CAPÍTULO 37. Entre la tentación y la realidad

Ya pasaba del mediodía cuando Angélica y Leo finalmente abandonaron la comisaría. El aire fresco de un invierno cercano les golpeó el rostro mientras caminaban hacia el estacionamiento, y en ningún instante él soltó su mano hasta que la tuvo sentada junto a él en la camioneta de Aurelio.

—Vamos a llevarte a casa…

—No —lo interrumpió Angélica—. No quiero ir a casa. Tengo demasiada adrenalina encima y necesito sacarla, necesito hablarla… Mejor vámonos al hotel, trabajar es lo único que va a distraerme.

—Perfecto, hoy no hay nada importante que firmar así que trabajaremos con una botella de vino y las demás que aparezcan —sentenció Leo y Aurelio puso el auto en dirección al hotel.

Todos la entendían, porque todavía parecía surrealista que Belina se hubiera atrevido a hacer algo como aquello.

Así que llegaron a la oficina y Aurelio le hizo un guiño a Leo, dejándolos solos mientras él sacaba aquella botella de Cabernet y dejaba que ella se desahogara trabajando. Sin embargo, por más agobia
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