—No sabía que se conocían. —Renardo los miró a ambos con curiosidad.
—Tuve el placer de conocerla anoche —se adelantó a decir el recién llegado.
Loredana fulminó al hombre con la mirada. No le gustaba para nada como su tono de voz había cambiado y la sonrisa que adornó su rostro al hablar.
No necesitaba que Renardo dedujera lo que había pasado entre ellos. Ya estaba en suficiente desventaja al no saber qué hacía allí.
El hombre alzó una ceja con un brillo de diversión en los ojos y miró su mano que todavía seguía extendida.
Observó en esa dirección con recelo, pero la tomó con seguridad. Nunca demuestres debilidad.
Sus músculos se tensaron cuando lo sintió acariciar su muñeca con el dedo pulgar. Las cosas solo empeoraron para ella cuando experimentó una ola de calor recorrerla de pies a cabeza. Era difícil olvidar la manera en la que la había acariciado con la misma mano apenas la noche anterior, al igual que todo lo que sucedió después.
Había sido un desliz, uno provocado por la molestia y la sed de venganza. Por lo general era una persona racional que se detenía a evaluar las cosas antes de actuar. Pero, después de escuchar a su, pronto, exnovio, hablar con uno de sus amigos sobre ella, no había podido actuar con su usual calma.
—Ella está comiendo de mi mano —había dicho Aurelio con sorna—. Pronto le pediré matrimonio y me haré cargo de la empresa.
Loredana jamás había escuchado a Aurelio hablar con tanto desinterés. No es que fuera el hombre del año, pero al menos parecía… ¿decente?
La verdad ni siquiera estaba segura de porque habían comenzado a salir. Tenían intereses en común y una cita se había vuelto en dos y antes de darse cuenta él estaba diciéndole a todo el mundo que estaban juntos.
—Suenas demasiado seguro —había respondido su amigo.
Debería de haber hecho notar su presencia en ese momento o de lo contrario haberse marchado, pero prefirió terminar de escuchar lo que el idiota de Aurelio tenía para decir.
—Sé lo que hago y la conozco mejor que nadie.
—¿Y es tan fría como dicen?
—Nada que no se pueda arreglar con un par de amantes.
Ambos hombres habían soltado una carcajada.
Loredana se había dado la vuelta, aun cuando todo en ella le había exigido entrar y confrontar a Aurelio.
Estaba furiosa cuando abandonó el edificio en el que trabajaba. Escuchar a Aurelio vanagloriarse por engañarla, no la había molestado tanto como darse cuenta de que no lo había visto venir. Viendo en retrospectiva era casi obvio.
Y lo peor es que no lo amaba.
Si habían estado tanto tiempo juntos era porque cada vez que intentaba terminarle, era como si él se diera cuenta de sus intenciones y encontraba la manera de hacerla cambiar de opinión. Una tras otra vez se había echado para atrás porque pensó que con el tiempo podría aprender a amarlo. La soledad podía ser una m*****a perra como consejera.
Loredana había caminado sin rumbo por un tiempo antes de entrar al bar de un hotel. Podría no estar con el corazón roto, pero su orgullo sí que había sufrido un gran golpe y necesitaba tiempo para arreglarlo.
Se había sentado en el rincón más alejado de la barra y se había dedicado a ignorar a todos a su alrededor por la siguiente hora.
Media botella de cerveza después y aun con la ira bullendo en sus venas, un hombre del otro lado de la barra llamó su atención. Era atractivo y no pasaba desapercibido. Pero lo más llamativo era la dureza de sus rasgos. Él parecía haber visto mucho en tan poco tiempo y quizás así era.
Antes de detenerse a meditarlo se había encontrado acercándose. Él había estado sumergido en su propio mundo que ni siquiera la notó hasta que se detuvo a su lado.
—¿Puedo sentarme aquí? —había preguntado señalando el lugar vacío junto a él.
Él le había dado la misma mirada evaluativa que le estaba dando en ese momento y luego asintió.
Superado el momento inicial, ambos sostuvieron una conversación más que decente antes de que fuera ella quien lo invitara a subir a una habitación.
Nunca se habría atrevido a actuar de aquella manera en otra circunstancia —una en la que no era utilizada como escalón por un intento mediocre de hombre—, ese no era su estilo. Así que, si había que culpar a alguien de ello, pues podíamos agregarlo a la lista de pecados de Aurelio. No le importaba si era maduro o no responsabilizar a otro de la consecuencia de sus actos.
—Es una lástima que te marcharás temprano —comentó el hombre frente a ella.
