—Estacionó su coche en el centro comercial.Marina tenía la intención de comprar un reloj para Diego.Para no ser reconocida, llevaba sombrero y mascarilla.Fernando salió del auto, abrió la puerta y ambos entraron directo al centro comercial.Ese día, no había mucha gente.Al entrar, se dirigieron de inmediato a la sección de relojes.Mientras Marina escogía uno, escuchó una conversación proveniente de un stand cercano, donde unos clientes también miraban entretenidos relojes.—¿Qué te parece este reloj? —preguntó Nerea.—Mamá, como siempre, tienes un gusto excelente. A Luna le va a encantar —respondió Esther, sonriendo.A veces, Esther no podía evitar pensar lo afortunada que era Luna: siempre la habían tratado como una princesa, y después de más de veinte años de casada, su familia seguía amándola.Lo único que le había jugado en su contra era que su hija había desaparecido.—Envuelva este reloj, por favor —dijo Nerea. Había venido de Aqualis a Estelaria y aprovechó el momento para
—Señor Álex, lamento mucho lo sucedido la última vez —dijo Marina con sinceridad.Esa noche, lo había invitado a cenar con el propósito de disculparse por el malentendido causado. La situación había afectado de forma considerable la relación de cooperación entre ambas partes.Álex, sentado frente a ella, parecía algo distante, aunque sus ojos reflejaban una ligera curiosidad. Después de todo, Diego había intervenido en su favor.Lo observó y, esbozando una sonrisa educada, comentó:—Señora Marina, lo importante es que todo está aclarado y el malentendido está resuelto.Aunque sus palabras eran tranquilizadoras, Marina no se sintió completamente aliviada. Sabía muy bien que este incidente había dejado dudas sobre la gestión del Grupo Zárate, y que quizás él pensaba que existían problemas administrativos dentro de la empresa.Marina sonrió con agrado y levantó su copa.—Le agradezco mucho. Espero que nos dé la oportunidad de continuar trabajando con el Grupo Zárate.Álex levantó la copa
La atmósfera era tranquila y agradable; todos conversaban animadamente.—¿Matías tiene novia? —preguntó Nerea con interés.Los padres de Matías habían fallecido cuando él era joven, y Luna y Eduardo lo habían criado como si fuera su propio hijo. Por eso, Nerea siempre se preocupaba muchísimo por él.Luna negó con una sonrisa.—Pasa tanto tiempo trabajando que no ha habido avances en su vida sentimental.Nerea sonrió con ternura y, como quien da un pequeño consejo desde la experiencia, dijo:—Matías, el trabajo es importante, pero no puedes olvidarte del amor. Deberías encontrar a una buena joven que te apoye y esté siempre a tu lado.Leticia, siempre este atenta a los pequeños detalles, intervino con una amplia sonrisa:—Matías es tan increíble que estoy segura de que encontrará a alguien perfecta para él.—Tienes razón, Leticia —añadió Luna con un toque de complicidad—. Matías, no seas tan exigente. Si encuentras a alguien que sea ideal para ti, no dejes pasar la oportunidad.Matías,
—¡Se parece muchísimo! —exclamó Nerea, mirando la foto en el celular con asombro—. ¿De qué familia es ella?Nerea, con su cabello completamente blanco y una sonrisa tierna, observaba atenta la imagen con evidente curiosidad.Cuando mencionaron a Marina, Luna no mostró mucho interés en hablar de ella. Se acomodó de manera elegante en el sofá, con una sonrisa algo asombrada.Eduardo, como yerno, no pudo mantenerse tan indiferente. Respondió con formalidad:—Es la esposa del hijo de la familia Zárate. Actualmente es la presidenta del Grupo Zárate, pero no sabemos de qué familia proviene. No hemos indagado al respecto.—La presidenta del Grupo Zárate... es una joven realmente impresionante.Esther, sorprendida, le comentó:—Qué curioso. ¿Será que la familia de Marina tiene alguna conexión con la nuestra?Las palabras de Esther hicieron que Eduardo se quedara en ese momento pensativo.Después de un breve silencio, Eduardo respondió cauteloso:—Voy a mandar a investigar su familia.Nerea afi
