Capítulo 352
Ana se detuvo un instante y luego, con voz tenue, confesó:

—Me ha llegado la menstruación.

Mario, captando cada matiz de su expresión, respondió sin titubear:

—Lo sé. —Y preguntó, destapando el verdadero asunto—: ¿Es eso lo único que nos separa? ¿Nuestro lazo se reduce solo a la búsqueda de un hijo?

Con la pregunta al aire, Ana levantó la mirada, sus ojos destellaban una tenue humedad, una vulnerabilidad involuntaria. Con los labios temblorosos y los dedos entrelazándose nerviosamente con la tela de su camisa, escuchó a Mario, cuya voz se tornó ronca por la emoción:

—Han pasado años, ¿no crees que ya es tiempo de que nos conozcamos más allá? Ana, yo necesito tiempo para ajustarme.

Mario, que en el pasado no acostumbraba a dar tantas explicaciones, había cambiado… Ana entendía sus razones; él solo buscaba un momento a solas con ella, lejos de las miradas de los sirvientes que podían sorprenderlos por la mañana en la cocina. Finalmente, ella cedió, sus dedos se relajaron y fue alzada en
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