Al colgar la llamada con su amiga Mónica, Ashley se percató de que su reloj marcaba poco más de las 8:00 de la mañana, lo cual significaba que estaba por encima de la hora de entrada a su trabajo. —¡No puede ser!—murmuró, apresurándose para evitar ser regañada por su jefe, el señor López. Ashley sabía muy bien que el hombre no le tenía buena estima, todo lo contrario, parecía desear despedirla. En otras circunstancias ella se iría por sí misma, pero en estas, dónde dependía del trabajo para mantener a su hijo, no podía darse semejante lujo. De por sí, haber obtenido un puesto tan significativo ya era mucho pedir, más para una persona como ella, que ni siquiera había terminado sus estudios universitarios. Pero al parecer, Enrique, le había dado el mismo valor, que el de una persona que sí se hubiese graduado. Al llegar a la empresa, Ashley se dirigió a la oficina del señor López. El hombre se encontraba revisando unos documentos cuando escuchó la puerta abrirse. —¡Buenos días, señ
—Pasando a otros temas, Ashley, me temo que debo advertirte sobre una situación que puede afectar tu futuro en esta empresa—expresó Enrique la razón de su presencia en aquella oficina. —¿De qué se trata?—se preocupó Ashley, al notar la seriedad en la voz del encargado de recursos humanos.—Tu jefe ha puesto una queja sobre ti—aclaró Enrique—. Al parecer no está del todo conforme con tus capacidades. —No puede ser. El ánimo de Ashley decayó mucho más de lo que estaba en esa mañana. Todo le estaba saliendo muy mal. —Tranquila—la tranquilizó el hombre junto a ella—. Por ahora aquella queja no amerita más que una advertencia. Ashley, debes demostrarle a López de lo que estás hecha. Sé que en ti hay un gran potencial, estoy seguro de que no me equivoqué al elegirte. Por favor, no me defraudes—le suplicó lo último mirándola fijamente a los ojos. La joven mujer se sintió conmovida ante su apoyo, en ese tiempo conociendo a Enrique se había dado cuenta de que era un hombre muy noble que si
—¡Esa está aquí!—pronunció la mujer entrando bruscamente a la oficina de su hijo. El hombre, quien yacía detrás del escritorio, le lanzó una ardua mirada a su madre, la cual parecía echar chispas por los ojos. —¿A quién te refieres, madre?—preguntó aparentando desconocer de lo que hablaba. Aunque, en realidad, sabía muy bien a quién se refería. Débora bufó, sabía muy bien que su hijo estaba al tanto, de hecho, empezaba a comprender su insistencia para que se abrieran al mercado suizo, seguramente había venido a este país a buscarla a ella. Y la sola idea, le enfurecía mucho más. —¿Ah, no sabes a quién me refiero?—le inquirió con suspicacia. Retándolo a qué le siguiera mintiendo. —No. Angelo fue tajante en su respuesta. Desde su divorcio, su madre había estado detrás de él, vigilando cada paso que daba. Y estaba harto de su vigilancia. —Por favor no me creas tan estúpida. Soy vieja, sí, pero no tonta—le riño con furia.—Madre, tengo mucho trabajo. Si no vas a ser clara en tus pa
Fueron varios minutos los que Ashley duró sumida en sus pensamientos. Las últimas palabras dichas por aquel abogado seguían resonando en su confusa mente: "Mi representado ha demandado la custodia de su hijo"La custodia. La CUSTODIA. De pronto era como si Ashley hubiese comprendido la gravedad de aquel asunto y en un impulso de ira tomó la citación entre sus manos y la arrugó hasta convertirla en una bola de papel que tiró al suelo con fuerza. —¡No! ¡No lo permitiré!—gritó a viva voz, completamente fuera de sus casillas. ¿Cómo se atrevía a mandarle un abogado? ¿Cómo se atrevía a demandar la custodia de su pequeño Arnold? Sin duda, Angelo Westler era el tipo más vil y desgraciado que existía sobre la faz de la tierra. Todavía no podía creer lo estúpida que había sido en el pasado, y lo ciega que había estado como para enamorarse de él. En ese momento, Ashley maldijo el día en que lo conoció, el día donde ilusamente quedó flechada de aquellos ojos verdes que la habían hechizado
