Paolo despertó con un dolor de cabeza insoportable y la garganta seca. Abrió los ojos y los cerró de inmediato cuando la luz del día no hizo más que empeorar su dolor. Le tomó un tiempo acostumbrarse al incesante latido en sus sienes y cuando lo hizo miró donde se encontraba.Al parecer se había quedado dormido en el sillón, aunque no recordaba cómo es qué había llegado allí para comenzar.Vio un vaso de agua sobre la mesa de café y unas píldoras, probablemente Angelina las había dejado allí. Estiró la mano, pero la miró extrañado al darse cuenta que llevaba una venda.«¡Maldición!» ¿Qué había sucedido?Agarró las pastillas y las arrojó dentro su boca, luego bebió un poco de agua.Intentó recordar lo que había hecho el día anterior.Como cada año había ido al cementerio temprano. Siempre solía quedarse allí hasta el medio día o un poco más; pero en esa ocasión apenas había permanecido unos minutos. La culpa casi lo había destrozado. Y los recuerdos se habían sentido más vívidos que nu
Paolo y Fiorella eran niños cuando se conocieron. Iban a la misma escuela y se volvieron amigos casi de inmediato. Ella fue la primera amiga que tuvo, Paolo no era muy bueno relacionándose con sus compañeros y siempre andaba solo.El padre de Fiorella, Rocco, era policía, pero no de esos que estaban hechos para servir y proteger. Era un hombre corrupto y agresivo. Y su hija no escapaba de su carácter. La primera vez que Paolo vio una marca en el cuerpo de Fiorella ella tenía once años. —¿Qué es eso? —preguntó furioso. Ella trató de ocultarlo de sus ojos, pero era muy tarde. Él ya había visto la marca del delito y a sus doce años, era bastante astuto como para deducir quién se lo había provocado. Los ojos de Fiorella siempre se llenaban de pánico cuando su padre estaba cerca y apenas decía una palabra. Los años transcurrieron, pero los golpes no cesaron. Paolo se sentía impotente al no poder hacer nada para detenerlo. Los demás parecían no darse cuenta y el desgraciado sabía dónd
Loredana se había arriesgado y había perdido.Estaba decepcionada y también furiosa, pero no se arrepentía de nada.Paolo no la quería e, incluso si sentía fuera así, él lucharía contra ello hasta convencerse de lo contrario. Lo mejor que podía haber hecho, era ponerle fin a lo suyo.Claro que los primeros días sin él habían sido dolorosos, todavía lo era. Durante las noches no lograba dormir hasta que era muy tarde y al despertar cada mañana tenía que poner más esfuerzo en su maquillaje para que las ojeras no se le notaran. Y, durante el día, sus ojos se desviaban a su celular esperando que en algún momento él llamara.Era la primera vez que sentía el corazón roto.Jamás habría imaginado que se podría extrañar tanto a alguien.La alarma sonó por segunda vez y la obligó a levantarse. Era sábado y se habría quedado regodeándose en su miseria al menos unos minutos más, sino fuera porque tenía que llevar a su padre al médico.Se alistó y preparó una sonrisa que no debía abandonar su rost
La fiesta estaba en todo su esplendor. La sala de eventos de D’agostino y asociados albergaba al menos unas doscientas personas. Las bebidas corrían por todo el lugar, al igual que los bocaditos. Los hombres usaban esmóquines hechos a medida, mientras las mujeres traían puestos vestidos de diseñadores y joyas que costaban el salario de toda una vida de una persona promedio. Loredana estaba ataviada en un vestido de gala color dorado y llevaba un par de pendientes de diamante que había pertenecido a su madre. Siempre le había gustado verse bien, pero esa noche en particular había hecho un esfuerzo en particular. Se había dicho que no tenía nada que ver con Paolo, pero quizás si lo hacía un poco. Recorrió con la mirada el lugar para ver si él ya había llegado, pero no lo vio por ningún lado. Esa era la primera noche que se iban a ver después de casi tres semanas y no estaba segura de sí estaba preparada para enfrentarse a él. No esa noche en particular. Había llegado la hora de sabe
