Paolo no quería perturbar el descanso de Loredana, pero tampoco veía otra opción. Se había oscurecido y la temperatura había comenzado a descender. La manta que había cogido para cubrirlos no sería suficiente dentro de poco.Abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella. Quería disfrutar tan solo unos segundos más observándola.El día había ido mejor de lo que esperaba, eso si no contaba el pequeño arrebato de Loredana.Sonrió.Ella tenía carácter y no aguantaba nada de nadie. Unos minutos en su compañía lo había sacado de su miseria. —Principessa —la llamó por fin en un susurro y lo intentó otra vez cuando ella no le dio ninguna respuesta. Loredana frunció el ceño y se movió. —¿Qué sucede? —preguntó ella aún con los ojos cerrados.A veces era tan independiente y otras, como en aquel momento, parecía una niña traviesa.—Deberíamos entrar, es tarde para permanecer fuera.Ella llevó la mano frente a los labios y soltó un bostezó.—Estoy cansada.—No me sorprende después de todo el
Loredana miró su celular esperando que él escribiera algo más. Quizás una disculpa por no haberle avisado antes sobre su compromiso. Pero no es cómo si tuviera derecho a reclamarle algo, él jamás se había comprometido a nada, era ella quién había asumido que pasarían esa noche juntos, al igual que venían haciendo los anteriores días. El acuerdo inicial entre ellos no había cambiado. O al menos no para Paolo. En su caso era una historia muy diferente. Más de una vez se había encontrado soñando despierta con la posibilidad de algo más. Sabía que era una estupidez y se había regañado por tener la cabeza en las nubes. Pero eso no la había detenido. Soltó un suspiro y dejó su celular sobre la mesa. Un par de golpes sonaron en la puerta. —Adelante —dijo. Angélica entró a su oficina y caminó hasta ella. —Aquí tienes los documentos que me solicitaste y necesito que firmes esto. —¿Qué es? —El oficio para enviar a recursos humanos. Angélica se sentó frente a ella y colocó el resto de
El consejo de Angélica fue simple.—Entonces díselo.Aquellas palabras se repitieron en su cabeza durante esa noche manteniéndola despierta hasta muy tarde.Si fuera tan simple.Paolo no la contactó durante el sábado y eso la hizo sentirse más insegura.Más de una vez ella se sintió tentada a llamarlo, pero siempre se arrepintió antes de hacerlo.El domingo por la mañana fue a visitar a su padre, si se quedaba encerrada en su casa por más tiempo se iba a volver loca. Necesitaba pensar en algo más.—Me alegra que vinieras —dijo su padre abrazándola—Pasa, cariño.Se dirigieron a la parte de atrás y uno de los empleados les trajo un par de bebidas frías.—¿Cómo estás?Una pregunta simple, pero que no tenía idea de cómo responder.—Bien —dijo sin entrar en detalles—. ¿Y tú?—Algo agotado, he estado revisando algunos contratos y él tiempo se ha ido volando.—Deberías tomar un descanso. Tal vez un par de semanas.—Estoy con el proyecto de Carrier, en cuanto lo termine, sin duda me tomaré un
Paolo despertó con un dolor de cabeza insoportable y la garganta seca. Abrió los ojos y los cerró de inmediato cuando la luz del día no hizo más que empeorar su dolor. Le tomó un tiempo acostumbrarse al incesante latido en sus sienes y cuando lo hizo miró donde se encontraba.Al parecer se había quedado dormido en el sillón, aunque no recordaba cómo es qué había llegado allí para comenzar.Vio un vaso de agua sobre la mesa de café y unas píldoras, probablemente Angelina las había dejado allí. Estiró la mano, pero la miró extrañado al darse cuenta que llevaba una venda.«¡Maldición!» ¿Qué había sucedido?Agarró las pastillas y las arrojó dentro su boca, luego bebió un poco de agua.Intentó recordar lo que había hecho el día anterior.Como cada año había ido al cementerio temprano. Siempre solía quedarse allí hasta el medio día o un poco más; pero en esa ocasión apenas había permanecido unos minutos. La culpa casi lo había destrozado. Y los recuerdos se habían sentido más vívidos que nu
