«Es demasiado», pensó Ashley, dándose cuenta de que la boda sería dentro de muy poco tiempo y había demasiadas cosas aún por hacer. Se sería saturada. Era la primera que planificaba una boda. Su boda.Los días se deslizaban como arena entre sus dedos, la boda se aproximaba a pasos agigantados, y cada detalle, cada decisión, pesaba sobre ella como una losa invisible. A pesar de la inminente unión con el hombre que había elegido, una sensación de desasosiego la atormentaba. Enrique, atento como siempre, no tardó en notar la melancolía que teñía las palabras y los gestos de su prometida. Una tarde, mientras discutían sobre las flores que decorarían el altar, la tomó de la mano y la miró con una ternura que derritió las defensas de ella.—¿Qué te ocurre, mi amor?—preguntó con voz suave, acariciando su mejilla con el pulgar—. Te noto distante, como si una nube oscureciera tu alegría.Ashley suspiró, sus ojos se llenaron de un brillo trémulo.—No sé, Enrique—respondió con voz apenas audible
Mónica colgó el teléfono, sintiendo un torbellino de emociones en su interior. La llamada de Enrique la había dejado conmocionada, llena de expectativas e incertidumbre. ¿Qué le habría motivado a llamarla? ¿Sería para pedirle ayuda en un proyecto importante? ¿O tal vez para invitarla a salir?«No, eso es imposible», se dijo al reparar en lo último. Era el prometido de su mejor amiga, obviamente, no la invitaría a salir con dobles intenciones. Sin embargo, su mente seguía siendo un campo de batalla de posibilidades. Cada escenario que imaginaba pintaba una sonrisa en su rostro y aceleraba su corazón. La idea de volver a ver a Enrique, de estar a solas con él, la llenaba de una emoción electrizante.Las horas se convirtieron en una tortura. Mónica se miró al espejo, examinando cada detalle de su apariencia. Quería lucir perfecta, causar una impresión imborrable. Se peinó y maquilló con esmero, eligiendo cuidadosamente su ropa. Cada prenda, cada accesorio, era una decisión cuidadosament
Los ojos de Ashley se posaron en Enrique mientras se sentaban frente a frente en la mesa, iluminada por velas tenues. La sonrisa de él, que solía ser tan radiante y contagiosa, ahora parecía forzada, como si ocultara algo detrás de ella. Una inquietud comenzó a crecer en el pecho de la mujer.—¿Qué ocurre, Enrique?—preguntó con voz directa, sin querer dar rodeos. La sospecha la carcomía por dentro, una sensación de que algo no andaba bien.Enrique la miró, sorprendido por su pregunta y por la forma tan directa de hacerla.—Nada malo, cariño—respondió con una calma que no lograba convencerla—. Solo quería tener una cena especial contigo.Ashley frunció el ceño, insegura de sus palabras. —Bueno, no puedo evitar notar que has estado actuando de manera un poco... diferente últimamente—dijo con cautela. —Estás más... atento.La mirada del hombre se clavó en la suya por un instante, como si sopesara sus palabras antes de responder. —Lo siento si te he hecho sentir incómoda. Solo quiero as
Ashley se encontraba en casa, revisando una lista interminable de detalles para la boda, cuando el timbre la sobresaltó. Al abrir la puerta, su corazón dio un vuelco al ver a Angelo parado en el umbral, con una sonrisa en su rostro.—¡Hola, Angelo!—exclamó, sin poder ocultar la sorpresa en su voz.—Hola, Ashley—respondió él con calidez, sus ojos llenos de una luz que ella no había visto en mucho tiempo. —¿Puedo ver a Arnold? Pensé que podríamos pasar la tarde juntos en el parque.La propuesta la tomó por sorpresa. Siempre que visitaba a su hijo, ella trataba de estar presente, ya que aún no confiaba en él en ese sentido, no confiaba en dejarle a su hijo a solas. Y no era por él, precisamente, era por su madre, por Débora. —Creo que sí—respondió finalmente, tratando de ocultar la incertidumbre que la atormentaba. —Pero, ¿te importaría si me uno a ustedes?Angelo la miró con una sonrisa comprensiva. En su interior suponía que se ofrecería a acompañarlos y ese era exactamente el objetiv