Sus palabras la ayudaron a espabilarse. Con un movimiento delicado, pero certero, retiró la mano de su agarre.
Él le dio una mirada llena de diversión. Al menos, uno de los dos se la estaba pasando bien con su encuentro. Si tan solo ella también pudiera verle el lado gracioso.
—Tenía cosas que hacer y no había nada interesante por lo que permanecer en el mismo lugar. —Le dio una sonrisa llena de inocencia y se giró hacia Renardo—. Creí que nos reuniríamos a solas.
El aludido la miró a ella y luego al señor Giordano con interés, pero luego se sentó detrás de su escritorio.
—Tomen asiento, por favor —dijo Renardo en lugar de responder.
El misterio de todo el asunto la estaba poniendo más nerviosa.
—Si los reuní a ambos aquí es porque creo que ambos tienen propuestas interesantes y la reputación de ambas compañías son muy buenas. Sin embargo, aún no he tomado una decisión respecto a quién elegir.
—Creí que ya habíamos llegado a un acuerdo —dijo el señor Giordano con calma.
«Lo mismo pensé yo —quiso decir»
Renardo se reclinó sobre su sillón de oficina y empezó a contarles lo importante que era aquella empresa para él y como una pequeña tienda había crecido hasta ser lo que era ahora.
—…Sus propuestas son buenas, pero esto no solo se trata de ganancias. Necesito saber que los que tendrán una participación importante de mi compañía no solo están preocupados en sacar el máximo provecho, no es que me queje de ello. —Renardo sonrió—. Pero necesito que asegurarme que los valores que nos definen como empresa no desaparecerán con vuestra intervención.
—Es consciente de que puedo retirar mi oferta en este momento —dijo el hombre sentado a su lado.
—Lo sé y lo comprendería, por supuesto.
Loredana hizo un análisis rápido de los pros y los contras, y la decisión no fue tan difícil. No iba a perder aquel trato.
—Estoy dentro —anunció con toda la seguridad que pudo reunir.
—Y yo también.
—Genial. —Renardo se puso de pie—. Anunciaré al ganador en el aniversario de D’agostino y asociados.
Aún confundida por lo que había pasado y sin estar segura de que era precisamente lo que haría para convencer a Renardo, se levantó y caminó hasta la puerta.
—Eso fue interesante —dijo su oponente como si hubiera estado preparado para recibir la noticia.
—Este acuerdo será mío.
—Es bueno aspirar en grande, pero es mejor que sepas desde ahora que siempre obtengo lo que quiero.
Sonrió de lado.
—Entonces no será fácil para ti enfrentar la derrota.
Él se acercó a ella hasta que no hubo espacio entre sus cuerpos.
Intentó controlar su reacción ante su cercanía. Mantuvo la frente el alto, aunque sus ojos se desviaron hacia sus labios. Todavía recordaba su sabor y la fiereza con la que la había besado.
Él sonrió presumido como si pudiera leer sus pensamientos.
—Es una lástima que tengamos que competir, seguro podríamos habernos divertido un poco más. —Él se inclinó y colocó la nariz en la curvatura de su cuello.
Contuvo el aliento e intentó mantenerse firme.
—Sé lo que intenta, señor Gior…
—Paolo, llámame Paolo. —La corrigió él—. ¿Y qué crees que intento?
Durante unos segundos se quedó en silencio.
Paolo Giordano. Director ejecutivo de Giorsa.
Nunca había tenido oportunidad de conocer en persona al hombre hasta la noche anterior, así que no sabía cómo lucía; pero su nombre no le era desconocido. ¿Cómo no había reconocido su apellido tan pronto Renardo lo dijo?
Había estado demasiado distraída, pero eso no iba a suceder de nuevo. Conocía la reputación de Paolo Giordano y sabía que no podía volver a bajar la guardia, no si no quería perder un trato que valía millones.
—Tratas de distraerme—dijo por fin, aparentando seguridad. No era el primer pez gordo con el que trataba—, pero no funcionará. Este trato será mío y nada de lo que hagas cambiará eso.
—No lo había considerado, pero gracias por la sugerencia.
Su teléfono comenzó a vibrar en su bolso y Loredana lo tomó como una señal para salir de allí.
Se hizo para atrás y comenzó a buscar el celular. Cuando lo sacó, frunció el ceño al ver el nombre de Aurelio. Él había llamado un par de veces desde la noche anterior y luego le había enviado algunos mensajes. Había ignorado deliberadamente cada uno de sus intentos por contactarla.
