Aquel era el último lugar en el que quería estar, sin embargo, ahí se encontraba, en la oficina del abogado, un sitio frío y silencioso. A su lado, el hombre que se suponía que la amaba, ambos sentados ahora frente a una mesa rectangular, separados por una pila de papeles.
«Qué ironía», pensó de pronto, recordando cómo había sido su boda. Los dos habían estado en una condición similar, ya que había sido en una prefectura, pero sin duda esto era completamente diferente. Recordándose a lo que había venido, se sentó más erguida en la silla, su espalda recta y la mirada fija en el frente. Inevitablemente, su rostro estaba pálido y en sus ojos podía verse la evidencia de lo mucho que había llorado, de lo mucho que había sufrido desde ese día en que encontró a su marido, siéndole infiel. Angelo, por otro lado, estaba sentado con los hombros caídos y la mirada perdida en los papeles. No tenía ni la menor idea de qué podía estar pensando. Y siendo sincera, tampoco debería de importarle, ya no.El abogado comenzó a leer el documento de divorcio. Y escuchó con atención cada una de sus palabras, pero sus pensamientos rápidamente viajaron a otro sitio, uno mucho más lejano.Los recuerdos de su matrimonio con Angelo inundaron su mente. Recordó el día en que se conocieron, el día de su boda y lo mucho que planearon tener hijos. Recordó también todos los momentos felices que habían compartido, uno a uno, pasaron por su mente como una triste película, una película que deseaba romper y quemar, hasta que no quedará más que polvo. Jamás imaginó recibir este tipo de traición de parte del hombre al que amaba con locura. Cuando el abogado terminó de leer el documento de divorcio, lo puso frente a ella para que lo firmara. —Señora Jones—le llamó con cortesía—. Debe firmar aquí—explicó indicando el sitio donde su firma debía ser estampada. De esa manera, tomó el bolígrafo y firmó con firmeza. Luego, le pasó el documento a Angelo.El hombre repitió la acción y lo firmó sin siquiera mirarlo, parecía un simple robot.—Eso es todo—anunció el abogado poniéndose de pie y dando por terminado aquel trámite—. Su divorcio es oficial, señores.En ese momento, la mente de Ashley quedó en blanco y por un instante tuvo deseos de volver a llorar. Le había dolido tanto la traición de su exmarido, que esas semanas, mientras esperaba a que el divorcio tuviese lugar, le habían parecido todo un infierno. Una tortura sin igual. Tratando de no flaquear se levantó de la silla y se dirigió a la puerta. Angelo se levantó y la siguió, haciendo crecer la incomodidad.—Ashley—pronunció su nombre con esa voz infame, que hacía tan poco le mentía jurando que la amaba. Ashley apretó el puño al pensar en eso—, lo siento—continuo con aquellas palabras que no esperaba. «¿Lo siento?», pensó la mujer ceñuda, sin voltearse, conteniéndose apenas de no lanzarle un derechazo. —Ya no me interesa lo que tengas que decir, Angelo—contestó con frialdad. Si Angelo creía que podía solucionar las cosas con un "lo siento", estaba muy equivocado. Y de esa forma, salió de la oficina, tratando de mantener el resto de su dignidad intacta. Mientras tanto, Angelo se quedó allí, mirando la puerta cerrada. Sintiéndose mal por lo que había hecho, pero ya era demasiado tarde para arrepentimientos.Ashley salió de la oficina del abogado sin desear estar un segundo más cerca de Angelo. Sentía su corazón destrozado debido al divorcio. El hombre que había jurado amarla y respetarla la había engañado con otra.Sin embargo, al cruzar la puerta de la oficina, se encontró con su exsuegra, Débora, acompañada de la amante de Angelo. Ambas, la miraron con una sonrisa burlona en sus rostros. Inmediatamente, cuando Ashley cruzó miradas con ellas, empezaron a reír como si fuesen ha sido testigo del chiste más gracioso de la historia. Ashley empuñó los puños nuevamente, un deseo ferviente de aniquilarlas circulaba por sus venas. Débora caminó hacia ella, sin dejar de verla con odio. Esa mujer siempre la había odiado, incluso antes de conocerla. —¿Qué pasa, Ashley? ¿No te alegras de que tu matrimonio haya terminado?