Paolo y Fiorella eran niños cuando se conocieron. Iban a la misma escuela y se volvieron amigos casi de inmediato. Ella fue la primera amiga que tuvo, Paolo no era muy bueno relacionándose con sus compañeros y siempre andaba solo.El padre de Fiorella, Rocco, era policía, pero no de esos que estaban hechos para servir y proteger. Era un hombre corrupto y agresivo. Y su hija no escapaba de su carácter. La primera vez que Paolo vio una marca en el cuerpo de Fiorella ella tenía once años. —¿Qué es eso? —preguntó furioso. Ella trató de ocultarlo de sus ojos, pero era muy tarde. Él ya había visto la marca del delito y a sus doce años, era bastante astuto como para deducir quién se lo había provocado. Los ojos de Fiorella siempre se llenaban de pánico cuando su padre estaba cerca y apenas decía una palabra. Los años transcurrieron, pero los golpes no cesaron. Paolo se sentía impotente al no poder hacer nada para detenerlo. Los demás parecían no darse cuenta y el desgraciado sabía dónd
Loredana se había arriesgado y había perdido.Estaba decepcionada y también furiosa, pero no se arrepentía de nada.Paolo no la quería e, incluso si sentía fuera así, él lucharía contra ello hasta convencerse de lo contrario. Lo mejor que podía haber hecho, era ponerle fin a lo suyo.Claro que los primeros días sin él habían sido dolorosos, todavía lo era. Durante las noches no lograba dormir hasta que era muy tarde y al despertar cada mañana tenía que poner más esfuerzo en su maquillaje para que las ojeras no se le notaran. Y, durante el día, sus ojos se desviaban a su celular esperando que en algún momento él llamara.Era la primera vez que sentía el corazón roto.Jamás habría imaginado que se podría extrañar tanto a alguien.La alarma sonó por segunda vez y la obligó a levantarse. Era sábado y se habría quedado regodeándose en su miseria al menos unos minutos más, sino fuera porque tenía que llevar a su padre al médico.Se alistó y preparó una sonrisa que no debía abandonar su rost
La fiesta estaba en todo su esplendor. La sala de eventos de D’agostino y asociados albergaba al menos unas doscientas personas. Las bebidas corrían por todo el lugar, al igual que los bocaditos. Los hombres usaban esmóquines hechos a medida, mientras las mujeres traían puestos vestidos de diseñadores y joyas que costaban el salario de toda una vida de una persona promedio. Loredana estaba ataviada en un vestido de gala color dorado y llevaba un par de pendientes de diamante que había pertenecido a su madre. Siempre le había gustado verse bien, pero esa noche en particular había hecho un esfuerzo en particular. Se había dicho que no tenía nada que ver con Paolo, pero quizás si lo hacía un poco. Recorrió con la mirada el lugar para ver si él ya había llegado, pero no lo vio por ningún lado. Esa era la primera noche que se iban a ver después de casi tres semanas y no estaba segura de sí estaba preparada para enfrentarse a él. No esa noche en particular. Había llegado la hora de sabe
Paolo sonrió en cuanto escuchó a Renardo mencionar el nombre de Romano’s Company. Era la primera vez que perdía un contrato tan importante y no le importaba. Después de todo, habría otros en el futuro. Estaba feliz de que por fin la única cosa que lo había mantenido alejado de Loredana durante las últimas semanas estuviera fuera de juego. No podía intentar reconquistarla mientras sus empresas estuvieran detrás del mismo objetivo. Pero ahora eso había acabado. Había sido difícil mantener la distancia. De tantas veces que había conducido hasta la casa de Loredana podría llegar allí incluso con los ojos vendados. Siempre se había marchado antes de hacer alguna locura como ir a tocar su puerta. Habría mandado al diablo todo, si hubiera sabido que otro hombre estaba tratando de conquistarla. No debería sorprenderle. Loredana era inteligente y hermosa, la mujer con la que muchos hombres soñaban. Había visto como algunos en aquel lugar la miraban con deseo. Bueno, si de él dependía, ni