Paolo despertó al escuchar una puerta cerrarse en la distancia. Abrió los ojos y miró en esa dirección antes de dirigir los ojos al lugar a su lado. La mujer con la que había pasado la noche se había marchado. Era una lástima, habría sido divertido estar con ella antes de decirse adiós.
No es que le importara mucho. Era una mujer hermosa, sin duda, y eso era todo. Las relaciones no eran lo suyo, implicaban un nivel de confianza que no creía que podría entregar a alguien que no fuera parte de su familia, e incluso con ellos le había tomado su tiempo abrirse.
Además, por qué acercarse a alguien cuando podrías perderlos. No quería pasar por eso… otra vez.
Era precisamente su aversión a las relaciones el tema de principal preocupación de sus hermanas —una más entrometida que la otra.
A Vanessa y Elaide les encantaba meterse en su vida mientras sus esposos se limitaban a observar. No es que alguien pudiera hacer algo para detenerlas cuando tenían algo en mente. Ellas hacían lo querían cuando lo querían.
Sin importar cuantas veces les había dicho que estaba bien solo, seguían tratando de emparejarlo. Tal y como habían intentado hacer con la cita a ciegas que le habían organizado el día anterior y a la cual lo habían enviado con mentiras.
Amaba a sus hermanas, pero no iba intentar fingir que no estaban locas.
El sonido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos.
Se puso de pie y fue hasta donde estaban sus pantalones, para sacar del bolsillo el aparato que sonaba insistentemente.
—Paolo Giordano al habla.
No pudo evitar hacer una mueca al decir su apellido. Incluso después de tantos años utilizándolo seguía sin gustarle demasiado. Durante mucho tiempo, pese a lo que decía en su acta de nacimiento, se había limitado a usar el apellido de soltera de su madre.
—Señor, buenos días —saludó su secretario desde el otro lado del teléfono.
Alejó el celular para mirar la hora. Era apenas un poco más de las seis de la mañana.
Nestore era el secretario más eficiente que podía haber encontrado y era bastante madrugador Se preguntó si dormía en algún momento. No es que el fuera quién para hablar sobre ello. La definición que sus hermanas tenían para él era un adicto al trabajo.
—Llamaba para recordarle de su cita con el señor D’agostino.
—No lo he olvidado.
—Después de eso tiene la reunión con los directivos de la empresa… —y así Nestore comenzó a recitarle todos los pendientes del día.
Paolo aprovechó para levantar su ropa y colocarla sobre la cama.
Un objeto brillante llamó su atención desde debajo de la cama y se inclinó a recogerlo. Se trataba de una pulsera, la misma que había visto adornando la muñeca de la mujer sin nombre. Jugó con el objeto en sus manos mientras pensaba en la manera para devolvérsela. Dejarla en la recepción del hotel sonaba mejor, en especial porque no tenía un nombre.
—¿Señor? —preguntó Nestore—. ¿Sigue allí?
—¿Eso es todo?
—Sí.
—Bueno, entonces nos vemos en la oficina más tarde. Y Nestore…
—¿Sí, señor?
—Si mis hermanas te llaman, diles que no estaré en la oficina durante el día.
Sus hermanas seguro se estaban muriendo por llamarle para preguntarle qué tal había ido su cita y no estarían nada contentas cuando descubrieran que se había marchado tan pronto se dio cuenta de la trampa. Entonces le dirían lo malo que era vivir con la cabeza enterrada en los negocios. Había escuchado el mismo discurso más veces de las que podía contar con los dedos y prefería no hacerlo otra vez… al menos hasta finalizar el día.
Pudo escuchar la sonrisa en la voz del hombre cuando habló.
—Así lo haré señor.
Dio por terminada la llamada y se dirigió al baño para tomar una ducha rápida. Todavía tenía que ir a su casa para cambiarse de atuendo.
El sonido del motor de su auto colocó una sonrisa en su rostro tan pronto se subió al él. La única otra cosa que lo apasionaba fuera del trabajo, era manejar. No había mejor sensación que la de sentarse detrás del volante y correr a toda velocidad.
Su casa, al igual que siempre, estaba en silencio cuando llegó. El lugar era demasiado grande para él solo y necesitaba al menos un equipo de cinco personas para mantenerla limpia y organizada.
Su vida había cambiado tanto en los últimos once años. Había pasado de no tener nada, a ser el dueño de diversas propiedades y el director general de la empresa familiar.