—preguntó sarcástica.—Por supuesto. No deseo estar casada con un poco hombre como su hijo—dijo Ashley con evidente asco. —¿Ah, sí? Pero eso no era lo que pensabas hacía unos meses. —Pues ya ve, las cosas cambian—contestó tratando de esquivarla. —Por supuesto que cambian—siguió Débora echando su veneno—. Así como mi hijo te cambio por alguien mejor. No sabes lo feliz que estoy por eso. Ashley miró a la mujer de quien se refería, antes de encarar a su exsuegra. —¿Eso piensa? Permítame diferir, señora, porque no creo que esta prostituta sea mejor que yo—se burló, alzando la barbilla en un gesto desafiante. La risa que soltó aquella perversa mujer, hizo que Ashley se crispara de inmediato. —Te equivocas, querida. Angelo simplemente se dio cuenta de que eras una mujer tonta e insignificante. No eras lo suficientemente buena para él.—¡La que se equivoca es usted! —No creo que la señora Débora se equivoque—habló la amante de su exmarido por primera vez—. Ciertamente, no fuiste lo suficientemente capaz de mantener a tu marido contento. Porque si no, entonces, ¿por qué me busco a mí? Ashley recordó todas las veces que había descuidado a su esposo por estar pendiente del trabajo. Había llegado a tener hasta dos empleos, pero jamás imaginó que esto estuviese afectando a Angelo. Él siempre se había mostrado tan comprensivo, que realmente llego a creer que la entendía. —No lo sé—murmuró con sus ojos llorosos. No pudo ocultar el tono triste de su voz. —Ya lo ves. No eres más que una poca cosa—completó su exsuegra para darle el golpe de gracia. —¡Cállate!—chillo Ashley con rabia, a punto de lanzársele encima. —¿Qué me vas a hacer? ¿Me vas a pegar?—la reto la mujer, esperando que lanzará el primer golpe. Dispuesta a destruirla aún más. Ashley se obligó a mantener la compostura y contestó con dignidad: —No. Pero no voy a escuchar más tus insultos—dicho eso, se dio la vuelta para marcharse. Sin embargo, Débora la tomó del pelo por detrás. —Tú no me dejas con la palabra en la boca—dijo un segundo antes de jalar fuertemente de sus cabellos y arrastrarla por el lugar. Ashley a duras penas pudo soltarse del agarre de la mujer, y una vez estuvo completamente libre, arremetió en contra de ella, dándole una fuerte cachetada en el rostro. —¡Nunca más vuelva a ponerme la mano encima!—amenazó. Débora por primera vez sintió miedo de la joven, pues la fiereza que demostraba no la había visto nunca antes. Ashley salió de ese lugar con la frente en alto, caminando por las calles con una determinación absoluta, a pesar de su corazón roto. Pero se juró que no iba a dejar que las palabras de Débora la destruyeran. Iba a seguir adelante con su vida y encontraría la felicidad.Aunque sabía que sería difícil, lo intentaría. Esto no iba a destruirla.El primer paso para lograrlo se encontraba no tan lejos de donde estaba, la joven tomó un taxi y se dirigió al aeropuerto más cercano. —Un boleto a Suiza, por favor—pidió deseando irse del país. Y con eso, no solamente dejaba atrás a su matrimonio fracasado, sino que también dejaba atrás a la mujer que alguna vez fue. Jamás volvería a ser la estúpida Ashley de la que todos se habían burlado…Se aferró fuertemente al borde del asiento mientras el avión descendía, su corazón palpitaba de emoción. A pesar de que su divorcio era reciente, se obligó a sonreír, a mantener la mirada en el futuro. Y era ese futuro, el que estaba a punto de sonreírle, el que se abriría ante ella como un lienzo en blanco en cuanto el avión aterrizará en Zúrich.Un