Capítulo 380
La casa que Enzo había alquilado se encontraba en un callejón estrecho y bastante descuidado, donde el olor a alcantarillas aún impregnaba el ambiente.

Durante sus años en prisión, Mafalda casi había dejado atrás sus hábitos extravagantes, pero al entrar en aquella habitación pequeña y humilde junto a su amado hijo, no pudo evitar que las lágrimas cayeran por su rostro.

El lugar apenas tenía espacio suficiente para una cama, una mesa y un baño insignificante. Todo resultaba elemental, oscuro y opresivo.

—Mamá, no llores. Tengo que ir a trabajar. Si tienes hambre, hay fideos en la mesa, puedes cocinarlos —dijo Enzo, señalando una olla junto al paquete de fideos y algunos condimentos.

Mafalda, secándose las lágrimas, esbozó una sonrisa forzad. Había imaginado su primer día fuera de prisión como un renacer, con una comida decente al menos, pero la realidad era diferente.

—Está bien, no te preocupes por eso —respondió.

Con prisa, Enzo le dio algunas instrucciones antes de salir.

—Espera, h
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