Capítulo 404
Con voz suave, Ana le indicó al conductor:

—Detén el auto aquí.

El conductor frenó y se orilló, girando con una expresión de confusión:

—¿Qué pasa, señora Fernández?

Con una calma imperturbable, Ana respondió:

—Necesito caminar un poco. Puedes irte, yo me arreglo sola.

El conductor miró por el retrovisor, percibiendo que el paisaje había despertado recuerdos en ella, y comentó con naturalidad:

—Parece que quiere revivir viejos tiempos en este lugar. Esperaré aquí.

Ana esbozó una sonrisa forzada:

—No te preocupes, tomaré un taxi.

Tras un momento de duda, el conductor asintió, se bajó y le abrió la puerta del coche, diciendo con astucia:

—No se preocupe, señora Fernández, no diré una palabra de esto frente al señor Ortega.

Ana no contestó, solo se ajustó el chal y se dirigió hacia la mansión solitaria.

Bajo la luz de la luna, el camino se iluminaba,

los tacones de Ana resonaban sobre los adoquines, su eco sonaba claro y solitario, al igual que la Villa Bosque Dorado.

Al llegar a la entra
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