«Necesito 8000 dólares», pensó Ashley saliendo del edificio donde acababa de contratar los servicios del abogado más costoso de la firma. Ashley sabía que su hijo valía la pena, pero no tenía el dinero para pagar los honorarios del abogado¿Y ahora qué haría?Las opciones eran limitadas para la joven madre, la posibilidad de pedir un préstamo en el banco la atravesaba, el único detalle era que no tenía nada que le sirviera de garantía.Para ese punto se sentía perdida, había tomado una decisión precipitada y ahora tenía que pagar las consecuencias. Había cometido un error, se había dejado llevar por sus emociones y ahora tenía que pagar el precio.Y el precio era: 8000 dólares. Pero ya no había espacio para el arrepentimiento, la decisión estaba tomada y la afrontaría. Después de todo, aquel abogado iniciaría con la contrademanda ese mismo día. «¡Bien! Que no crea que puede salirse con la suya», se animó al saber que Angelo recibiría también una citación esa misma tarde. Angelo se
Débora salió de la oficina de su hijo con una mirada triunfal. Le complacía saber que Angelo no podía hacer nada para detener la demanda. La demanda estaba en marcha y así se quedaría.Una sonrisa siniestra se dibujó en sus finos labios al pensar en el veredicto, que estaba segura, sería a su favor. Ese mocoso quedaría en sus manos y, aunque estaba convencida de que no era su nieto, le complacía el hecho de hacer sufrir a Ashley al arrebatárselo.Quería hacerla suplicar y retractarse de cada una de sus palabras, de esas cachetadas que le había dado y del hecho de atreverse a ponerle una mano encima.Ashley Jones quedaría enteramente destruida tras su venganza. [...]Ashley se sentía ansiosa por las decisiones que estaba tomando. De cierta manera sentía que estaba actuando de forma precipitada, pero con los Westler no podía bajar la guardia. Y mucho menos con esa víbora, Débora, una mujer sin escrúpulos que muy seguramente estaba detrás de todo esto.—¡Maldita mujer! —exclamó Ashley,
Ashley recibió la notificación de Enrique, había venido a buscarla al departamento. Luego de leer el mensaje, terminó de darle las últimas indicaciones a la niñera y se despidió de su hijo. —Vengo en un rato, cariño. No tardaré—dicho esto besó la frente del pequeño con devoción y afecto. Un vehículo la esperaba en la entrada de su edificio. Enrique bajó del mismo y le saludó gustosamente. —Te ves preciosa—halagó en cuanto la tuvo al frente.Las mejillas de la mujer se tiñeron de carmesí tras el cumplido. Había evitado maquillarse en exceso, para no dar la impresión de que lo estaba seduciendo, pero al parecer su rostro con poco maquillaje había causado un mejor efecto. —Gracias—contestó tímidamente. Dicho esto, Enrique abrió la puerta del copiloto y le invitó a subir al vehículo. Se trataba de un Ford Focus de color gris. El auto estaba limpio y bien cuidado, pero era evidente que no era nuevo.Y de esa manera inició el viaje entre ambos compañeros que ahora eran muy buenos amigos
—¿Es todo?—preguntó la mujer, luego de que su investigador privado le traerá la última información que había recabado. —Sí, señora. —Bien, puedes retirarte. Débora repasó una a una las fotografías tomadas por su empleado. En ellas podía verse a Ashley en diferentes escenarios: saliendo del trabajo, regresando a ese edificio de mala muerte en el que vivía por la tarde y, la última, pero no menos importante, saliendo con un hombre muy entrada la noche. —¡Zorra!—bramó mujer completamente segura de que el mocoso era hijo de ese o de cualquier otro tipo. Luego de terminar de revisar cada una de las fotos, concluyó que alguna de ellas podría llegar a servirle. Su abogado seguramente encontraría un tesoro en todo esto. La mujer tomó el teléfono y llamó a Gerónimo, el hombre contestó a los pocos segundos. —Mi señora—atendió meloso. —Ahorrémonos las tonterías, Beiger—lo interrumpió Débora, conociendo toda su sarta de parafernalia—. Tengo información que puede ser útil en el caso. —Por