Ya pasaba del mediodía cuando Angélica y Leo finalmente abandonaron la comisaría. El aire fresco de un invierno cercano les golpeó el rostro mientras caminaban hacia el estacionamiento, y en ningún instante él soltó su mano hasta que la tuvo sentada junto a él en la camioneta de Aurelio.—Vamos a llevarte a casa…—No —lo interrumpió Angélica—. No quiero ir a casa. Tengo demasiada adrenalina encima y necesito sacarla, necesito hablarla… Mejor vámonos al hotel, trabajar es lo único que va a distraerme.—Perfecto, hoy no hay nada importante que firmar así que trabajaremos con una botella de vino y las demás que aparezcan —sentenció Leo y Aurelio puso el auto en dirección al hotel.Todos la entendían, porque todavía parecía surrealista que Belina se hubiera atrevido a hacer algo como aquello.Así que llegaron a la oficina y Aurelio le hizo un guiño a Leo, dejándolos solos mientras él sacaba aquella botella de Cabernet y dejaba que ella se desahogara trabajando. Sin embargo, por más agobia
Leo todavía estaba medio aturdido por el sueño, y definitivamente aquel no era el despertar que estaba esperando ese día. Miles de preguntas pasaron por su cabeza mientras veía la expresión determinada del muchacho. ¿Por qué le estaba pidiendo el dinero él y no Angélica? ¿Ella tenía vergüenza de pedírselo? ¿Tan poca confianza tenía con él que había preferido mandar a su hijo a pedirlo? Se rascó la nuca mientras se apartaba de la puerta para dejarlo entrar. Los ojos del chico reflejaban una mezcla de calma y determinación, que no terminaba de convencerlo. Leo se encontró en medio de un dilema: quería tener la mejor relación posible con Gianni porque Angélica era importante para él, pero tampoco estaba seguro de lo que podía o no consentirle al chico. —OK, vamos a hablar de eso. ¿Cuánto dinero necesita tu mamá? —le preguntó. —Veinticinco mil euros —respondió Gianni sin titubear y Leo respiró profundo. No era que no tuviera el dinero, pero ese era el costo de cinco colegiaturas y An
No era una completa locura, solo la mitad de ella. El resto vendría en el momento en que abrieran el hotel, pero mientras tanto Angélica estaba contra reloj para que pudieran lanzar la nueva versión del Ragazza, y aunque todos ponían de su parte, aquella pierna rota de Leo les estaba jugando en contra.Todas las tareas que él podía hacer, de repente tenían que asumirlas el resto y por supuesto que la mayoría las hacía ella. Y como si el estrés del trabajo no fuera suficiente, Angélica tenía que llegar a casa para encontrarse con la cara larga de su hijo, que todavía seguía molesto con ella por no haberle querido comprar el piano. Esperaba que en algún punto se le pasara, pero la verdad era que cada semana que pasaba estaba peor.Con el único que hablaba un poco era con Leo, porque todavía iba a veces alguna tarde—noche a jugar videojuegos con él, sin embargo este tampoco se había dejado conquistar por las súplicas del muchacho y mucho menos por sus exigencias. Así que después del tr
Gianni no podía simplemente creer lo que estaba viendo. Había decidido ir al hotel porque ya era tarde y el teléfono de su madre lo mandaba directo al buzón; pero al abrir la puerta del despacho principal donde sabía que estaría, lo que vio lo dejó sin aliento.Su madre estaba allí, abrazada a aquel hombre que se había cansado de repetir que solo era su amigo y su socio. Pero Gianni no veía nada de amistad en ese abrazo y la rabia explotó en él con toda la fuerza y la incomprensión de un adolescente ofendido.—¡Creí que eras mi amigo! —le gritó a Leo—. ¿¡Cómo se te ocurre meterte con mi madre!?—Gianni, nadie se está metiendo con nadie aquí, esto… —le dijo Leo.—¿"No es lo que parece"? —gruñó el muchacho—. ¡Soy niño, pero no tan niño! ¿Cómo puedes hacer esto, mamá?Gianni apretó los puños, sintiendo que la sangre le hervía en las venas.—Pues si no eres tan niño ya deberías darte cuenta de que para empezar soy una mujer adulta y para acabar soy tu madre —replicó Angélica—. No estoy ha
