Su determinación había ido minando durante la hora posterior a la llamada de Paolo y cuando fue hora de salir, se encontró dirigiéndose hasta el bar. Se dijo que era porque el obsequio de su padre era importante para ella y no porque quisiera ver a Paolo.
El bar estaba más llenó que el día anterior. Tal vez porque era viernes y la mayoría estaba celebrando el final de una semana de trabajo.
Una música suave se reproducía a volumen bajo, lo suficiente para mejorar el ambiente, pero también permitir que las personas que ocupaban las diferentes mesas pudieran sostener una conversación.
No era así como Loredana había planeado realizar su propia ceremonia de relajación después de una semana llena de trabajo, decepciones e improvistos. Lo suyo era más ver una película y algo de comida chatarra. Quizás si no tardaba demasiado todavía podría tener tiempo para ello.
Recorrió con la mirada el lugar en busca de Paolo. Casi se sintió aliviada al no verlo.
«Bueno, no está aquí —pensó—. Hora de irse»
Encontraría la manera de recuperar su pulsera en otra ocasión. Una que no implicase estar en el mismo lugar donde lo había conocido, a unos pisos de la habitación en la que habían dormido juntos… Aunque si era más precisa, lo último que habían hecho era dormir.
Estaba a punto de darse la vuelta para marcharse cuando alguien la tomó por la cintura.
—Pensando en escapar, principessa.
No estaba segura de que fue lo que la sorprendió más. Si la facilidad con la que Paolo leyó sus pensamientos o que la llamara así.
Una corriente recorrió su cuerpo ante su cercanía.
Tuvo que tomarse unos segundos para recuperar la compostura. No necesitaba que él se diera cuenta del efecto que tenía sobre ella.
Lo miró de reojo, aunque tuvo que alzar la cabeza un poco. Con su metro sesenta y cinco, no era tan pequeña, pero a su lado fácilmente lo parecía, incluso usando tacones.
—Si no mantienes tus manos para ti, me aseguraré de que la pierdas.
—Esa sí que sería una verdadera lástima —dijo él sin parecer ni un poco afectado por su amenaza—. ¿Quieres algo de beber?
—¿Dónde está mi pulsera? —preguntó.
Paolo, en lugar de responder, usó su mano para empujarla hacia una mesa libre en el fondo del bar.
Podría haberse resistido y plantarse donde estaba, pero casi estaba segura de que no ayudaría a su causa. Se estaba dando cuenta que Paolo podía ser tanto o más obstinado que ella.
Decidió seguirle el juego tan solo por el momento.
—¿Entonces porque me has citado aquí? —preguntó después de que se sentaran, pero no recibió respuesta.
Su mesa apenas era del ancho para que pusieran sus bebidas sobre ella y un poco más.
Paolo alzó la mano para llamar a uno de los meseros.
—Un whisky —ordenó cuando una mujer se acercó a ellos.
No le pasó desapercibido que ella enfocó toda su atención en él.
Paolo no pareció notar el interés de la camarera, es más, parecía aburrido.
—Y para la señorita…
—Puedo ordenar por mí, gracias —dijo retándolo con la mirada a contradecirla.
Él sonrió de lado y se cruzó de brazos.
Miró a la mujer que esperaba impaciente y le pidió solo agua. Después de lo que había hecho la noche anterior con apenas unos mililitros de alcohol en las venas, mejor no arriesgarse. Era consciente que eso no había tenido nada que ver con que terminara en la cama con Paolo, pero más valía prevenir que lamentar. No quería despertarse a lado de un desconocido por segundo día consecutivo.
«Ya no es un desconocido —le dijo una vocecita en el fondo de su mente que sabiamente decidió ignorar».
Cuando regresó la mirada a Paolo pudo ver la diversión brillar en sus ojos casi como si intuyera en lo que estaba pensando.
—¿Qué es lo quieres en verdad? —preguntó con determinación—. Ambos sabemos que no me citaste solo para devolverme mi pulsera, podrías habérmela enviado por correo.
Loredana odiaba los rodeos. Su padre siempre decía que era la mejor manera de no conseguir nada.
—El correo no es seguro —dijo Paolo sin perder su postura relajada—. Pero tienes razón, no es el único motivo por el que te llamé. Es sobre el negocio con Renardo…
—¿No me digas que has entrado en razón y decidiste echarte para atrás?