Solo mientras se cambiaba de ropa, se dio cuenta que al final no había dejado la pulsera en el hotel. Aquella joya todavía estaba en el bolsillo de su pantalón.
—Genial —musitó y lo colocó en el primer cajón de su velador. Ya se encargaría luego de eso.
Se dirigió a la cocina para desayunar, solo utilizaba el comedor cuando recibía visitas.
Adelina, su cocinera, estaba cerca de la estufa, preparándole el desayuno como cada mañana. Cuando su madre venía de visita, ella se encargaba de eso. Ella se había mudado a su propio lugar unos años atrás, según ella para darle privacidad. Como si la necesitara. Nunca llevaba a sus pocos encuentros de una noche a su casa, con o sin la presencia de su madre.
—Hola, Adelina —saludó—. Te ves particularmente bien esta mañana.
La mujer soltó una carcajada.
Adelina trabajaba para él desde que se mudó allí, al igual que su esposo que estaba encargado de los jardines.
—Un seductor sin remedio —dijo la mujer sin perder la sonrisa—. Vamos toma tu desayuno.
Paolo asintió y se sentó a la mesa.
Media hora después se encontró dentro de su coche en dirección a D’agostino y asociados. Al igual que siempre que se encontraba frente a un negocio importante, la adrenalina recorría sus venas. Aunque la emoción nunca duraba por mucho tiempo. En cuanto se alzaba victorioso, buscaba el siguiente reto.
Llegó a la empresa diez minutos antes de la hora acordada. Tomó el maletín que estaba en el asiento de pasajero y se dirigió al interior del edificio.
Estaba seguro de que esta sería su última reunión antes de que de Renardo firmara los documentos. Se habían reunido un par de veces antes, la primera fue tan pronto se enteró de que él estaba pensando en expandir su empresa a nivel internacional.
D’agostino y asociados era una empresa de biotecnología para la industria alimentaria. Tenía una reputación en el medio y años de trayectoria. Ahora que ellos querían ampliar sus horizontes, necesitaban un inversor confiable que además viniera con un plan de acción para que las cosas funcionaran.
Es allí donde él entraba. Paolo sabía ver una oportunidad cuando la tenía en frente. Su empresa se encargaría de inyectarle el capital a cambio de recibir un porcentaje de las ganancias. El documento en su mano mostraba con claridad su estrategia para la inserción en el mercado internacional y las ganancias que obtendrían.
El trato tendría que haberse firmado hace unos días, pero por alguna razón Renardo estaba dándole largas.
—Señor Giordano, buenos días —saludó la secretaria de Renardo tan pronto entró. Ella le dio una sonrisa coqueta que ignoró por completo.
Asintió con la cabeza como respuesta.
—El señor D’agostino lo está esperando en su oficina. —La mujer rodeó su escritorio—. Por aquí por favor —indicó ella y lo dirigió por el pasillo.
La secretaria entró primero a la oficina. Paolo pudo ver por encima de ella que Renardo no estaba solo. Una mujer estaba sentada frente a él y por un instante creyó saber de quien se trataba, pero lo descartó de inmediato.
Esperó que la secretaria anunciara su llegada antes de entrar. La mujer que acompañaba a Renardo se dio la vuelta justo en ese mismo momento y descubrió que no se había equivocado.
Allí, frente a él, estaba la misma mujer que había salido a hurtadillas de su cama esa mañana. Se veía más formal y serena que la noche anterior, pero no cabía duda de que era ella.
Siempre se había jactado de ser alguien que no se sorprendía con facilidad, pero mentiría si no dijera que la presencia de aquella mujer en la oficina de su futuro socio no lo tomó por sorpresa.
Por un segundo pensó que tal vez era una mala pasada de su mente y que se estaba confundiendo. Sin embargo, sabía que no era así.
Mantuvo su rostro inexpresivo mientras la miraba de pies a cabeza. Se veía demasiado seria enfundada en su traje de oficina al igual que con su cabello castaño recogido en una tensa cola. Recordó esa misma cabellera extendida en la cama mientras ella estaba debajo de él y aquellos ojos severos brillando con pasión.
Jamás se le habría ocurrido pensar que se la encontraría de nuevo apenas unas horas después de que ella hubiera abandonado su cama. Era claro por la expresión de la mujer que ella tampoco estaba preparada para verlo allí.
