—¿Quién es el hombre más guapo del mundo?—Asumo que no hablas de mí.Loredana se dio la vuelta con su hijo en brazos. El pequeño Thiago tenía un par de meses de vida. No podía creer como el tiempo pasaba tan rápido cuando eres feliz.La noche que su hijo nació fue toda una locura. Las contracciones la habían despertado alrededor de la una de la mañana. Paolo no había tardado en despertarse también, se había puesto de pie y había sacado la maleta de emergencia que tenían preparada. Luego la llevó a la primera planta de la casa y anunció a todo pulmón que el bebé estaba por nacer.Su padre, sus abuelos y la madre de Paolo habían aparecido en cuestión de segundos. Ellos habían estado viviendo con ellos durante las últimas semanas cerca de la fecha probable de parto.Había sido su padre quién condujo hasta el hospital porque Paolo estaba muy nervioso para hacerlo. Aún podía recordarlo pálido, casi hiperventilado, mientras no dejaba de repetirle que todo estaría bien.Después de diez hora
—¿En qué estábamos pensando cuando aceptamos esto? —preguntó Ezio. Para Paolo, unas vacaciones en familia habían sonado más que estupendas hasta que se enteró que no serían solo Loredana, él y sus hijos. No tenía nada en contra de los demás, pero no estaba seguro de cómo sobreviviría dos semanas rodeado de niños y adolescentes por todos lados, en especial porque la mayoría del tiempo no tenía idea de lo que estaban hablando. Y eso que no era ni de cerca el hombre de mayor edad. Tal vez debía pensar en comprarse algún libro sobre dialecto de adolescentes para poder comunicarse con sus hijos en el futuro. Al paso que estaban creciendo sentía que eso sucedería en cualquier momento y que no estaría preparado. —No es como si hubiéramos podido decir que no, ellas mandan —comentó Valentino. —Será todo un reto salir vivos de esto, hay una gran probabilidad de que alguien termine muerto. —Matteo, el cuñado de Adriano, tenía una sonrisa burlona en el rostro. —¿Tú crees? —preguntó Alessandro
Loredana se despertó desorientada y tardó algunos segundos en recordar donde estaba. Tragó saliva y sus músculos se tensaron en cuanto las imágenes de la noche anterior llegaron a su mente. Abrió los ojos y miró a su costado esperando que todo se tratara de un sueño. No era así. El hombre con el que había pasado la noche, seguía a su lado. Con cuidado, se deslizó fuera de la cama. No necesitaba despertarlo. Seguro sería incómodo para ambos. Dejó de respirar y se quedó inmóvil cuando el hombre se movió. Era extraño no tener un nombre para él, pero ninguno de los dos se había presentado. Recuperó la calma en cuanto se dio cuenta que él seguía dormido. De pie, a un lado de la cama, se quedó observándolo. Aún dormido se podía ver la dureza en sus rasgos. Después de la corta interacción que habían tenido, podía aseverar que era uno de esos hombres que creían que el resto debía inclinarse ante ellos… Para nada el tipo de hombre con el que se relacionaría y, sin embargo, allí estaba. S
Paolo despertó al escuchar una puerta cerrarse en la distancia. Abrió los ojos y miró en esa dirección antes de dirigir los ojos al lugar a su lado. La mujer con la que había pasado la noche se había marchado. Era una lástima, habría sido divertido estar con ella antes de decirse adiós. No es que le importara mucho. Era una mujer hermosa, sin duda, y eso era todo. Las relaciones no eran lo suyo, implicaban un nivel de confianza que no creía que podría entregar a alguien que no fuera parte de su familia, e incluso con ellos le había tomado su tiempo abrirse. Además, por qué acercarse a alguien cuando podrías perderlos. No quería pasar por eso… otra vez. Era precisamente su aversión a las relaciones el tema de principal preocupación de sus hermanas —una más entrometida que la otra. A Vanessa y Elaide les encantaba meterse en su vida mientras sus esposos se limitaban a observar. No es que alguien pudiera hacer algo para detenerlas cuando tenían algo en mente. Ellas hacían lo querían c
