Paolo ocultó su sonrisa. Era difícil predecir lo que Loredana iba a decir cada vez que abría la boca. Y rara vez lo decepcionaba con sus comentarios ingeniosos. A la distancia divisó a Renardo y su esposa, sentados en unas perezosas. Ellos los notaron segundos después.—¿Qué sucedió? —preguntó Carla tan pronto llegaron con ellos.—Di un paso en falso —explicó Loredana.—Yo diría que fueron más que uno —dijo en voz baja lo suficiente para que solo ella lo escuchara.Loredana lo mando a callar en el mismo tono. De no haber tenido compañía seguro que le había dicho algo más.—Llévala adentro. Llamaré al doctor —dijo Renardo señalándole el camino.—No es necesario, seguro que no es nada grave.—No está de más —intervino Carla.No esperó a ver si Loredana estaba de acuerdo, asintió y siguió a la esposa de Renardo al interior de la casa.Cargarla todo el camino no había sido tarea fácil. Su cuerpo cerca de él, con su aliento caliente golpeándolo en el cuello, era lo más cercano a una tort
Loredana despertó desorientada. Se frotó los ojos y miró alrededor. Poco a poco reconoció los muebles de su habitación de hotel. ¿Cómo había llegado allí? Lo último que recordaba era estar en el auto de Paolo y luego se había quedado dormida.Él debía haberla llevado a su habitación en lugar de despertarla. Debía molestarle que hubiera hecho las cosas a su manera, pero en su lugar se encontró sonriendo. A veces podía no ser un completo idiota.Pasar el día en su compañía no había estado tan mal como se imaginó. Al menos ninguno se había matado en el intento —nos es que la idea no hubiera pasado por su mente unas cuantas veces— y eso ya era todo un éxito.Se sentó en la cama y tomó su celular del velador. Paolo también debería haberlo colocado allí.Eran las seis y cuarto. Había dormido alrededor de unas tres horas y pese a ello todavía se sentía cansada.Soltó un suspiro al ver algunas llamadas perdidas. Sabía que se trataba de Aurelio incluso antes de ver los detalles. Si no lo hubie
Paolo estaba observando a Loredana mientras ella dormía. Apenas eran las siete de la mañana, había tiempo suficiente para que se alistaran antes de partir. Su agenda estaba libre hasta el día siguiente y asumió que el de ella también. Ninguno tenía ninguna prisa, así que podían permitirse permanecer allí un rato más. Loredana debía estar cansada. Durante la madrugada la había despertado una vez más y ambos habían vuelto tener sexo desenfrenado. El deseo que sentía por ella no disminuyó incluso entonces. Después que ella cayó rendida, decidió dejarla dormir y se acomodó a su lado. Debió haberse marchado, pero se dijo que no había nada malo en permanecer allí. No iba a pensar en el trasfondo de sus acciones. ¿Qué había que pensar? Había pasado una noche llena de pasión y lo había disfrutado. Loredana era una amante entregada y disfrutaba de estar con ella. Eso era todo. Loredana se removió y el ritmo de su respiración cambió. Sabía que ahora estaba despierta, pero ella no abrió los o
De no ser porque quería deshacerse de Paolo con rapidez, jamás habría dejado que Aurelio la acompañara hasta su casa. Aunque quizás esa no había sido una decisión inteligente. —Deberías irte —dijo tan pronto Aurelio dejó su maleta en uno de los sofás—. Puedo hacerme cargo desde aquí. —¿Por qué él te trajo a casa? Intentó no perder la paciencia ante el tono de reproche en su voz. —Si es que acaso no te has dado cuenta, mi pie esta lesionado. Y aunque ya no se siente tan mal como antes, preferí no arriesgarme a conducir. La incomodidad por estar tanto tiempo de pie era cada vez peor, pero no pensaba sentarse hasta que Aurelio estuviera fuera de su casa. —¿Eso es todo? ¿O me vas a seguir interrogando? —Debiste llamarme, habría ido a recogerte. No tenías por qué aceptar la ayuda de ese tipo. Estaba agotada de decirle que ya no eran nada, así que optó por hablar del motivo de su inesperada visita. —Aurelio, ¿qué haces aquí? —Dana, necesitamos hablar. —En primer lugar, deja