—Por el contrario, creí que después de analizarlo con calma habrías decidido dar un paso al costado. Esto está fuera de tu liga.
La condescendencia en su voz no le agradó ni un poco. Ese hombre le ponía los pelos de punta y despertaba sus instintos asesinos con facilidad. Pero a tiempo se dio cuenta que era eso justo lo que el buscaba, sacarla de sus casillas.
La mejor manera de conocer al oponente era ver sus debilidades para saber por dónde atacar. Paolo no era ningún tonto, la había citado allí para ver si podía averiguar algo más que los papeles no le habían dicho. Y que mejor manera de conocerla que provocándola y esperando a ver sus reacciones.
Sonrió de lado. Él pronto aprendería que no sería tan fácil.
—No deberías subestimarme —dijo con calma—. Cada persona que lo ha hecho se ha enfrentado a la derrota.
—Nunca has tratado con nadie como yo.
—Quizás no eres tan especial como crees.
Su conversación se detuvo cuando la camarera regresó con sus bebidas y ella volvió a hablar cuando se quedaron solos otra vez.
— ¿Puedes darme mi pulsera ahora? Creo que ha quedado claro que no puedes intimidarme.
Una sonrisa de lado adornó el rostro de Paolo. Ese gesto lo hacía verse más atractivo.
—Parece que es importante para ti.
—Me lo regaló alguien que significa mucho para mí. —Se maldijo en silencio por contarle algo como eso.
—Quizás el novio al que le fuiste infiel —dijo él acercándose a ella sobre la pequeña mesa.
La indignación que creció en ella ayudó a evitar la distracción que le producía su cercanía.
—No es asunto tuyo —dijo tomando su bolso.
Esa reunión estaba tomando más tiempo del debido.
—Creí que querías esto de regreso.
Paolo le mostró su pulsera, pero cuando intentó tomarla, cerró la mano.
Se detuvo a analizar si valía la pena. Para cualquiera era solo una joya más, pero tenía un valor importante para ella y no quería decirle a su padre que la había perdido.
—Te la devolveré con una condición.
—No voy a renunciar a la asociación con D’agostino.
—No era eso lo que te iba a pedir. —Paolo tomó un sorbo de su bebida.
Lo miró con sospecha.
—¿De qué se trata?
—No te lo diré ahora, pero llegado el momento tendrás que hacer lo que te pida.
Pensó que tan mal podría resultar aceptar su condición.
—No lo quiero tanto —dijo con fingida indiferencia.
—Supongo que me quedaré con ella entonces. —Paolo hizo amago de guardarlo en su bolsillo.
—Está bien, acepto.
¿Qué podría salir mal?
—Dame la mano —dijo él.
Extendió la mano para recibir la pulsera, pero en lugar de dársela él la envolvió en torno a su muñeca, pero se detuvo antes de abrocharla. Con el pulgar acarició justo donde estaba el moretón que Aurelio le había provocado.
En su prisa se había olvidado de la marca.
Paolo la miró a los ojos. Una emoción brilló en sus ojos, pero no la pudo reconocer.
—¿Qué te sucedió?
Rodó los ojos. Ese hombre sí que la confundía.
—Nada que sea de tu incumbencia.
Él se quedó en silencio unos segundos antes de hablar.
—Tienes razón —estuvo de acuerdo y le abrochó la pulsera en la muñeca.
—Fue un gusto volver a verlo —dijo con ironía y se puso de pie.
Antes de que pudiera ir a algún lugar él la retuvo por la cintura y la acercó a su cuerpo. Él le acomodó con la mano libre el cabello detrás de la oreja.
La fragancia de Paolo embotó sus sentidos y le recordó la noche de pasión que habían compartido. Era un olor relajante con tonos dulces. Se encontró deseando recostarse contra su pecho. ¿Por qué todo en él tenía que ser tan adictivo?
—No voy a detenerme hasta que Renardo firmé el acuerdo con mi empresa —susurró el cerca de su oído—. Negocios son negocios.
Recuperó la cordura con sus últimas palabras. Usó las manos en su pecho para alejarlo un poco.
—Es bueno que lo tengas claro. —Se puso de puntillas y le dio un beso en los labios, le costó todo su esfuerzo alejarse después de unos segundos—. Así no me sentiré mal cuando gané.
Se dio la vuelta y salió de allí antes de darle la oportunidad de decirle algo más. No estaba segura de porque lo había besado, pero tampoco le sorprendía. No parecía ella misma cuando estaba cerca de Paolo.
