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7. Tú en tu lado, yo en el mío

Son las doce de la noche y sigo dando vueltas, Ben no ha vuelto a intentar meterse en mi cama y lo respeto por eso. Somos como dos extraños compartiendo la misma casa, no tenemos tiempo o no nos importa conocernos lo suficiente. Tengo vagos recuerdos de cuando éramos niños, él siempre estaba molestando por la manera en que vestía o me comportaba. Una vez tuve que darle una buena paliza para que me dejara en paz, nunca volvió a mencionar el incidente y luego el asunto quedó en el olvido.

—¿Duermes? —pregunta desde el otro extremo de la puerta intentando no hacer mucho ruido.

Pienso en hacerme la dormida pero en su lugar me siento en la cama y le digo que puede pasar, Ben se sienta en el borde.

—No puedo dormir.

—Yo tampoco —confieso.

—Arah… —murmura y por primera vez toma mi mano y siento su calor —No me gusta que estemos viviendo de este modo, nos conocemos desde hace mucho tiempo y ¿ni siquiera podemos tratarnos como amigos? Detesto que me ignores.

—Por favor, Ben, prácticamente me obligaste a que me casara contigo, ¿qué pensabas que sucedería? ¿Que nos sentaríamos todas las noches en la terraza a beber vino y a platicar de nuestras vidas? ¿A contarnos con quién nos acostamos y a ofrecer el hombro al otro para llorar cuando las cosas no nos salen bien?

—No quiero esta vida, Arah. No la quiero.

—¿Y entonces qué quieres? Porque no te entiendo, Ben.

—Que veas en mí mucho más que lo que ves ahora, que no tengas que salir a buscar lo que tienes en casa.

Listo, me ha pillado, notó mi cara de ”borrego desmayado” cuando miraba a Killen. 

Muevo la cabeza hacia ambos lados, ¿qué debo hacer? ¿Recargar mi cabeza en su hombro y decirle que todo va a estar bien? ¿Darle palmaditas en la espalda mientras llora desconsolado?

—Mira, la cosa es ésta, estaremos casados cinco años, nada más, y sé que tú quieres que yo sea una esposa de verdad, y te juro que lo haré. Tendrás la casa limpia, tu ropa lista y planchada, tus tres comidas al día, pero no esperes que me quede aquí las 24 horas, tengo que salir y eso no significa que cada que lo haga voy a ir a ponerle “la cola al burro”, ¿entiendes, verdad?

—Arah, las cosas no tienen porqué ser así, tú lo has dicho, estaremos casados cinco años, ¿tenemos que hacer de ellos un infierno?

—No, Ben —respondo bajando la mirada—, tienes razón, no tenemos porqué hacerlo. Te prometo que intentaré ser más “amigable” —y hago énfasis en la palabra para que quede claro que no debe esperar más.

—De acuerdo, en retorno, yo prometo que intentaré hacer tu vida más fácil, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—¿Para empezar puedo dormir en nuestra cama?

Lo sabía, tanta amabilidad tenía un precio.

  —De acuerdo —cedo—, pero éste es mi lado y si me rozas siquiera te juro que voy a darte una paliza como la que te di cuando éramos niños.

Ahí está, se lo he soltado. Por supuesto, solo había que encontrar el momento adecuado.

Ben suspira y se levanta para rodear la cama y acostarse en su lado.

—Sabía que la tenías bien guardada para burlarte —dice.

Yo me echo a reír, Ben es genial cuando se lo propone.

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