Loredana regresó su atención a su padre antes de que Paolo la atrapara mirándolo. ¿Por qué era tan difícil evitarlo en una ciudad tan grande? —¿Qué haces? —preguntó tratando de no sonar alarmada al ver a su padre hacerle un gesto a su enemigo. —Estoy siendo cortés. Giró un poco la cabeza y de reojo observó a Paolo. Él le dijo algo a su acompañante, una rubia embutida en una falda que se adhería a su cuerpo y sobre unos tacones negros de infarto. Tenía que reconocer que la mujer tenía buen gusto en lo que a ropa se refería. La rubia asintió y se dirigió hacia una de las mesas vacías mientras Paolo caminaba hacia ellos. —Señor Romano, es un gusto verlo —dijo él en cuanto se detuvo frente a su mesa. —Paolo, ¿cómo estás? —Muy bien, señor. —Él la miró—. Loredana —saludó. —Señor Giordano —respondió con un asentimiento de cabeza. No se molestó en fingir una sonrisa. —¿Cómo se encuentra tu pie? —Mucho mejor, gracias por preguntar. Los dos se quedaron mirándose en silencio. —Me ente
—¡¿Qué haces aquí?! Paolo no respondió de inmediato, en su lugar caminó hacia el interior de la oficina de Loredana observando los detalles. Se detuvo frente a su pequeña biblioteca y leyó los títulos. Reconoció la mayoría de ellos. Todos los libros estaban relacionados con administración de negocios y economía. —Paolo —insistió ella. —Vine a recogerte —dijo con voz plana—. Tenemos una cita. ¿Recuerdas? Había estado seguro de que Loredana lo trataría de esquivar, es por eso que no había ido a buscarla a su casa, sabía que ella no estaría allí. El otro único lugar que se le ocurrió fue su lugar de trabajo. —No recuerdo haber accedido a eso. Sonrió divertido, pero se recompuso antes de darse la vuelta. Loredana lo estaba fulminando con la mirada —se estaba acostumbrando a eso. Acortó la distancia que los separaba y apoyó las manos a ambos lados de sillón de oficina dejándola sin escapatoria. El semblante de Loredana no cambió. Era muy buena fingiendo, pero él era mucho mejo
Los gritos y risas de los niños se podían escuchar por toda la casa de Paolo, uno más alto que otro como si se tratara de alguna especie de competencia. Los hijos de sus hermanas y de sus amigos eran como muñecos que funcionaban con baterías de larga duración. Después de tanto tiempo, ya estaba acostumbrado a aquel loquerío. Con tantos adultos cerca, cualquiera pensaría que nada podía sucederles, pero sus sobrinos siempre les demostraban lo equivocados que estaban. Es por eso que siempre mantenía un ojo sobre ellos en todo momento… A excepción de ese día. Sin importar cuanto lo intentaba, sus pensamientos seguían volviendo a Loredana. La noche anterior, después de que ella accediera a quedarse, la había llevado hasta su habitación y habían tenido sexo. Y, cada vez que las alarmas en su cabeza habían comenzado a sonar, él se había acercado a ella para volver a tomarla. No estaba preparado para enfrentar el hecho de que era la primera mujer que traía a su casa. Para esa mañana,
Algo le sucedía a Paolo. Desde que la había recogido, apenas había hablado y cada intento por establecer una conversación no la había llevado a ningún lado.Loredana no tenía idea de lo que podía haber sucedido desde la última vez que había visto a Paolo.Cuando él le había invitado a salir, se había sentido emocionada, pero también había estado a punto de negarse. Sin embargo, se convenció de que no tenía nada de malo y durante las últimas veinticuatro horas se había tenido que repetir lo mismo más de una vez.Ahora él parecía estarse arrepintiendo… Bueno, ella no iba a seguir soportando esa actitud.—Detente —ordenó.—¿Qué? —preguntó Paolo saliendo de su estupor. Él la miró confundido.—De-ten-te.—Te entendí la primera vez, lo qué no entiendo es por qué quieres que lo haga.—Ya no quiero ir a donde sea que me estés llevando.—No puedes cambiar de opinión de pronto.—Creí que eso es lo que tú habías hecho —dijo con ironía—, sino no entiendo a qué se debe tu cambio de actitud. Fuiste