras el cielo parecía tener como único propósito inundar todo el lugar. De todas las personas en el mundo, tenía que haberse encontrado con él. —Mira lo que la lluvia trajo —comentó Paolo sin dejar de verse como el ególatra narcisista que era—. ¿Qué haces por aquí? Ni siquiera el agua que caía con fuerza sobre ambos, podía hacer algo para lavar su altanería. —Tomando el sol —dijo con ironía—. Me alegra que decidieras unirte a mí. No estaba de ánimo para lidiar con él. Su ropa estaba cada vez más mojada y tenía frío. Paolo caminó hasta su auto y miró por las ventanas antes de abrir la puerta de atrás. —Deberías mostrarte más agradecida —dijo él mientras tomaba la única maleta que ella había llevado consigo—. No creo que otro carro vaya a pasar pronto por aquí. Resistió el impul
Loredana revisó su maleta por fuera desde todos los ángulos antes volver a revisar en su interior. Revolvió el contenido una y otra vez, esperando en algún momento encontrar las cosas que ella misma se había asegurado de acomodar esa mañana. Unos minutos después, se resignó al hecho de que aquella maleta, aunque se parecía a la suya, no lo era.Se puso de pie y miró hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella. Aunque no necesitaba hacerlo para saber que su equipaje estaba en la habitación de en frente.Soltó un suspiro de resignación ante la idea de tener que enfrentarse a Paolo tan pronto y, lo peor, con apenas una toalla cubriéndola.Consideró la idea de ponerse la misma ropa que se había quitado al llegar, pero no le apetecía involucrarse en otra pelea con ella o, peor aún, enfrentarse a lo fría que debía de estar. Tembló de solo pensarlo.Cuadró los hombros, alzó la maleta y empezó a caminar.Un par de luces de emergencia iluminaban tenuemente el pasillo y le daban un asp
—Por allá, por favor. El señor D’agostino se reunirá con ustedes en algunos minutos.—Está bien. Muchas gracias.Paolo atravesó el vestíbulo de la enorme casa de Renardo en dirección a la sala. Loredana, por supuesto, ya estaba allí, había visto su auto estacionado afuera. Ella no lo escuchó acercarse y aprovechó para observarla con detenimiento. Quizás podía aprender algo de ella ahora que estaba distraída. Loredana estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas. Todo en ella era elegancia, incluso llevando unos jeans y zapatillas deportivas. Años de buenas escuelas y de crianza en el seno de una familia rica, seguro le habían dado lo necesario para siempre parecer perfecta.Era algo extraño que, en lugar de haberse casado con algún hombre de buena familia, estuviera trabajando en la empresa familiar. Aunque no estaban en el siglo pasado, no era nada fuera del otro mundo para mujeres en su posición económica, buscar un marido que se hiciera cargo de dirigir sus bienes mientras
Las hojas de los árboles se agitaban con suavidad y por encima de ellas se extendía el vasto cielo azul. Desde su posición, Loredana tenía una vista privilegiada y quizás podría disfrutar de ella sino fuera porque no había terminado allí por su decisión.Todo había sucedido demasiado rápido. Un segundo estaba caminando tranquila y al siguiente estaba rodando por una pendiente. Si no habría estado tan distraída, se habría dado cuenta de que debía tomar una curva en lugar de continuar caminando en línea recta.—¿Estás bien? —preguntó Paolo desde la parte de arriba.—Genial —susurró al recordar que no estaba sola.Se apoyó en las manos para poder incorporarse hasta estar sentada. Miró a Paolo sobre el hombro y asintió con la cabeza.Él estaba bajando a toda prisa, parecía en verdad preocupado. En cuanto llegó junto a ella se puso de cuclillas y la miró evaluando el daño. Ella también lo hizo.A simple vista no notó ninguna herida, aunque la rodilla y el pie le dolían un poco. Tan pronto