La mano actuaba por su cuenta, como si de repente hubiera adquirido vida propia y se moviera con autonomía de su cerebro… Así, sin que Laura pudiera evitarlo, bajó hasta la cintura y luego siguió extendiendo el gel por los muslos, entre las piernas… El suave masaje de las manos de Sergio era cada vez más atrevido y ella jadeó y quiso abrazarlo. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no la besaba como ella quería? Se moría por sus besos y buscó sus labios. Mientras, él seguía acariciándola, volviéndola loca. La mano comenzó a moverse sobre su sexo, no podía pararla y comenzó a frotarse, al principio con suavidad, luego con frenesí. Gimió buscándolo porque necesitaba sus labios. ¿Dónde estaba? Tenía que verlo. Abrió los ojos y lo buscó. Pero no lo vio frente a ella. Estaba sola…Aún temblaba, frustrada, cuando cerró los grifos y se envolvió en la toalla. No podía ser… ¿Por qué era tan idiota? ¿Por qué se conformaba haciendo sola lo que se moría por hacer con él? Sergio tenía la culpa de todo, porque a
Se despertó tarde y apenas le dio tiempo a vestirse a toda prisa. «Hoy nada de tacones —se dijo—, hay que dejar descansar los martirizados pies». Se maquilló y estaba a punto de hacerse el moño, como el día anterior, cuando decidió que no, nada de moño, con el pelo suelto se sentía más cómoda y además intuía que era más apropiado para lograr su propósito: contentar a Sergio si estaba enfadado por su vergonzosa huida nocturna.Cuando bajó, él ya llevaba un buen rato esperándola en su coche, mal aparcado frente al portal.Sergio había pasado la mayor parte de la noche pensando en lo que él juzgaba una enorme metedura de pata. ¿Cómo se le había ocurrido proponerle que se acostara con él cuando sólo hacía unas horas que se conocían? Para él era normal, lo había hecho muchas veces: le gustaba una mujer, y a por ella. Y la mayoría aceptaba, pero quizá Laura necesitara algo más de tiempo, un par de días por ejemplo. Sí, se había comportado como un patán, lo cual no era disculpa para el compo
Tenía el pelo negro aún un poco mojado, y un mechoncito díscolo le caía sobre la frente. Laura volvió a imaginárselo desnudo en la ducha con ella, extendiéndole el gel. Luego sus ojos se clavaron en las manos de Sergio, que tan íntimamente la habían acariciado, aunque él no tenía ni idea.Sergio pensó que debía de pasarle algo, porque estaba muy callada, pero no había nada en su actitud que le diera una pista sobre qué hacer. Bien, pues actuaría con naturalidad, no diría nada de lo que sabía que los dos tenían en la cabeza.¿Y de qué puede hablar un hombre cuando no tiene nada que decir? De coches, naturalmente.¿Es que ese hombre no se callaba nunca? Hablaba sin parar y Laura estaba empezando a ponerse de los nervios.—… Así que no te preocupes —concluyó, dando por terminada una frase que ella ni siquiera sabía cuándo había empezado—. Luego te daré el teléfono del taller, tengo una tarjeta. Llama y pregunta por Juancho. El tipo es amigo mío, siempre le llevo mi coche. Tú dile que vas
Su famoso cliente conocido con el apodo de Aníbal el Caníbal la esperaba en su despacho. Rosa se lo dijo sin disimular la risa cuando la vio entrar. Pobre hombre, se había convertido en el hazmerreír del bufete y, suponía Laura, de todo su vecindario.Aníbal Ribagorda (sí, se llamaba Aníbal) era un tipo menudo, de grandes orejas, precisamente, y ojillos saltones sobre los que cabalgaban unas pobladas cejas.Se puso en pie cuando entró Laura. La joven le tendió la mano:—Siéntese, por favor.—Gracias por recibirme, señorita. Como ya sabe, mi cuñado me ha denunciado por agresión… Es que…, bueno…, en una discusión me calenté demasiado y… llegamos a las manos, aunque no mucho —Laura sonrió y se preguntó qué significaría «no mucho». En fin, paciencia, ya llegarían a eso—. El caso es que le mordí una oreja.Le contó que su cuñado y él eran socios, tenían un negocio de transporte de mercancías y no les iba mal, aunque últimamente discutían cada vez más a menudo. Aníbal quería llegar a un acu