torrente de emoción la invadió mientras pisaba tierras europeas. La brisa fresca le acarició el rostro, dándole la bienvenida, impregnándola de aromas nuevos y exóticos. Era magnífico, un mundo desconocido, lleno de posibilidades infinitas.Inmediatamente, pidió un taxi, el cual la condujo por las calles de Zúrich, un paisaje urbano que la dejó sin aliento a medida que más lo transitaban. Las montañas se elevaban majestuosas en el horizonte, como guardianes de esta nueva aventura. Y los lagos eran cristalinos, reflejando el azul del cielo, como un enorme espejo de paz, de la misma paz que anhelaba encontrar.Con cada curva del camino, la e
Mónica ayudó a Ashley a llegar al hospital. Una vez allí, la llevaron a la sala de urgencias.—¿Qué le pasó?—preguntó el médico a cargo. —No lo sé. De repente me sentí mareada y me desmayé—contestó Ashley, quien para ese momento había recuperado la consciencia. —Bien, vamos a hacerle algunas pruebas.El doctor procedió a hacerle algunos exámenes a Ashley. Y después de un rato, regresó con los resultados.—Le tengo buenas noticias y unas quizás no tan buenas—comentó con seriedad, mirándola a los ojos. Ashley se preocupó de inmediato por el comentario del doctor, pero se animó a mantener la calma. «Sea lo que sea, no puede ser tan malo», se dijo tratando de mostrarse optimista. —¿Cuáles son las buenas noticias, doctor?—decidió comenzar con las primeras.—Está embarazada—soltó el hombre sin rodeos.—¿Qué?La joven se sintió a punto de desmayarse de nuevo. «Esto no podía ser verdad, no podía tener tanta mala suerte», pensó sintiendo cómo su mundo se venía abajo en menos de un parpadeo
El sol brillaba con fuerza aquel día de septiembre. Ashley se levantó temprano, como de costumbre, para preparar a su hijo, Arnold, para su primer día de escuela. El niño tenía dos años y era un pequeño risueño y encantador. Tenía el pelo negro y rizado, y unos grandes ojos marrones que siempre estaban llenos de curiosidad.Ashley se puso a preparar el desayuno mientras Arnold jugaba con sus juguetes. Le preparó un plato de avena con leche y frutas, y le sirvió un vaso de jugo de naranja. Arnold comió despacio, mientras miraba a su madre con sus grandes ojos.Cuando terminaron de desayunar, Ashley le ayudó a vestirse. El niño llevaba un traje azul marino con una camisa blanca y una corbata roja. Luego, le puso una mochila nueva con sus libros y útiles escolares.Arnold estaba nervioso, pero también emocionado. Nunca antes había estado en la escuela, y no sabía qué esperar. Ashley le dio un beso en la frente y le dijo:—Todo va a salir bien, mi amor. Te voy a extrañar mucho, pero sé qu
Para Ashley aquella pregunta la tomó completamente desprevenida. Jamás esperó encontrarse con su exmarido en esa oficina, y mucho menos, que Angelo estuviese al tanto de que había tenido un hijo. Eso, sin duda, complicaba mucho las cosas. —¡¿Y eso a ti qué te importa?!—intentó liberarse del agarre que ejercía en su brazo. —Me importa y mucho—contestó tajante, viéndola con excesiva seriedad—. Ashley, ese niño tiene dos años—le dijo como si el tema de la edad fuese un factor determinante.—¿Y eso qué?Ashley aparentó no entender lo que insinuaba. Estaba dispuesta a negar absolutamente todo y después desaparecer. No dejaría que un hombre como Angelo, formará parte de la vida de su hijo.—Que nosotros no hemos ni siquiera cumplido tres años de divorcio. La miró más intensamente, esperando que entendiese su punto, pero Ashley siguió aparentando que no lo comprendía. Al ver su renuncia continuó con sus insinuaciones: —Así que, o me estabas engañando cuando aún estábamos juntos, o, ese n