Los ojos de Victor reflejaban una clara frustración en ese momento.Cuando vio salir a Yolanda, se acercó de inmediato y trató de decirle algo:—Yolanda, yo...No pudo terminar la frase cuando ella lo miró con una expresión sombría.Ese día llevaba un vestido blanco, sencillo pero elegante, con el cabello suelto cayendo sobre sus delicados hombros. Su rostro, puro e inocente, mostraba una pizca de terquedad.—Marina, vámonos —dijo, sin pensarlo dos veces.Victor apretó con fuerza los labios, sintiendo cómo la frustración y la molestia lo invadían.Esta vez, Yolanda estaba realmente molesta, y él sabía que calmarla no iba a ser nada fácil.Siempre se había considerado un hombre seguro de sí mismo, pero en ese instante empezó a dudar de todo, de sus decisiones, de sus pensamientos.Marina le echó una mirada fugaz mientras tomaba la mano de Yolanda.—Claro, vámonos. ¿Tienes hambre? ¿Te gustaría que fuéramos a comer algo?Ambas pasaron de largo, dejándolo ahí parado como estatua, viendo có
Leticia dejó el tazón sobre la mesa y suspiró con suavidad. Después de pensarlo un momento, dijo:—Luna, sobre Marina… sé algunas cosas al respecto, pero tal vez no todo lo que sé sea 100% cierto.Luna la miró con curiosidad y le dijo:—Cuéntame, quiero saber todo.Leticia vaciló un instante, como si estuviera escogiendo con cuidado cada palabra, y al final dijo:—Cuando Marina era pequeña, su mamá la dejó en un orfanato. Después, se casó con alguien de la familia Vásquez, que en ese entonces tenía algo de dinero. Así que la sacó del orfanato y la llevó a vivir con ellos.Luna sorprendida, no podía creer lo que escuchaba.—¿Cómo una madre puede hacerle eso a su hija? ¿Dejarla en un orfanato?Leticia bajó la mirada por un segundo. Sabía que empezar con algo tan duro ayudaría a que lo siguiente sonara más razonable.—Tal vez lo hizo por necesidad, no lo sé. Después, cuando formó una nueva familia, decidió recuperarla.Luna lo negó, visiblemente molesta.—Aunque haya sido por necesidad,
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, sorprendida.Diego sonrió con calma mientras se sentaba junto a ella.—Me enteré de que estaban aquí y pensé en pasar a saludarlas.Marina lo miró con una cierta mezcla de desconfianza y curiosidad, entrecerrando los ojos.—¿No me digas que me pusiste un rastreador?Diego soltó una pequeña risita.—Para nada. Simplemente pasé por casualidad y las vi.Yolanda, sin levantar mucho la vista de su plato, murmuró con sarcasmo:—¿Casualidad? Sí, claro cómo no… qué conveniente.Marina suspiró para evitar discutir y, con una sonrisa lo invitó a quedarse:—¿Ya cenaste?Diego lo negó, algo divertido.—No, pero me quedaré a cenar con ustedes.Sin esperar mucho, llamó al mesero y, con toda naturalidad, le dijo:—¿Podría cambiar estos platos por algo más ligero? Gracias.Marina se quedó inmóvil por un momento, claramente procesando lo que acababa de suceder. Su humor se vino abajo al instante. Amaba demasiado la comida picante y estaba disfrutándola como nunca. Ahor
Las luces de neón del bar parpadeaban tenuemente, iluminando con grandes destellos la calle oscura. Un auto negro permanecía estacionado a un lado, oculto entre las sombras.Dentro del vehículo, Victor observaba atento en silencio. Su rostro serio y atractivo se reflejaba en el vidrio de la ventana, mostrando una distante expresión. Revisó la hora en su reloj, dejó escapar un ligero suspiro y, tras unos segundos de reflexión, decidió salir del auto y entrar al bar.En el interior, Yolanda disfrutaba de unos deliciosos bocadillos mientras mataba el tiempo. Su vestido blanco sencillo resaltaba su frescura y dulzura, atrayendo las miradas curiosas de algunos hombres. Sin embargo, ninguno se atrevía a acercarse debido al fornido guardaespaldas que la acompañaba.Consciente de que Victor la seguía, había elegido este bar de forma deliberada, como un desafío, para disfrutar la noche.A su lado, un joven alto, de mirada tímida y aire inocente, se esforzaba en pelar semillas, colocándolas met