—Señorita Romano, le presentó al señor Giordano.
Interrumpió su análisis al escuchar el apellido.
«¿Romano?»
No le tomó demasiado tiempo hacer las conexiones necesarias.
Aquella mujer era la hija de Sabino Romano. Y si sus instintos no se equivocan, él se había acostado con su futura competencia porque solo se imaginaba una razón por la que ella estaba reunida con Renardo.
—Señorita Romano, un gusto verla de nuevo —dijo. Estiró la mano y le dio una sonrisa de cortesía—. No esperaba verla tan pronto.
—No sabía que se conocían. —Renardo los miró a ambos con curiosidad. —Tuve el placer de conocerla anoche —se adelantó a decir el recién llegado. Loredana fulminó al hombre con la mirada. No le gustaba para nada como su tono de voz había cambiado y la sonrisa que adornó su rostro al hablar. No necesitaba que Renardo dedujera lo que había pasado entre ellos. Ya estaba en suficiente desventaja al no saber qué hacía allí. El hombre alzó una ceja con un brillo de diversión en los ojos y miró su mano que todavía seguía extendida. Observó en esa dirección con recelo, pero la tomó con seguridad. Nunca demuestres debilidad. Sus músculos se tensaron cuando lo sintió acariciar su muñeca con el dedo pulgar. Las cosas solo empeoraron para ella cuando experimentó una ola de calor recorrerla de pies a cabeza. Era difícil olvidar la manera en la que la había acariciado con la misma mano apenas la noche anterior, al igual que todo lo que sucedió después. Había sido un desliz, uno provocado po
—Nestore, reúnete conmigo en mi oficina —ordenó Paolo mientras pasaba por el escritorio de su secretario a pasos agigantados. El hombre no se inmutó ante el tono elevado de su voz. Esa era una de las primeras razones por la que todavía trabajaba para él. Poco después de que Adriano le dejara al mando de empresas Giorsa, la secretaria que había estado bajo el mando de su cuñado decidió que era hora de jubilarse. Encontrar a alguien tan eficiente como ella había sido un reto. Una lista interminable de secretarias había pasado por su oficina. Ninguna había podido seguirle el ritmo y como si fuera poco se habían comportado como conejos asustadizos frente a un león. —¿Asumo que no cerró el trato? —le preguntó Nestore tan pronto cerró la puerta tras de él. Luego colocó una taza de café sobre la mesa. Tomó la taza y bebió la mitad del contenido de un solo sorbo. Como siempre la bebida era perfecta. —No, no lo hice —dijo antes de explicarle todo el asunto—. No me gusta que me sorprendan.
Loredana alzó la mirada cuando alguien abrió la puerta de su oficina de un momento a otro. —Señor, le dije que ella está ocupada en este momento. Angélica, su secretaria y mejor amiga, estaba parada detrás de Aurelio. Ella lucía irritada, pero al recién llegado parecía no importarle. Se abstuvo de soltar un resoplido. No estaba con ánimos de hablar con Aurelio, no cuando tenía cosas más importantes en las que preocuparse… Quizás si era fría después de todo. —Tranquila Angélica, yo me encargo —intervino antes de que su amiga decidiera clavarle un lapicero a Aurelio por detrás. Sería divertido y quizás se lo merecía por ser un completo idiota, pero no quería que Angélica se metiera en problemas. Ella la miró insegura. —Cualquier cosa te llamaré. —Está bien —dijo Angélica por fin. Aurelio ni siquiera esperó que la mujer se marchara antes de cerrarle la puerta en el rostro. —Cariño… —Vuelve a tratar a mi personal así y te aseguro que me encargaré de que sea lo último que hagas
Su determinación había ido minando durante la hora posterior a la llamada de Paolo y cuando fue hora de salir, se encontró dirigiéndose hasta el bar. Se dijo que era porque el obsequio de su padre era importante para ella y no porque quisiera ver a Paolo. El bar estaba más llenó que el día anterior. Tal vez porque era viernes y la mayoría estaba celebrando el final de una semana de trabajo. Una música suave se reproducía a volumen bajo, lo suficiente para mejorar el ambiente, pero también permitir que las personas que ocupaban las diferentes mesas pudieran sostener una conversación. No era así como Loredana había planeado realizar su propia ceremonia de relajación después de una semana llena de trabajo, decepciones e improvistos. Lo suyo era más ver una película y algo de comida chatarra. Quizás si no tardaba demasiado todavía podría tener tiempo para ello. Recorrió con la mirada el lugar en busca de Paolo. Casi se sintió aliviada al no verlo. «Bueno, no está aquí —pensó—. Hora d