—Marco y Gerónimo, eran muy divertidos, mami—parloteaba Arnold, ajeno a la tensión existente entre sus padres. Aquel viaje de regreso se convirtió en un torbellino de emociones para Ashley y Angelo. La tensión en el auto era palpable, una densa niebla que los envolvía y les impedía ver con claridad. Sin embargo, el pequeño niño no lo notaba y sin duda, sus padres, lo preferían así.Ashley aún se sentía aturdida, con las mejillas sonrojadas por el calor del beso. «¡Vaya beso!», pensó. Su mente era un campo de batalla entre la razón y el deseo, la culpa y la esperanza. Luchaba por encontrar las palabras adecuadas para romper el silencio, pero ninguna parecía suficiente. Ni siquiera era capaz de contestarle a su hijo, el cual seguía hablando sin parar, sin imaginar lo que ocurría en su interior. La lucha interna que sufría. Al llegar a casa, Arnold los sacó de su ensimismamiento con su alegre voz infantil. Su madre lo tomó de la mano con una mezcla de alivio y tristeza, y se bajó del
No podía creer que Ashley le hubiese dado esa cachetada, ella, de todas las personas que conocía, no le daba la impresión de ser agresiva, pero así había sido, así sucedió. Su amada prometida era una mujer de carácter y se lo demostró con aquel golpe que controlo su desbordado ataque de celos. Recordando aquello y obligándose a procesarlo, salió de la casa de Ashley con el corazón encogido. La bofetada seguía resonando en su mente como un eco doloroso, un recordatorio de su error y de la herida que había infligido a la mujer que amaba.Con la mirada perdida y el paso tambaleante, se dirigió a un bar cercano, buscando refugio en la oscuridad y el anonimato. El alcohol le prometía un olvido temporal, un escape de la realidad que lo atormentaba.Al entrar en el bar, el bullicio y la música lo envolvieron como una ola, amortiguando por un momento el dolor que lo consumía. Se sentó en la barra, pidió un trago de whisky y bebió en silencio, tratando de ahogar sus penas en la bebida.De repe
«¿Qué hice?», pensó Enrique, cuando se despertó en aquella habitación de hotel, al lado del cuerpo desnudo de otra mujer. Pero esta no era cualquier mujer, era nada más ni nada menos que la mejor amiga de su prometida. Y eso hacía de la situación algo muchísimo más grave. —Enrique…Los ojos de Mónica se abrieron lentamente, para detallar su rostro. Su aspecto somnoliento y cansado, daba entender que había pasado una noche muy agitada, y, efectivamente, así había sido. Los dos lo sabían muy bien. La noche había sido una locura.—Mónica, esto no debió de haber pasado—dijo sin rodeos. No era como si pudiese borrar lo sucedido con esas simples palabras, pero deseaba, al menos, llegar a solucionarlo. Y la solución era simple: no volver a cometer el mismo error. Al escuchar esas palabras, Mónica se levantó inmediatamente de la cama, su cuerpo siendo cubierto con una sábana. —Lo sé, lo entiendo—contesto con arrepentimiento. Ella también tenía buenas razones para pensar lo mismo. «Claro q
«Soy una mala amiga, la peor», se lamentaba Mónica, mientras caminaba por las soleadas calles de Canarias, con el corazón cargado de culpa. Había viajado tan lejos buscando escapar de sus propios pensamientos, pero la traición que había cometido la perseguía como una sombra.Se sentó en una mesa al aire libre de un pequeño café, intentando mantener la compostura mientras su mente daba vueltas sin parar. Se preguntaba cómo había llegado a ese punto, cómo había podido traicionar a su mejor amiga de esa manera.En ese momento, su teléfono vibró, rompiendo el silencio. Al ver el nombre de Ashley en la pantalla, un nudo se formó en su garganta. No quería contestar. Pero aún así, contestó la llamada, preparándose para enfrentar la furia y el juicio de su amiga.—¿Hola, Ashley?—dijo Mónica, intentando sonar calmada.—¿Mónica? ¿Qué haces en Canarias? ¿Estás bien?—preguntó Ashley, sorprendida por el viaje inesperado de su amiga.Mónica respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. —Oh, Ashl