—Y en cuanto a dónde me metí ayer…, siento que te preocuparas. Simplemente desconecté el móvil y luego se me olvidó conectarlo. No es para tanto.—¡Claro que lo es! La próxima vez ten más cuidado y no seas tan despistada. No puedes desaparecer así, sin dar noticias de…—Ya está bien —lo interrumpió—. No soy una niña, Antonio, no quisiera enfadarme, pero me parece exagerado que andéis detrás de mí de esa manera. Ayer tuve la misma conversación con Celia, y te digo a ti lo que le dije a mi hermana: no soy una niña y me estáis hartando.Antonio se puso muy colorado y Laura estuvo a punto de pedirle perdón, pero no lo hizo. Tenía que dejarles bien claro a todos que no necesitaba su permanente custodia.—Bueno, no te pongas así. Me preocupo por una amiga, no me parece que la cosa sea tan grave —se acercó a ella y le acarició la cabeza. Un gesto fraternal, como tantas veces, pero en esta ocasión a Laura le pareció que había algo más. Y no le gustó.Se apartó con brusquedad y Antonio la miró
A partir de ese momento, el día transcurrió entre reuniones, expedientes y más reuniones. Como el día anterior, comió con Rosa, que, sospechando que su nueva amiga olvidaría la comida, había llevado doble ración. Un poco avergonzada, Laura reconoció que se había olvidado por completo de ese detalle y prometió a la secretaria que no volvería a pasar.A eso de las cinco recibió la llamada de Juancho. El mecánico le dijo que a su coche no sólo había que cambiarle la batería, también tenía… Y en ese punto le soltó una lista de averías que la sobrepasó. Ni siquiera sabía que los coches tuvieran tantas piezas, de manera que le dijo que le enviara la información y el presupuesto por correo electrónico. Lo consultaría con Sergio, que parecía entender de coches más que ella.Habían quedado en que lo llamaría cuando supiera algo del coche, así que cogió el móvil.—¿Sergio? —dijo antes de que él contestara.—¿Sí? Hola, Laura, ¿has hablado con Juancho?—Precisamente por eso te llamaba. Al parecer
Los días se sucedían con esa agradable rutina a la que Laura estaba tan acostumbrada y que tanto le gustaba. Como el coche no estuvo reparado hasta el jueves, Sergio cumplió su palabra y fue a buscarla para llevarla al trabajo todas las mañanas. Durante el viaje hablaban de muchas cosas y, cuando permanecían callados, el silencio no era incómodo, sino todo lo contrario: se establecía entre ellos esa agradable comunicación de las personas que se entienden y no necesitan llenar ningún vacío con las palabras. Simplemente estaban a gusto juntos. Esos instantes con él en el coche eran preciosos para Laura, que llegaba al bufete más animada y dispuesta a enfrentarse a la dura jornada que la esperaba. Pero eran pocos, pues normalmente hablaban de muchas cosas, de casi todo menos del intento fallido por parte de Sergio de hacerla subir a su casa. En ese aspecto sellaron un tácito pacto de silencio. Ninguno lo dijo explícitamente, pero se sobreentendía y eso bastaba.Le gustaba mucho ese hombr
Sergio habló con cierto pesar. Ya no había nada que hacer, si no tenía la excusa de llevarla por las mañanas, ¿cómo iba a volver a verla? Disimuló. No quería quedar como un chavalín desencantado delante de ella. Estaba harto de esa refinada cortesía con la que se trataban, de no poder hablar de lo que había pasado entre los dos, aunque estaba deseándolo. Pero era mejor que nada. Si la veía todos los días, aún quedaba la esperanza de que las cosas pudieran cambiar, pero así…—¿A qué hora irás a recogerlo?—No sé, cuando salga. Tengo mucho trabajo y pensaba quedarme un rato más. ¿Tú sabes a qué hora cierra Juancho?—No.—No importa, lo llamaré para preguntárselo.—¿Quieres que te acompañe?—¡No! —parecía realmente alarmada—. Déjalo, bastante te he molestado ya. Mañana por fin te verás libre de mí.—No quiero verme libre de ti.Esta vez no detuvo el coche ante el edificio de oficinas donde se encontraba el bufete de Laura, sino que entró en un aparcamiento.—¿Qué haces?—Tengo que subir