Era de noche cuando entró a la habitación de su pequeña, de esa pequeña que aún no nacía, pero que añoraba con mucho amor. Recién había cumplido cuarenta y dos semanas de embarazo, y su niña aún no daba señales de nacer. Esto la tenía muy preocupada. Era la primera vez que le pasaba algo así.Con un suspiro detallo lo hermoso que había quedado todo, desde el color de las paredes en tonos cálidos, hasta las delicadas ilustraciones de flores que le daban más dulzura al espacio. Pero eso no era todo, en una esquina de la habitación, se encontraba la cuna, cubierta con una colcha blanca bordada a mano con motivos infantiles. Era preciosa.Al lado de la cuna, había una mesita de noche que sostenía una lámpara tenue, que proporcionaría una luz suave y reconfortante durante las noches. Y sobre la cuna, un móvil giratorio con figuritas de peluches.Frente a la ventana, había una espaciosa mecedora colocada estratégicamente, con cojines mullidos dispuestos para brindar comodidad a la madre dur
Su bebé tenía tres meses, pero se sentía tan cansada en ese tiempo compartido. Sin duda ser madre era una tarea realmente agotadora, a pesar de tener experiencia previa en el tema, no dejaba de pasar noches difíciles, noches sin dormir. Sin embargo, cuando veía su pequeño rostro regordete y sus ojitos llenos de curiosidad se derretía cualquier atisbo de cansancio. Con solo mirarla recobraba las fuerzas necesarias para seguir adelante.A sus pies, se encontraba su hijo Arnold, quien jugaba con sus bloques de construcción, creando torres imaginarias que se derrumbaban con un solo movimiento. Su risa era contagiosa y llenaba la casa de alegría, el cual era un sonido que atesoraba.—¡Mami! ¡Mami! ¡Mira la torre que acabo de hacer! —Oh, es enorme, hijo. —¿Crees que cuando sea grande pueda hacer una torre así de grande? —Sin duda, cariño. Podrás lograr todo lo que te propongas y aquí tendrás a mamá, dispuesta siempre a darte una mano, si el camino se torna difícil. —Gracias, mami—le son
—Me siento extraña. —¿Por qué?—Es que estar sin los niños es…—Estarán bien, Ashley. Mi hermano y su esposa lo cuidarán. Tranquila, ¿sí?—No dudo de eso, es lo que los voy a extrañar. —Yo también, cariño. Pero es justo que tengamos un momento a solas, los dos.La mujer sonrió, por supuesto, que quería estar a solas con su esposo, era solo que se sentía un poco melancólica. Era inseparable con sus niños y estar sin ellos la hacía sentir extraña, como si le faltará algo y, efectivamente, así era. Le faltaba lo más importante, sus hijos. Pero realmente estaba exagerando, ya que solamente sería un fin de semana y sabía que la esposa de Ángel, Karla, los cuidaría muy bien. Karla llegó a la vida de Ángel como un rayo de esperanza, se conocieron de la manera más casual posible. Un día, simplemente, cruzaron miradas en un semáforo y luego se empezaron a ver en otros sitios de manera más frecuentes. Ángel se acercó a ella, conversar con Karla le resultaba fácil, era dulce, servicial, y rá
No lo podía creer, pero era cierto. Y ahí estaba, al lado de su marido, presenciando como su hija, la más pequeña de su rebaño, caminaba hacia el altar convertida en toda una hermosa mujer.La brisa marina acariciaba el cabello de Aranza, mientras caminaba por la fina arena de la playa, la cual se extendía bajo sus pies descalzos.—Se ve preciosa—le dijo Ashley a su esposo, sin dejar de admirar a su pequeña hija, aunque ya no era tan pequeña, ahora era una linda dama. Aranza, radiante en su vestido blanco de encaje y tul, sostenía un ramo de flores silvestres que combinaba a la perfección con el entorno natural que los envolvía. Su sonrisa era una mezcla de nerviosismo y felicidad, reflejando la emoción de ese día tan especial. Estaba a punto de casarse con el hombre que amaba. Y aunque para cualquiera hubiese podido parecer una decisión apresurada, ya que recién había cumplido sus veintiún años, ella estaba segura de que era con ese hombre con quien quería compartir el resto de su vi
