Capítulo 608
El rostro de Alberto mostró una grieta de dolor.

Después de una pausa, continuó:

—Ella… tiene un corazón blando.

Dulcinea recordó que, dos años atrás, Ana le había ayudado mucho cuando fue a Bariloche para cuidar de la familia de Leandro. Estaba profundamente agradecida.

Estaba a punto de hablar, pero se detuvo al ver la expresión de su hermano.

De repente, preguntó:

—Hermano, ¿te gusta ella?

El rostro de Alberto reflejaba dolor, pero no lo negó. Pidió un cigarrillo al guardia y, mientras lo encendía, pensó en aquella tarde en su oficina, cuando vio a Ana por primera vez de verdad…

La luz era tenue, y el rostro de Ana, aunque triste, era hermoso.

En el pasado, Alberto solo pensaba en su trabajo y en la venganza, rara vez pensaba en mujeres, y las veces que había satisfecho sus necesidades fisiológicas eran contadas.

Pero al ver a Ana, comprendió que no era un santo, que también tenía los deseos más básicos y secretos de un hombre.

Cuando el cigarrillo se consumió, sonrió con amargura:

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