Condujo hasta su departamento mientras se esforzaba en mantener a Paolo fuera de sus pensamientos. No encontró mejor manera que centrarse en el trabajo.
Tenía un poco más de un mes antes del aniversario de D’agostino y asociados, hasta entonces tenía que demostrarle a Renardo que su empresa era la mejor opción para él y eso le costaría bastante esfuerzo.
Paolo todavía tenía la mirada puesta en dirección a la puerta por la que Loredana se había marchado segundos atrás. Había sido todo un show verla caminar fuera del lugar y no solo para él. Más de una cabeza se había girado en su dirección cuando la vieron pasar.Se giró hacia la mesa para dejar algunos billetes encima de ella. Ignoró la inconveniente respuesta de su cuerpo hacia la exasperante mujer y salió de allí. Ya había perdido demasiado tiempo con Loredana Romano.En el camino a su departamento marcó en el manos libres el número de su secretario.—¿Cómo te fue?—El señor Renardo estará de viaje durante toda la semana siguiente —le informó Nestore.Se contuvo de golpear el volante. Esa noche nada estaba marchando según sus deseos.—Sin embargo, logré que su secretaria me dijera donde iba a estar. Al parecer visitará su villa fuera de la ciudad. Cada cierto tiempo se toma algunos días para ver personalmente como van las implementaciones de los nuevos avances de su compañía.—¿Por q
Paolo rodeó su escritorio y se acercó a su madre. —No te esperaba —se inclinó para abrazarla—, menos a estas horas. —Ya que mi hijo no se ha puesto en contacto durante los últimos días, pensé en venir a ver que lo tiene tan ocupado. —Lo siento, se me presentó un contratiempo con un negocio y estoy tratando de solucionarlo. —Trabajas demasiado. —Eso me han dicho. Su madre le acarició la mejilla como si todavía fuera un niño pequeño mientras lo analizaba con la mirada. —Es bueno que este aquí entonces, me encargaré de que no te olvides de comer mientras estás en ese asunto tan importante. —Gracias —dijo con una sonrisa—. ¿Por qué no vamos a la sala? —Creí que tenías trabajo. —Y me encargaré de ello después. ¿Cenaste? —Sí, los padres de Natalia me invitaron a su casa. Natalia era la esposa de Leonardo, el hermano de Adriano. Aunque esos dos compartían vinculo sanguíneo, eran bastante diferentes. Prefería mil veces pasar el tiempo con Adriano, al menos tenía certeza de que espe
«Debía tratarse de una jodida broma —pensó Loredana al ver a Paolo frente a ella con una sonrisa arrogante». Y ella pensaba que lo peor que podía haberle pasado era quedar varada en medio de la nada mientras el cielo parecía tener como único propósito inundar todo el lugar. De todas las personas en el mundo, tenía que haberse encontrado con él. —Mira lo que la lluvia trajo —comentó Paolo sin dejar de verse como el ególatra narcisista que era—. ¿Qué haces por aquí? Ni siquiera el agua que caía con fuerza sobre ambos, podía hacer algo para lavar su altanería. —Tomando el sol —dijo con ironía—. Me alegra que decidieras unirte a mí. No estaba de ánimo para lidiar con él. Su ropa estaba cada vez más mojada y tenía frío. Paolo caminó hasta su auto y miró por las ventanas antes de abrir la puerta de atrás. —Deberías mostrarte más agradecida —dijo él mientras tomaba la única maleta que ella había llevado consigo—. No creo que otro carro vaya a pasar pronto por aquí. Resistió el impul
Loredana revisó su maleta por fuera desde todos los ángulos antes volver a revisar en su interior. Revolvió el contenido una y otra vez, esperando en algún momento encontrar las cosas que ella misma se había asegurado de acomodar esa mañana. Unos minutos después, se resignó al hecho de que aquella maleta, aunque se parecía a la suya, no lo era.Se puso de pie y miró hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella. Aunque no necesitaba hacerlo para saber que su equipaje estaba en la habitación de en frente.Soltó un suspiro de resignación ante la idea de tener que enfrentarse a Paolo tan pronto y, lo peor, con apenas una toalla cubriéndola.Consideró la idea de ponerse la misma ropa que se había quitado al llegar, pero no le apetecía involucrarse en otra pelea con ella o, peor aún, enfrentarse a lo fría que debía de estar. Tembló de solo pensarlo.Cuadró los hombros, alzó la maleta y empezó a caminar.Un par de luces de emergencia iluminaban tenuemente el pasillo y le daban un asp