Paolo sonrió en cuanto escuchó a Renardo mencionar el nombre de Romano’s Company. Era la primera vez que perdía un contrato tan importante y no le importaba. Después de todo, habría otros en el futuro. Estaba feliz de que por fin la única cosa que lo había mantenido alejado de Loredana durante las últimas semanas estuviera fuera de juego. No podía intentar reconquistarla mientras sus empresas estuvieran detrás del mismo objetivo. Pero ahora eso había acabado. Había sido difícil mantener la distancia. De tantas veces que había conducido hasta la casa de Loredana podría llegar allí incluso con los ojos vendados. Siempre se había marchado antes de hacer alguna locura como ir a tocar su puerta. Habría mandado al diablo todo, si hubiera sabido que otro hombre estaba tratando de conquistarla. No debería sorprenderle. Loredana era inteligente y hermosa, la mujer con la que muchos hombres soñaban. Había visto como algunos en aquel lugar la miraban con deseo. Bueno, si de él dependía, ni
Paolo vio cómo Giancarlo se inclinaba a abrazar a Loredana para luego darle un beso en la mejilla. Apretó el volante e inhaló profundo antes de hacer una estupidez como bajar del auto y lanzarse sobre el hombre. Esa era una mala idea, por supuesto. No quería que nadie supiera que estaba observando porque para comenzar ni siquiera debería estar allí. Era claro que estaba actuando como un acosador, pero después de ver a Loredana abandonar la fiesta en el auto de su cita, no había dudado en seguirlos. Su cuñado se había marchado antes, ansioso por regresar junto con su esposa, y eso le había evitado convertirse de nuevo en el blanco de sus burlas, aunque dudaba mucho que eso lo hubiera hecho entrar en razón. Giancarlo esperó hasta que Loredana entró a su casa antes de darse la vuelta. Él miró en su dirección y por un instante pensó que lo había visto, pero luego entró a su vehículo y se marchó. En cuanto Giancarlo salió de su rango de visión, observó hacia las ventanas de la casa de L
—¿Dónde estamos? —preguntó Loredana mirando la casa.Paolo se bajó antes de darle una respuesta, rodeó el auto y le abrió la puerta. Él le extendió una mano que ella ignoró deliberadamente. Eso solo le hizo sonreír divertido.No importa lo que hiciera, Paolo no parecía dispuesto a dejarla en paz. La verdad es que ella no estaba segura de si todavía era eso lo que quería.Durante todo el viaje había tenido que repetirse que no se hiciera ilusiones otra vez, apenas estaba superando lo que había pasado entre ellos.—Esta es la… —empezó a decir Paolo, pero su explicación se vio interrumpida por la voz de una mujer.—Paolo, hijo.«¿Hijo?»En serio esperaba que eso no significara lo que creía que significaba.Miró en dirección a la casa. En la puerta estaba parada una mujer de cabello castaño mirándolos a ambos con una sonrisa honesta, ella dio algunos pasos hasta que estuvo cerca de ellos.Intentó encontrar algún parecido entre Paolo y la mujer, pero no encontró demasiado para saber si sus
—Espero verte otra vez —dijo la madre de Paolo mientras abrazaba a Loredana.Él sonrió mientras veía a dos de las mujeres más importantes en su vida llevarse tan bien.Todo había ido mejor de lo que había esperado. Su madre adoraba a Loredana y ella se había relajado con el pasar de las horas.Loredana tardaría en disculparlo por completo, pero esperaba haber dado un gran paso ese día. Su plan al llevarla a casa de su madre era demostrarle lo serio que iba esta vez. No quería que ella tuviera ninguna duda de sus intenciones.Su madre dejó ir a Loredana solo para envolverlo en un abrazo a él.—No la dejes escapar —murmuró ella.—No hay ninguna posibilidad. —Y lo decía muy en serio. No iba a cometer el mismo error otra vez.—Ese es mi muchacho. —Su madre le dio una suave palmada en la mejilla.Ayudó a Loredana a subir al auto y luego se volvió a su madre.—Espero que me des algo de tiempo antes de delatarme con mis hermanas.—Supongo que puedo guardar el secreto un par de días.—Es todo