Paolo todavía tenía la mirada puesta en dirección a la puerta por la que Loredana se había marchado segundos atrás. Había sido todo un show verla caminar fuera del lugar y no solo para él. Más de una cabeza se había girado en su dirección cuando la vieron pasar.Se giró hacia la mesa para dejar algunos billetes encima de ella. Ignoró la inconveniente respuesta de su cuerpo hacia la exasperante mujer y salió de allí. Ya había perdido demasiado tiempo con Loredana Romano.En el camino a su departamento marcó en el manos libres el número de su secretario.—¿Cómo te fue?—El señor Renardo estará de viaje durante toda la semana siguiente —le informó Nestore.Se contuvo de golpear el volante. Esa noche nada estaba marchando según sus deseos.—Sin embargo, logré que su secretaria me dijera donde iba a estar. Al parecer visitará su villa fuera de la ciudad. Cada cierto tiempo se toma algunos días para ver personalmente como van las implementaciones de los nuevos avances de su compañía.—¿Por q
Paolo rodeó su escritorio y se acercó a su madre. —No te esperaba —se inclinó para abrazarla—, menos a estas horas. —Ya que mi hijo no se ha puesto en contacto durante los últimos días, pensé en venir a ver que lo tiene tan ocupado. —Lo siento, se me presentó un contratiempo con un negocio y estoy tratando de solucionarlo. —Trabajas demasiado. —Eso me han dicho. Su madre le acarició la mejilla como si todavía fuera un niño pequeño mientras lo analizaba con la mirada. —Es bueno que este aquí entonces, me encargaré de que no te olvides de comer mientras estás en ese asunto tan importante. —Gracias —dijo con una sonrisa—. ¿Por qué no vamos a la sala? —Creí que tenías trabajo. —Y me encargaré de ello después. ¿Cenaste? —Sí, los padres de Natalia me invitaron a su casa. Natalia era la esposa de Leonardo, el hermano de Adriano. Aunque esos dos compartían vinculo sanguíneo, eran bastante diferentes. Prefería mil veces pasar el tiempo con Adriano, al menos tenía certeza de que espe
«Debía tratarse de una jodida broma —pensó Loredana al ver a Paolo frente a ella con una sonrisa arrogante». Y ella pensaba que lo peor que podía haberle pasado era quedar varada en medio de la nada mientras el cielo parecía tener como único propósito inundar todo el lugar. De todas las personas en el mundo, tenía que haberse encontrado con él. —Mira lo que la lluvia trajo —comentó Paolo sin dejar de verse como el ególatra narcisista que era—. ¿Qué haces por aquí? Ni siquiera el agua que caía con fuerza sobre ambos, podía hacer algo para lavar su altanería. —Tomando el sol —dijo con ironía—. Me alegra que decidieras unirte a mí. No estaba de ánimo para lidiar con él. Su ropa estaba cada vez más mojada y tenía frío. Paolo caminó hasta su auto y miró por las ventanas antes de abrir la puerta de atrás. —Deberías mostrarte más agradecida —dijo él mientras tomaba la única maleta que ella había llevado consigo—. No creo que otro carro vaya a pasar pronto por aquí. Resistió el impul
Loredana revisó su maleta por fuera desde todos los ángulos antes volver a revisar en su interior. Revolvió el contenido una y otra vez, esperando en algún momento encontrar las cosas que ella misma se había asegurado de acomodar esa mañana. Unos minutos después, se resignó al hecho de que aquella maleta, aunque se parecía a la suya, no lo era.Se puso de pie y miró hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella. Aunque no necesitaba hacerlo para saber que su equipaje estaba en la habitación de en frente.Soltó un suspiro de resignación ante la idea de tener que enfrentarse a Paolo tan pronto y, lo peor, con apenas una toalla cubriéndola.Consideró la idea de ponerse la misma ropa que se había quitado al llegar, pero no le apetecía involucrarse en otra pelea con ella o, peor aún, enfrentarse a lo fría que debía de estar. Tembló de solo pensarlo.Cuadró los hombros, alzó la maleta y empezó a caminar.Un par de luces de emergencia iluminaban tenuemente el pasillo y le daban un asp