—¡Eres tan poca cosa para mi hijo! ¡No sé cómo fue que se casó contigo!Un fuerte golpe se escuchó, seguido de aquellas palabras. —¡Suélteme, señora!Ashley intentó liberarse del agarre de su suegra. El cuero cabelludo de la mujer ardió, mientras sentía como eran jalados sus cabellos. Débora la soltó con un fuerte empujón haciendo que chocará contra el sillón a su lado. Los ojos de la menor empezaron a escocer a causa del dolor y la humillación recibida. No solamente le dolía la cabeza, sino que, además, tenía la mano de su suegra estampada en el rostro. —¡Qué te quede claro que no permitiré que mi hijo siga contigo!—la amenazó la mujer, antes de tomar su fina cartera y marcharse de su casa dando un sonoro portazo.La joven no se imaginó que al abrir la puerta de su hogar, se encontraría con aquella señora tan enfurecida. Era la primera vez que veía a su suegra, la primera vez que cruzaban palabras. Sin embargo, aquello le bastó para desear no volver a verla lo que le restaba de vi
Aquel era el último lugar en el que quería estar, sin embargo, ahí se encontraba, en la oficina del abogado, un sitio frío y silencioso. A su lado, el hombre que se suponía que la amaba, ambos sentados ahora frente a una mesa rectangular, separados por una pila de papeles.«Qué ironía», pensó de pronto, recordando cómo había sido su boda. Los dos habían estado en una condición similar, ya que había sido en una prefectura, pero sin duda esto era completamente diferente. Recordándose a lo que había venido, se sentó más erguida en la silla, su espalda recta y la mirada fija en el frente. Inevitablemente, su rostro estaba pálido y en sus ojos podía verse la evidencia de lo mucho que había llorado, de lo mucho que había sufrido desde ese día en que encontró a su marido, siéndole infiel. Angelo, por otro lado, estaba sentado con los hombros caídos y la mirada perdida en los papeles. No tenía ni la menor idea de qué podía estar pensando. Y siendo sincera, tampoco debería de importarle, ya no
Se aferró fuertemente al borde del asiento mientras el avión descendía, su corazón palpitaba de emoción. A pesar de que su divorcio era reciente, se obligó a sonreír, a mantener la mirada en el futuro. Y era ese futuro, el que estaba a punto de sonreírle, el que se abriría ante ella como un lienzo en blanco en cuanto el avión aterrizará en Zúrich.Un torrente de emoción la invadió mientras pisaba tierras europeas. La brisa fresca le acarició el rostro, dándole la bienvenida, impregnándola de aromas nuevos y exóticos. Era magnífico, un mundo desconocido, lleno de posibilidades infinitas.Inmediatamente, pidió un taxi, el cual la condujo por las calles de Zúrich, un paisaje urbano que la dejó sin aliento a medida que más lo transitaban. Las montañas se elevaban majestuosas en el horizonte, como guardianes de esta nueva aventura. Y los lagos eran cristalinos, reflejando el azul del cielo, como un enorme espejo de paz, de la misma paz que anhelaba encontrar.Con cada curva del camino, la e
Mónica ayudó a Ashley a llegar al hospital. Una vez allí, la llevaron a la sala de urgencias.—¿Qué le pasó?—preguntó el médico a cargo. —No lo sé. De repente me sentí mareada y me desmayé—contestó Ashley, quien para ese momento había recuperado la consciencia. —Bien, vamos a hacerle algunas pruebas.El doctor procedió a hacerle algunos exámenes a Ashley. Y después de un rato, regresó con los resultados.—Le tengo buenas noticias y unas quizás no tan buenas—comentó con seriedad, mirándola a los ojos. Ashley se preocupó de inmediato por el comentario del doctor, pero se animó a mantener la calma. «Sea lo que sea, no puede ser tan malo», se dijo tratando de mostrarse optimista. —¿Cuáles son las buenas noticias, doctor?—decidió comenzar con las primeras.—Está embarazada—soltó el hombre sin rodeos.—¿Qué?La joven se sintió a punto de desmayarse de nuevo. «Esto no podía ser verdad, no podía tener tanta mala suerte», pensó sintiendo cómo su mundo se venía abajo en menos de un parpadeo