—No sabía que se conocían. —Renardo los miró a ambos con curiosidad. —Tuve el placer de conocerla anoche —se adelantó a decir el recién llegado. Loredana fulminó al hombre con la mirada. No le gustaba para nada como su tono de voz había cambiado y la sonrisa que adornó su rostro al hablar. No necesitaba que Renardo dedujera lo que había pasado entre ellos. Ya estaba en suficiente desventaja al no saber qué hacía allí. El hombre alzó una ceja con un brillo de diversión en los ojos y miró su mano que todavía seguía extendida. Observó en esa dirección con recelo, pero la tomó con seguridad. Nunca demuestres debilidad. Sus músculos se tensaron cuando lo sintió acariciar su muñeca con el dedo pulgar. Las cosas solo empeoraron para ella cuando experimentó una ola de calor recorrerla de pies a cabeza. Era difícil olvidar la manera en la que la había acariciado con la misma mano apenas la noche anterior, al igual que todo lo que sucedió después. Había sido un desliz, uno provocado po
—Nestore, reúnete conmigo en mi oficina —ordenó Paolo mientras pasaba por el escritorio de su secretario a pasos agigantados. El hombre no se inmutó ante el tono elevado de su voz. Esa era una de las primeras razones por la que todavía trabajaba para él. Poco después de que Adriano le dejara al mando de empresas Giorsa, la secretaria que había estado bajo el mando de su cuñado decidió que era hora de jubilarse. Encontrar a alguien tan eficiente como ella había sido un reto. Una lista interminable de secretarias había pasado por su oficina. Ninguna había podido seguirle el ritmo y como si fuera poco se habían comportado como conejos asustadizos frente a un león. —¿Asumo que no cerró el trato? —le preguntó Nestore tan pronto cerró la puerta tras de él. Luego colocó una taza de café sobre la mesa. Tomó la taza y bebió la mitad del contenido de un solo sorbo. Como siempre la bebida era perfecta. —No, no lo hice —dijo antes de explicarle todo el asunto—. No me gusta que me sorprendan.
Loredana alzó la mirada cuando alguien abrió la puerta de su oficina de un momento a otro. —Señor, le dije que ella está ocupada en este momento. Angélica, su secretaria y mejor amiga, estaba parada detrás de Aurelio. Ella lucía irritada, pero al recién llegado parecía no importarle. Se abstuvo de soltar un resoplido. No estaba con ánimos de hablar con Aurelio, no cuando tenía cosas más importantes en las que preocuparse… Quizás si era fría después de todo. —Tranquila Angélica, yo me encargo —intervino antes de que su amiga decidiera clavarle un lapicero a Aurelio por detrás. Sería divertido y quizás se lo merecía por ser un completo idiota, pero no quería que Angélica se metiera en problemas. Ella la miró insegura. —Cualquier cosa te llamaré. —Está bien —dijo Angélica por fin. Aurelio ni siquiera esperó que la mujer se marchara antes de cerrarle la puerta en el rostro. —Cariño… —Vuelve a tratar a mi personal así y te aseguro que me encargaré de que sea lo último que hagas
Su determinación había ido minando durante la hora posterior a la llamada de Paolo y cuando fue hora de salir, se encontró dirigiéndose hasta el bar. Se dijo que era porque el obsequio de su padre era importante para ella y no porque quisiera ver a Paolo. El bar estaba más llenó que el día anterior. Tal vez porque era viernes y la mayoría estaba celebrando el final de una semana de trabajo. Una música suave se reproducía a volumen bajo, lo suficiente para mejorar el ambiente, pero también permitir que las personas que ocupaban las diferentes mesas pudieran sostener una conversación. No era así como Loredana había planeado realizar su propia ceremonia de relajación después de una semana llena de trabajo, decepciones e improvistos. Lo suyo era más ver una película y algo de comida chatarra. Quizás si no tardaba demasiado todavía podría tener tiempo para ello. Recorrió con la mirada el lugar en busca de Paolo. Casi se sintió aliviada al no verlo. «Bueno, no está aquí —pensó—. Hora d