—Hasta luego, señor Giordano. —Lo llamó por su apellido solo para irritarlo.
Paolo no se inmutó.
—Por cierto —dijo él—, no recuerdo como dijiste que te llamabas.
—Es porque no te lo dije.
Se dio la vuelta y se marchó de allí sin mirar hacia atrás. Aunque parecía que había salido triunfante de ese encuentro, algo le dijo que estaba equivocada. Salió de allí sin mirar hacia atrás. Aunque parecía que había salido triunfante de ese encuentro, algo le dijo que estaba equivocada.
Su celular volvió a sonar tan pronto llegó al estacionamiento. Aurelio no parecía que fuera a rendirse.
Soltó un suspiro y contestó.
—Hola, cariño. —Su hipocresía la asqueaba—. ¿Todo bien? Estuve tratando de contactarte desde ayer y…
—Hemos terminado —dijo sin ninguna emoción y luego colgó.
—Nestore, reúnete conmigo en mi oficina —ordenó Paolo mientras pasaba por el escritorio de su secretario a pasos agigantados. El hombre no se inmutó ante el tono elevado de su voz. Esa era una de las primeras razones por la que todavía trabajaba para él. Poco después de que Adriano le dejara al mando de empresas Giorsa, la secretaria que había estado bajo el mando de su cuñado decidió que era hora de jubilarse. Encontrar a alguien tan eficiente como ella había sido un reto. Una lista interminable de secretarias había pasado por su oficina. Ninguna había podido seguirle el ritmo y como si fuera poco se habían comportado como conejos asustadizos frente a un león. —¿Asumo que no cerró el trato? —le preguntó Nestore tan pronto cerró la puerta tras de él. Luego colocó una taza de café sobre la mesa. Tomó la taza y bebió la mitad del contenido de un solo sorbo. Como siempre la bebida era perfecta. —No, no lo hice —dijo antes de explicarle todo el asunto—. No me gusta que me sorprendan.
Loredana alzó la mirada cuando alguien abrió la puerta de su oficina de un momento a otro. —Señor, le dije que ella está ocupada en este momento. Angélica, su secretaria y mejor amiga, estaba parada detrás de Aurelio. Ella lucía irritada, pero al recién llegado parecía no importarle. Se abstuvo de soltar un resoplido. No estaba con ánimos de hablar con Aurelio, no cuando tenía cosas más importantes en las que preocuparse… Quizás si era fría después de todo. —Tranquila Angélica, yo me encargo —intervino antes de que su amiga decidiera clavarle un lapicero a Aurelio por detrás. Sería divertido y quizás se lo merecía por ser un completo idiota, pero no quería que Angélica se metiera en problemas. Ella la miró insegura. —Cualquier cosa te llamaré. —Está bien —dijo Angélica por fin. Aurelio ni siquiera esperó que la mujer se marchara antes de cerrarle la puerta en el rostro. —Cariño… —Vuelve a tratar a mi personal así y te aseguro que me encargaré de que sea lo último que hagas
Su determinación había ido minando durante la hora posterior a la llamada de Paolo y cuando fue hora de salir, se encontró dirigiéndose hasta el bar. Se dijo que era porque el obsequio de su padre era importante para ella y no porque quisiera ver a Paolo. El bar estaba más llenó que el día anterior. Tal vez porque era viernes y la mayoría estaba celebrando el final de una semana de trabajo. Una música suave se reproducía a volumen bajo, lo suficiente para mejorar el ambiente, pero también permitir que las personas que ocupaban las diferentes mesas pudieran sostener una conversación. No era así como Loredana había planeado realizar su propia ceremonia de relajación después de una semana llena de trabajo, decepciones e improvistos. Lo suyo era más ver una película y algo de comida chatarra. Quizás si no tardaba demasiado todavía podría tener tiempo para ello. Recorrió con la mirada el lugar en busca de Paolo. Casi se sintió aliviada al no verlo. «Bueno, no está aquí —pensó—. Hora d
Paolo todavía tenía la mirada puesta en dirección a la puerta por la que Loredana se había marchado segundos atrás. Había sido todo un show verla caminar fuera del lugar y no solo para él. Más de una cabeza se había girado en su dirección cuando la vieron pasar.Se giró hacia la mesa para dejar algunos billetes encima de ella. Ignoró la inconveniente respuesta de su cuerpo hacia la exasperante mujer y salió de allí. Ya había perdido demasiado tiempo con Loredana Romano.En el camino a su departamento marcó en el manos libres el número de su secretario.—¿Cómo te fue?—El señor Renardo estará de viaje durante toda la semana siguiente —le informó Nestore.Se contuvo de golpear el volante. Esa noche nada estaba marchando según sus deseos.—Sin embargo, logré que su secretaria me dijera donde iba a estar. Al parecer visitará su villa fuera de la ciudad. Cada cierto tiempo se toma algunos días para ver personalmente como van las implementaciones de los nuevos avances de su compañía.—¿Por q
