Loredana revisó su maleta por fuera desde todos los ángulos antes volver a revisar en su interior. Revolvió el contenido una y otra vez, esperando en algún momento encontrar las cosas que ella misma se había asegurado de acomodar esa mañana. Unos minutos después, se resignó al hecho de que aquella maleta, aunque se parecía a la suya, no lo era.Se puso de pie y miró hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella. Aunque no necesitaba hacerlo para saber que su equipaje estaba en la habitación de en frente.Soltó un suspiro de resignación ante la idea de tener que enfrentarse a Paolo tan pronto y, lo peor, con apenas una toalla cubriéndola.Consideró la idea de ponerse la misma ropa que se había quitado al llegar, pero no le apetecía involucrarse en otra pelea con ella o, peor aún, enfrentarse a lo fría que debía de estar. Tembló de solo pensarlo.Cuadró los hombros, alzó la maleta y empezó a caminar.Un par de luces de emergencia iluminaban tenuemente el pasillo y le daban un asp
—Por allá, por favor. El señor D’agostino se reunirá con ustedes en algunos minutos.—Está bien. Muchas gracias.Paolo atravesó el vestíbulo de la enorme casa de Renardo en dirección a la sala. Loredana, por supuesto, ya estaba allí, había visto su auto estacionado afuera. Ella no lo escuchó acercarse y aprovechó para observarla con detenimiento. Quizás podía aprender algo de ella ahora que estaba distraída. Loredana estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas. Todo en ella era elegancia, incluso llevando unos jeans y zapatillas deportivas. Años de buenas escuelas y de crianza en el seno de una familia rica, seguro le habían dado lo necesario para siempre parecer perfecta.Era algo extraño que, en lugar de haberse casado con algún hombre de buena familia, estuviera trabajando en la empresa familiar. Aunque no estaban en el siglo pasado, no era nada fuera del otro mundo para mujeres en su posición económica, buscar un marido que se hiciera cargo de dirigir sus bienes mientras
Las hojas de los árboles se agitaban con suavidad y por encima de ellas se extendía el vasto cielo azul. Desde su posición, Loredana tenía una vista privilegiada y quizás podría disfrutar de ella sino fuera porque no había terminado allí por su decisión.Todo había sucedido demasiado rápido. Un segundo estaba caminando tranquila y al siguiente estaba rodando por una pendiente. Si no habría estado tan distraída, se habría dado cuenta de que debía tomar una curva en lugar de continuar caminando en línea recta.—¿Estás bien? —preguntó Paolo desde la parte de arriba.—Genial —susurró al recordar que no estaba sola.Se apoyó en las manos para poder incorporarse hasta estar sentada. Miró a Paolo sobre el hombro y asintió con la cabeza.Él estaba bajando a toda prisa, parecía en verdad preocupado. En cuanto llegó junto a ella se puso de cuclillas y la miró evaluando el daño. Ella también lo hizo.A simple vista no notó ninguna herida, aunque la rodilla y el pie le dolían un poco. Tan pronto
Paolo ocultó su sonrisa. Era difícil predecir lo que Loredana iba a decir cada vez que abría la boca. Y rara vez lo decepcionaba con sus comentarios ingeniosos. A la distancia divisó a Renardo y su esposa, sentados en unas perezosas. Ellos los notaron segundos después.—¿Qué sucedió? —preguntó Carla tan pronto llegaron con ellos.—Di un paso en falso —explicó Loredana.—Yo diría que fueron más que uno —dijo en voz baja lo suficiente para que solo ella lo escuchara.Loredana lo mando a callar en el mismo tono. De no haber tenido compañía seguro que le había dicho algo más.—Llévala adentro. Llamaré al doctor —dijo Renardo señalándole el camino.—No es necesario, seguro que no es nada grave.—No está de más —intervino Carla.No esperó a ver si Loredana estaba de acuerdo, asintió y siguió a la esposa de Renardo al interior de la casa.Cargarla todo el camino no había sido tarea fácil. Su cuerpo cerca de él, con su aliento caliente golpeándolo en el cuello, era lo más cercano a una tort
