Capítulo 738
Leonardo, siendo tan pequeño, no entendía los problemas de los adultos. Al ver a su padre, sonrió mostrando sus pequeños dientes de leche y extendió sus bracitos para abrazar el cuello de Luis, diciendo dulcemente:

—Sí, te extrañé.

Luis sintió un nudo en la garganta. Acercó su frente a la de Leonardo y murmuró:

—Mi pequeño tesoro.

Con una mano cargaba el carrito de juguete y con la otra sostenía a su hijo mientras caminaba hacia la pequeña casa de dos pisos. Después de unos pasos, volteó hacia Dulcinea y le preguntó suavemente:

—¿Por qué no vienes?

Dulcinea estaba bajo un árbol, donde los rayos de sol se filtraban entre las hojas, dejando pequeños destellos dorados.

Pero ni un solo rayo de sol lograba calentarla…

Si Leonardo no estuviera allí, pensaba que perdería el control y le preguntaría por qué no la dejaba en paz, por qué la perseguía sin descanso.

¡Él había dicho que la dejaría ir!

Pero Leonardo estaba en sus manos, y había traído a siete u ocho guardaespaldas. No tenía escapato
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