Capítulo 104
En la oficina, reinaba un silencio profundo.

Las manos largas y esbeltas de Alberto, adornadas con un reloj de oro, sostenían una tarjeta de platino con su número de teléfono privado.

Ana la tomó suavemente y lo miró durante un largo rato antes de preguntar con voz baja: —¿Por qué quiere ayudarme, abogado Romero? Pensé que estaría más de lado de Mario.

Alberto no respondió de inmediato, se reclinó en su silla y tomó una calada de su puro.

En realidad, ni él mismo sabía por qué. Si tuviera que encontrar una razón, quizás sería aquella vez en el hospital, cuando vio las alarmantes cicatrices en la muñeca de Ana, recordándole a las de su madre.

Pero a diferencia de su madre, que deseaba morir y finalmente lo hizo, Ana quería vivir.

Quizás fue esa determinación de Ana la que despertó su compasión.

Al salir de la oficina, Ana apretaba firmemente la tarjeta en su mano, cubierta de sudor.

A su regreso al lado de Mario, aunque aparentaba felicidad, en realidad estaba sumida en una profu
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