Cuando Ashley cruzo por esa puerta, Enrique sintió que ya no necesitaba entrevistar a nadie más, pero su trabajo le exigía hacerlo. Necesitaba conseguir a la candidata perfecta para el puesto, aunque sentía una fuerte corazonada de que ya había dado con ella.—Ashley Jones—leyó la hoja de vida de la mujer y la puso aparte, reservada, porque estaba convencido de que volvería a llamarla.Ashley no solamente era guapa, sino que parecía una chica muy bien preparada. Hablaba tres idiomas: inglés, francés y alemán. Además, parecía tener muchos conocimientos en el área de marketing, aunque no había terminado su carrera universitaria. Sin duda había quedado impresionado durante la entrevista. Era una persona muy carismática y con una gran capacidad de liderazgo.Luego de terminar con el resto de las reuniones, la decisión de Enrique seguía siendo la misma. Necesitaba llamar a Ashley Jones y notificarle la noticia de que había sido seleccionada.Ese mismo día, en horas de la tarde, Ashley se
—Ashley, tenemos que hablar—dijo el hombre sin despegar la vista del pequeño Arnold. —¿Qué haces aquí?—repitió Ashley la pregunta que acababa de hacer entre siseos, evitando que su hijo se percatara de la severidad en su voz. Odiaba el hecho de que Angelo se hubiese presentado en su edificio, y odiaba más el hecho de que hubiese visto al niño. —Por favor, hablemos—pidió Angelo con serenidad. —No hay nada de que hablar. ¡Vete!—exigió Ashley, apretando con fuerza la mano de su hijo. Arnold sintió el apretón en su mano derecha y no lo entendió. De hecho, la fuerza excesiva que usaba su madre le hacía doler sus deditos. —¡Mami, duele!—se quejó el niño. —Lo siento, cariño. Ashley lo soltó inmediatamente y miró a su pequeño con arrepentimiento. No quería lastimarlo, pero lo cierto era que no podía controlar la furia que la sola presencia de Angelo le causaba. —Ashley—el hombre volvió a pronunciar su nombre, pero esta vez con una voz muy baja, suplicante. Sin embargo, ella no se deja
—Lo quiero todo, Ashley—declaró el hombre, dejando a la mujer estupefacta. «¿Todo? ¿A qué se refería?», se preguntó Ashley tratando de hallarle sentido a aquella frase. Angelo como adivinando sus pensamientos, prosiguió con su explicación: —Quiero estar con mi hijo, quiero que sepa que soy su padre—enumero, sus supuestas intenciones para querer acercarse al niño.—No puedes estar hablando en serio—murmuró Ashley, renuente a creerle. «¿Desde cuándo a Angelo le agradaba la idea de ser padre?», volvió a preguntarse.Que ella recordara, él había sido el primero en oponerse, cuando le había propuesto la idea de ser padres a los pocos meses de casarse."Es muy pronto aún. Somos demasiados jóvenes", le había dicho esa noche, cuando luego de hacer el amor, se le había ocurrido la brillante idea de mencionarle que le hacía mucha ilusión tener una miniversión suya corriendo por toda la casa. Ashley debía reconocer que había tenido razón en varios puntos: ambos estaban recién casados, tenía
Al colgar la llamada con su amiga Mónica, Ashley se percató de que su reloj marcaba poco más de las 8:00 de la mañana, lo cual significaba que estaba por encima de la hora de entrada a su trabajo. —¡No puede ser!—murmuró, apresurándose para evitar ser regañada por su jefe, el señor López. Ashley sabía muy bien que el hombre no le tenía buena estima, todo lo contrario, parecía desear despedirla. En otras circunstancias ella se iría por sí misma, pero en estas, dónde dependía del trabajo para mantener a su hijo, no podía darse semejante lujo. De por sí, haber obtenido un puesto tan significativo ya era mucho pedir, más para una persona como ella, que ni siquiera había terminado sus estudios universitarios. Pero al parecer, Enrique, le había dado el mismo valor, que el de una persona que sí se hubiese graduado. Al llegar a la empresa, Ashley se dirigió a la oficina del señor López. El hombre se encontraba revisando unos documentos cuando escuchó la puerta abrirse. —¡Buenos días, señ