Capítulo 102
Después del acto, Mario se soltó de Ana y entró a la ducha. Al salir, ya vestido con su pijama, encontró a Ana todavía descompuesta, sin fuerzas siquiera para moverse.

La miró con desdén y, tras un breve resoplido de desprecio, salió de la habitación.

Sentado en su Bentley negro, no se marchó inmediatamente de la villa. En su lugar, encendió otro cigarrillo y se sumergió en sus pensamientos.

La verdad era que, al igual que Ana, él tampoco había encontrado placer en su acto sin amor. Las relaciones sexuales carentes de afecto nunca le habían satisfecho completamente.

Rodeado por una delgada nube de humo gris, Mario reflexionaba sobre su esposa y las palabras que ella le había dicho.

¿Estaba dispuesto a amarla? ¿A brindarle afecto?

Se rio de sí mismo con sarcasmo.

Criado en un entorno emocionalmente distorsionado, nunca aprendió a amar a alguien y tampoco deseaba enamorarse. Sin embargo, había una obsesiva necesidad en él de ser amado por Ana, aunque no entendía por qué.

Quizás era
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