Loredana despertó desorientada. Se frotó los ojos y miró alrededor. Poco a poco reconoció los muebles de su habitación de hotel. ¿Cómo había llegado allí? Lo último que recordaba era estar en el auto de Paolo y luego se había quedado dormida.Él debía haberla llevado a su habitación en lugar de despertarla. Debía molestarle que hubiera hecho las cosas a su manera, pero en su lugar se encontró sonriendo. A veces podía no ser un completo idiota.Pasar el día en su compañía no había estado tan mal como se imaginó. Al menos ninguno se había matado en el intento —nos es que la idea no hubiera pasado por su mente unas cuantas veces— y eso ya era todo un éxito.Se sentó en la cama y tomó su celular del velador. Paolo también debería haberlo colocado allí.Eran las seis y cuarto. Había dormido alrededor de unas tres horas y pese a ello todavía se sentía cansada.Soltó un suspiro al ver algunas llamadas perdidas. Sabía que se trataba de Aurelio incluso antes de ver los detalles. Si no lo hubie
Paolo estaba observando a Loredana mientras ella dormía. Apenas eran las siete de la mañana, había tiempo suficiente para que se alistaran antes de partir. Su agenda estaba libre hasta el día siguiente y asumió que el de ella también. Ninguno tenía ninguna prisa, así que podían permitirse permanecer allí un rato más. Loredana debía estar cansada. Durante la madrugada la había despertado una vez más y ambos habían vuelto tener sexo desenfrenado. El deseo que sentía por ella no disminuyó incluso entonces. Después que ella cayó rendida, decidió dejarla dormir y se acomodó a su lado. Debió haberse marchado, pero se dijo que no había nada malo en permanecer allí. No iba a pensar en el trasfondo de sus acciones. ¿Qué había que pensar? Había pasado una noche llena de pasión y lo había disfrutado. Loredana era una amante entregada y disfrutaba de estar con ella. Eso era todo. Loredana se removió y el ritmo de su respiración cambió. Sabía que ahora estaba despierta, pero ella no abrió los o
De no ser porque quería deshacerse de Paolo con rapidez, jamás habría dejado que Aurelio la acompañara hasta su casa. Aunque quizás esa no había sido una decisión inteligente. —Deberías irte —dijo tan pronto Aurelio dejó su maleta en uno de los sofás—. Puedo hacerme cargo desde aquí. —¿Por qué él te trajo a casa? Intentó no perder la paciencia ante el tono de reproche en su voz. —Si es que acaso no te has dado cuenta, mi pie esta lesionado. Y aunque ya no se siente tan mal como antes, preferí no arriesgarme a conducir. La incomodidad por estar tanto tiempo de pie era cada vez peor, pero no pensaba sentarse hasta que Aurelio estuviera fuera de su casa. —¿Eso es todo? ¿O me vas a seguir interrogando? —Debiste llamarme, habría ido a recogerte. No tenías por qué aceptar la ayuda de ese tipo. Estaba agotada de decirle que ya no eran nada, así que optó por hablar del motivo de su inesperada visita. —Aurelio, ¿qué haces aquí? —Dana, necesitamos hablar. —En primer lugar, deja
Loredana regresó su atención a su padre antes de que Paolo la atrapara mirándolo. ¿Por qué era tan difícil evitarlo en una ciudad tan grande? —¿Qué haces? —preguntó tratando de no sonar alarmada al ver a su padre hacerle un gesto a su enemigo. —Estoy siendo cortés. Giró un poco la cabeza y de reojo observó a Paolo. Él le dijo algo a su acompañante, una rubia embutida en una falda que se adhería a su cuerpo y sobre unos tacones negros de infarto. Tenía que reconocer que la mujer tenía buen gusto en lo que a ropa se refería. La rubia asintió y se dirigió hacia una de las mesas vacías mientras Paolo caminaba hacia ellos. —Señor Romano, es un gusto verlo —dijo él en cuanto se detuvo frente a su mesa. —Paolo, ¿cómo estás? —Muy bien, señor. —Él la miró—. Loredana —saludó. —Señor Giordano —respondió con un asentimiento de cabeza. No se molestó en fingir una sonrisa. —¿Cómo se encuentra tu pie? —Mucho mejor, gracias por preguntar. Los dos se quedaron mirándose en silencio. —Me ente