—Por allá, por favor. El señor D’agostino se reunirá con ustedes en algunos minutos.—Está bien. Muchas gracias.Paolo atravesó el vestíbulo de la enorme casa de Renardo en dirección a la sala. Loredana, por supuesto, ya estaba allí, había visto su auto estacionado afuera. Ella no lo escuchó acercarse y aprovechó para observarla con detenimiento. Quizás podía aprender algo de ella ahora que estaba distraída. Loredana estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas. Todo en ella era elegancia, incluso llevando unos jeans y zapatillas deportivas. Años de buenas escuelas y de crianza en el seno de una familia rica, seguro le habían dado lo necesario para siempre parecer perfecta.Era algo extraño que, en lugar de haberse casado con algún hombre de buena familia, estuviera trabajando en la empresa familiar. Aunque no estaban en el siglo pasado, no era nada fuera del otro mundo para mujeres en su posición económica, buscar un marido que se hiciera cargo de dirigir sus bienes mientras
Las hojas de los árboles se agitaban con suavidad y por encima de ellas se extendía el vasto cielo azul. Desde su posición, Loredana tenía una vista privilegiada y quizás podría disfrutar de ella sino fuera porque no había terminado allí por su decisión.Todo había sucedido demasiado rápido. Un segundo estaba caminando tranquila y al siguiente estaba rodando por una pendiente. Si no habría estado tan distraída, se habría dado cuenta de que debía tomar una curva en lugar de continuar caminando en línea recta.—¿Estás bien? —preguntó Paolo desde la parte de arriba.—Genial —susurró al recordar que no estaba sola.Se apoyó en las manos para poder incorporarse hasta estar sentada. Miró a Paolo sobre el hombro y asintió con la cabeza.Él estaba bajando a toda prisa, parecía en verdad preocupado. En cuanto llegó junto a ella se puso de cuclillas y la miró evaluando el daño. Ella también lo hizo.A simple vista no notó ninguna herida, aunque la rodilla y el pie le dolían un poco. Tan pronto
Paolo ocultó su sonrisa. Era difícil predecir lo que Loredana iba a decir cada vez que abría la boca. Y rara vez lo decepcionaba con sus comentarios ingeniosos. A la distancia divisó a Renardo y su esposa, sentados en unas perezosas. Ellos los notaron segundos después.—¿Qué sucedió? —preguntó Carla tan pronto llegaron con ellos.—Di un paso en falso —explicó Loredana.—Yo diría que fueron más que uno —dijo en voz baja lo suficiente para que solo ella lo escuchara.Loredana lo mando a callar en el mismo tono. De no haber tenido compañía seguro que le había dicho algo más.—Llévala adentro. Llamaré al doctor —dijo Renardo señalándole el camino.—No es necesario, seguro que no es nada grave.—No está de más —intervino Carla.No esperó a ver si Loredana estaba de acuerdo, asintió y siguió a la esposa de Renardo al interior de la casa.Cargarla todo el camino no había sido tarea fácil. Su cuerpo cerca de él, con su aliento caliente golpeándolo en el cuello, era lo más cercano a una tort
Loredana despertó desorientada. Se frotó los ojos y miró alrededor. Poco a poco reconoció los muebles de su habitación de hotel. ¿Cómo había llegado allí? Lo último que recordaba era estar en el auto de Paolo y luego se había quedado dormida.Él debía haberla llevado a su habitación en lugar de despertarla. Debía molestarle que hubiera hecho las cosas a su manera, pero en su lugar se encontró sonriendo. A veces podía no ser un completo idiota.Pasar el día en su compañía no había estado tan mal como se imaginó. Al menos ninguno se había matado en el intento —nos es que la idea no hubiera pasado por su mente unas cuantas veces— y eso ya era todo un éxito.Se sentó en la cama y tomó su celular del velador. Paolo también debería haberlo colocado allí.Eran las seis y cuarto. Había dormido alrededor de unas tres horas y pese a ello todavía se sentía cansada.Soltó un suspiro al ver algunas llamadas perdidas. Sabía que se trataba de Aurelio incluso antes de ver los detalles. Si no lo hubie