Paolo rodeó su escritorio y se acercó a su madre. —No te esperaba —se inclinó para abrazarla—, menos a estas horas. —Ya que mi hijo no se ha puesto en contacto durante los últimos días, pensé en venir a ver que lo tiene tan ocupado. —Lo siento, se me presentó un contratiempo con un negocio y estoy tratando de solucionarlo. —Trabajas demasiado. —Eso me han dicho. Su madre le acarició la mejilla como si todavía fuera un niño pequeño mientras lo analizaba con la mirada. —Es bueno que este aquí entonces, me encargaré de que no te olvides de comer mientras estás en ese asunto tan importante. —Gracias —dijo con una sonrisa—. ¿Por qué no vamos a la sala? —Creí que tenías trabajo. —Y me encargaré de ello después. ¿Cenaste? —Sí, los padres de Natalia me invitaron a su casa. Natalia era la esposa de Leonardo, el hermano de Adriano. Aunque esos dos compartían vinculo sanguíneo, eran bastante diferentes. Prefería mil veces pasar el tiempo con Adriano, al menos tenía certeza de que espe
«Debía tratarse de una jodida broma —pensó Loredana al ver a Paolo frente a ella con una sonrisa arrogante». Y ella pensaba que lo peor que podía haberle pasado era quedar varada en medio de la nada mientras el cielo parecía tener como único propósito inundar todo el lugar. De todas las personas en el mundo, tenía que haberse encontrado con él. —Mira lo que la lluvia trajo —comentó Paolo sin dejar de verse como el ególatra narcisista que era—. ¿Qué haces por aquí? Ni siquiera el agua que caía con fuerza sobre ambos, podía hacer algo para lavar su altanería. —Tomando el sol —dijo con ironía—. Me alegra que decidieras unirte a mí. No estaba de ánimo para lidiar con él. Su ropa estaba cada vez más mojada y tenía frío. Paolo caminó hasta su auto y miró por las ventanas antes de abrir la puerta de atrás. —Deberías mostrarte más agradecida —dijo él mientras tomaba la única maleta que ella había llevado consigo—. No creo que otro carro vaya a pasar pronto por aquí. Resistió el impul
Loredana revisó su maleta por fuera desde todos los ángulos antes volver a revisar en su interior. Revolvió el contenido una y otra vez, esperando en algún momento encontrar las cosas que ella misma se había asegurado de acomodar esa mañana. Unos minutos después, se resignó al hecho de que aquella maleta, aunque se parecía a la suya, no lo era.Se puso de pie y miró hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella. Aunque no necesitaba hacerlo para saber que su equipaje estaba en la habitación de en frente.Soltó un suspiro de resignación ante la idea de tener que enfrentarse a Paolo tan pronto y, lo peor, con apenas una toalla cubriéndola.Consideró la idea de ponerse la misma ropa que se había quitado al llegar, pero no le apetecía involucrarse en otra pelea con ella o, peor aún, enfrentarse a lo fría que debía de estar. Tembló de solo pensarlo.Cuadró los hombros, alzó la maleta y empezó a caminar.Un par de luces de emergencia iluminaban tenuemente el pasillo y le daban un asp
—Por allá, por favor. El señor D’agostino se reunirá con ustedes en algunos minutos.—Está bien. Muchas gracias.Paolo atravesó el vestíbulo de la enorme casa de Renardo en dirección a la sala. Loredana, por supuesto, ya estaba allí, había visto su auto estacionado afuera. Ella no lo escuchó acercarse y aprovechó para observarla con detenimiento. Quizás podía aprender algo de ella ahora que estaba distraída. Loredana estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas. Todo en ella era elegancia, incluso llevando unos jeans y zapatillas deportivas. Años de buenas escuelas y de crianza en el seno de una familia rica, seguro le habían dado lo necesario para siempre parecer perfecta.Era algo extraño que, en lugar de haberse casado con algún hombre de buena familia, estuviera trabajando en la empresa familiar. Aunque no estaban en el siglo pasado, no era nada fuera del otro mundo para mujeres en su posición económica, buscar un marido que se hiciera cargo de dirigir sus bienes mientras