El corazón de Leo latía con fuerza mientras escuchaba el llanto de Angélica por teléfono. Sabía que habían tenido unas semanas difíciles y aquella era la gota que derramaba el vaso de su tolerancia.—No quiero que te muevas de ahí ¿entiendes? ¡Por ningún motivo te vayas a mover de ahí, ángel! ¡Necesito que me des una hora, ¿está bien? Solo dame una hora y estaré ahí… ¡Dímelo ángel!—Está… está bien —sollozó ella desconsolada.Leo ni siquiera supo cómo se atrevió a conducir solo hasta el hospital, pero quince minutos después le estaba gritando a un médico para que le quitara aquel yeso de la pierna.—Pero… señor Grecco, ¡todavía le falta una semana para que le toque quitárselo!—¡Que me lo saque ahora, le digo! —replicó Leo apurado—. ¡O me lo quita usted o me lo quito yo!Al doctor no le quedó más remedio que aceptar quitarle el yeso y una vez libre de él, Leo no perdió tiempo y se dirigió directamente hacia el departamento de Angélica. Conducía con determinación, pensando en las palab
El silencio que siguió a la declaración de Gianni fue aplastante. Angélica se quedó paralizada por sus palabras, sintiendo que su mundo se desmoronaba a su alrededor. Su hijo, el niño al que había criado con tanto amor y dedicación, le estaba dando la espalda en ese momento, eligiendo a su padre biológico sobre ella. Se sentía herida, traicionada y, sobre todo, culpable por todo lo que se había callado a lo largo de que había tejido a lo largo de los años.— Gianni, por favor, escúchame —suplicó Angélica con lágrimas en los ojos—. Entiendo que estés enojado, pero hay razones por las que tomé las decisiones que tomé.Gianni la miró con una mezcla de furia y dolor en los ojos.— ¡Todas esas razones no justifican tus mentiras, mamá! ¡Eres una mentirosa, dijiste que no habías querido casarte con mi padre, pero no me dijiste que él se había preocupado por nosotros y que hasta nos había mandado dinero…!Los ojos de Angélica abandonaron el rostro de su hijo y fueron a clavarse en la mirada
Había un abismo entre la lentitud de su respiración y el ritmo frenético al que su corazón martilleaba. Leo podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo solo con dar un paso hacia ella. Una de sus manos fue a acariciar su mejilla, rozando su labio inferior con el pulgar mientras la sentía contener el aliento.Era demasiado hermosa, estaba húmeda y algunas gotas de desprendían de su cabello para caer por su pecho.—Dime que estás segura, ángel... —murmuró y toda la respuesta que obtuvo fue aquella mujer poniéndose de puntillas para alcanzar su boca.Las cosas entre ellos, desde el primer instante, siempre se habían ido a los extremos, así que en aquel momento no pudo ser diferente. Chocaron, colisionaron en un beso profundo y hambriento porque ya ninguno de los dos quería controlarse o detenerse.Bastó solo eso para que la chispa se convirtiera en un incendio arrasador. Leo apretó a Angélica contra su cuerpo y ella se aferró a sus caderas, metiendo las manos bajo su playera. Podía sen
Angélica era una corredora, Leo lo supo en el mismo momento en que la vio sentarse en la cama en plena madrugada, con los ojos cerrados y muerta de sueño, como si marcharse fuera un impulso inconsciente.—¿A dónde vas, ángel? —le preguntó con suavidad y ella se restregó los ojos como si fuera una niña.—Emmm… No lo sé...—¿Quieres irte?Angélica lo miró a la luz de la tenue lámpara de la habitación y se dio cuenta de que no quería irse, así que negó despacio y lo vio sonreír.—Entonces ven, vuelve a dormirte —susurró Leo, acomodándola a su costado y abrazándola con una mezcla de posesividad y alivio; él tampoco quería que se fuera.No le había mentido, no le bastaba una noche de follársela y seguir adelante, sentía cosas por ella que iban mucho más allá del sexo, y aunque todavía no sabía exactamente qué eran, sí estaba completamente seguro de que haría lo que fuera para descubrirlo.Volvió a dormirse con una sonrisa de felicidad que hacía mucho tiempo no sentía y despertó con otra aú