Loredana regresó su atención a su padre antes de que Paolo la atrapara mirándolo. ¿Por qué era tan difícil evitarlo en una ciudad tan grande? —¿Qué haces? —preguntó tratando de no sonar alarmada al ver a su padre hacerle un gesto a su enemigo. —Estoy siendo cortés. Giró un poco la cabeza y de reojo observó a Paolo. Él le dijo algo a su acompañante, una rubia embutida en una falda que se adhería a su cuerpo y sobre unos tacones negros de infarto. Tenía que reconocer que la mujer tenía buen gusto en lo que a ropa se refería. La rubia asintió y se dirigió hacia una de las mesas vacías mientras Paolo caminaba hacia ellos. —Señor Romano, es un gusto verlo —dijo él en cuanto se detuvo frente a su mesa. —Paolo, ¿cómo estás? —Muy bien, señor. —Él la miró—. Loredana —saludó. —Señor Giordano —respondió con un asentimiento de cabeza. No se molestó en fingir una sonrisa. —¿Cómo se encuentra tu pie? —Mucho mejor, gracias por preguntar. Los dos se quedaron mirándose en silencio. —Me ente
—¡¿Qué haces aquí?! Paolo no respondió de inmediato, en su lugar caminó hacia el interior de la oficina de Loredana observando los detalles. Se detuvo frente a su pequeña biblioteca y leyó los títulos. Reconoció la mayoría de ellos. Todos los libros estaban relacionados con administración de negocios y economía. —Paolo —insistió ella. —Vine a recogerte —dijo con voz plana—. Tenemos una cita. ¿Recuerdas? Había estado seguro de que Loredana lo trataría de esquivar, es por eso que no había ido a buscarla a su casa, sabía que ella no estaría allí. El otro único lugar que se le ocurrió fue su lugar de trabajo. —No recuerdo haber accedido a eso. Sonrió divertido, pero se recompuso antes de darse la vuelta. Loredana lo estaba fulminando con la mirada —se estaba acostumbrando a eso. Acortó la distancia que los separaba y apoyó las manos a ambos lados de sillón de oficina dejándola sin escapatoria. El semblante de Loredana no cambió. Era muy buena fingiendo, pero él era mucho mejo
Los gritos y risas de los niños se podían escuchar por toda la casa de Paolo, uno más alto que otro como si se tratara de alguna especie de competencia. Los hijos de sus hermanas y de sus amigos eran como muñecos que funcionaban con baterías de larga duración. Después de tanto tiempo, ya estaba acostumbrado a aquel loquerío. Con tantos adultos cerca, cualquiera pensaría que nada podía sucederles, pero sus sobrinos siempre les demostraban lo equivocados que estaban. Es por eso que siempre mantenía un ojo sobre ellos en todo momento… A excepción de ese día. Sin importar cuanto lo intentaba, sus pensamientos seguían volviendo a Loredana. La noche anterior, después de que ella accediera a quedarse, la había llevado hasta su habitación y habían tenido sexo. Y, cada vez que las alarmas en su cabeza habían comenzado a sonar, él se había acercado a ella para volver a tomarla. No estaba preparado para enfrentar el hecho de que era la primera mujer que traía a su casa. Para esa mañana,
Algo le sucedía a Paolo. Desde que la había recogido, apenas había hablado y cada intento por establecer una conversación no la había llevado a ningún lado.Loredana no tenía idea de lo que podía haber sucedido desde la última vez que había visto a Paolo.Cuando él le había invitado a salir, se había sentido emocionada, pero también había estado a punto de negarse. Sin embargo, se convenció de que no tenía nada de malo y durante las últimas veinticuatro horas se había tenido que repetir lo mismo más de una vez.Ahora él parecía estarse arrepintiendo… Bueno, ella no iba a seguir soportando esa actitud.—Detente —ordenó.—¿Qué? —preguntó Paolo saliendo de su estupor. Él la miró confundido.—De-ten-te.—Te entendí la primera vez, lo qué no entiendo es por qué quieres que lo haga.—Ya no quiero ir a donde sea que me estés llevando.—No puedes cambiar de opinión de pronto.—Creí que eso es lo que tú habías hecho —dijo con ironía—, sino no entiendo a qué se debe tu cambio de actitud. Fuiste
