Capítulo 406
La puerta se cerró con un golpe, dejándolos a solas en un espacio que se sentía cada vez más claustrofóbico, donde cada respiración parecía invadir el espacio personal del otro.

Lo doloroso era que Ana estaba a su lado, pero ya no le pertenecía.

Mario bajó la ventanilla a la mitad y miró hacia afuera, su expresión serena y casi dulce:

—¿Los niños? ¿Por qué no los trajiste? Enrique ya debe tener dos años, ¿no es así?

Aunque estaba preparada, en ese momento, los ojos de Ana se llenaron de lágrimas. Mario ya sabía de su embarazo, sabía de la existencia de Enrique, pero había decidido ignorarlo… Y ella, absurdamente, lo había esperado tanto tiempo en Ciudad BA.

Eso, sin embargo, era algo que no podía decirle; sería aún más humillante.

Conteniendo su emoción, Ana replicó:

—¿Qué quieres?

Con una expresión impasible, Mario respondió:

—Recuerda nuestro acuerdo: si tenías un hijo, sería mío; y si era varón, debería heredar los negocios familiares Lewis.

Ana lo miraba fijamente. Sus ojos estaban
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