Paolo no quería perturbar el descanso de Loredana, pero tampoco veía otra opción. Se había oscurecido y la temperatura había comenzado a descender. La manta que había cogido para cubrirlos no sería suficiente dentro de poco.Abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella. Quería disfrutar tan solo unos segundos más observándola.El día había ido mejor de lo que esperaba, eso si no contaba el pequeño arrebato de Loredana.Sonrió.Ella tenía carácter y no aguantaba nada de nadie. Unos minutos en su compañía lo había sacado de su miseria. —Principessa —la llamó por fin en un susurro y lo intentó otra vez cuando ella no le dio ninguna respuesta. Loredana frunció el ceño y se movió. —¿Qué sucede? —preguntó ella aún con los ojos cerrados.A veces era tan independiente y otras, como en aquel momento, parecía una niña traviesa.—Deberíamos entrar, es tarde para permanecer fuera.Ella llevó la mano frente a los labios y soltó un bostezó.—Estoy cansada.—No me sorprende después de todo el
Loredana miró su celular esperando que él escribiera algo más. Quizás una disculpa por no haberle avisado antes sobre su compromiso. Pero no es cómo si tuviera derecho a reclamarle algo, él jamás se había comprometido a nada, era ella quién había asumido que pasarían esa noche juntos, al igual que venían haciendo los anteriores días. El acuerdo inicial entre ellos no había cambiado. O al menos no para Paolo. En su caso era una historia muy diferente. Más de una vez se había encontrado soñando despierta con la posibilidad de algo más. Sabía que era una estupidez y se había regañado por tener la cabeza en las nubes. Pero eso no la había detenido. Soltó un suspiro y dejó su celular sobre la mesa. Un par de golpes sonaron en la puerta. —Adelante —dijo. Angélica entró a su oficina y caminó hasta ella. —Aquí tienes los documentos que me solicitaste y necesito que firmes esto. —¿Qué es? —El oficio para enviar a recursos humanos. Angélica se sentó frente a ella y colocó el resto de
El consejo de Angélica fue simple.—Entonces díselo.Aquellas palabras se repitieron en su cabeza durante esa noche manteniéndola despierta hasta muy tarde.Si fuera tan simple.Paolo no la contactó durante el sábado y eso la hizo sentirse más insegura.Más de una vez ella se sintió tentada a llamarlo, pero siempre se arrepintió antes de hacerlo.El domingo por la mañana fue a visitar a su padre, si se quedaba encerrada en su casa por más tiempo se iba a volver loca. Necesitaba pensar en algo más.—Me alegra que vinieras —dijo su padre abrazándola—Pasa, cariño.Se dirigieron a la parte de atrás y uno de los empleados les trajo un par de bebidas frías.—¿Cómo estás?Una pregunta simple, pero que no tenía idea de cómo responder.—Bien —dijo sin entrar en detalles—. ¿Y tú?—Algo agotado, he estado revisando algunos contratos y él tiempo se ha ido volando.—Deberías tomar un descanso. Tal vez un par de semanas.—Estoy con el proyecto de Carrier, en cuanto lo termine, sin duda me tomaré un
Paolo despertó con un dolor de cabeza insoportable y la garganta seca. Abrió los ojos y los cerró de inmediato cuando la luz del día no hizo más que empeorar su dolor. Le tomó un tiempo acostumbrarse al incesante latido en sus sienes y cuando lo hizo miró donde se encontraba.Al parecer se había quedado dormido en el sillón, aunque no recordaba cómo es qué había llegado allí para comenzar.Vio un vaso de agua sobre la mesa de café y unas píldoras, probablemente Angelina las había dejado allí. Estiró la mano, pero la miró extrañado al darse cuenta que llevaba una venda.«¡Maldición!» ¿Qué había sucedido?Agarró las pastillas y las arrojó dentro su boca, luego bebió un poco de agua.Intentó recordar lo que había hecho el día anterior.Como cada año había ido al cementerio temprano. Siempre solía quedarse allí hasta el medio día o un poco más; pero en esa ocasión apenas había permanecido unos minutos. La culpa casi lo había destrozado. Y los recuerdos se habían sentido más vívidos que nu