Gianni no podía simplemente creer lo que estaba viendo. Había decidido ir al hotel porque ya era tarde y el teléfono de su madre lo mandaba directo al buzón; pero al abrir la puerta del despacho principal donde sabía que estaría, lo que vio lo dejó sin aliento.Su madre estaba allí, abrazada a aquel hombre que se había cansado de repetir que solo era su amigo y su socio. Pero Gianni no veía nada de amistad en ese abrazo y la rabia explotó en él con toda la fuerza y la incomprensión de un adolescente ofendido.—¡Creí que eras mi amigo! —le gritó a Leo—. ¿¡Cómo se te ocurre meterte con mi madre!?—Gianni, nadie se está metiendo con nadie aquí, esto… —le dijo Leo.—¿"No es lo que parece"? —gruñó el muchacho—. ¡Soy niño, pero no tan niño! ¿Cómo puedes hacer esto, mamá?Gianni apretó los puños, sintiendo que la sangre le hervía en las venas.—Pues si no eres tan niño ya deberías darte cuenta de que para empezar soy una mujer adulta y para acabar soy tu madre —replicó Angélica—. No estoy ha
El corazón de Leo latía con fuerza mientras escuchaba el llanto de Angélica por teléfono. Sabía que habían tenido unas semanas difíciles y aquella era la gota que derramaba el vaso de su tolerancia.—No quiero que te muevas de ahí ¿entiendes? ¡Por ningún motivo te vayas a mover de ahí, ángel! ¡Necesito que me des una hora, ¿está bien? Solo dame una hora y estaré ahí… ¡Dímelo ángel!—Está… está bien —sollozó ella desconsolada.Leo ni siquiera supo cómo se atrevió a conducir solo hasta el hospital, pero quince minutos después le estaba gritando a un médico para que le quitara aquel yeso de la pierna.—Pero… señor Grecco, ¡todavía le falta una semana para que le toque quitárselo!—¡Que me lo saque ahora, le digo! —replicó Leo apurado—. ¡O me lo quita usted o me lo quito yo!Al doctor no le quedó más remedio que aceptar quitarle el yeso y una vez libre de él, Leo no perdió tiempo y se dirigió directamente hacia el departamento de Angélica. Conducía con determinación, pensando en las palab
El silencio que siguió a la declaración de Gianni fue aplastante. Angélica se quedó paralizada por sus palabras, sintiendo que su mundo se desmoronaba a su alrededor. Su hijo, el niño al que había criado con tanto amor y dedicación, le estaba dando la espalda en ese momento, eligiendo a su padre biológico sobre ella. Se sentía herida, traicionada y, sobre todo, culpable por todo lo que se había callado a lo largo de que había tejido a lo largo de los años.— Gianni, por favor, escúchame —suplicó Angélica con lágrimas en los ojos—. Entiendo que estés enojado, pero hay razones por las que tomé las decisiones que tomé.Gianni la miró con una mezcla de furia y dolor en los ojos.— ¡Todas esas razones no justifican tus mentiras, mamá! ¡Eres una mentirosa, dijiste que no habías querido casarte con mi padre, pero no me dijiste que él se había preocupado por nosotros y que hasta nos había mandado dinero…!Los ojos de Angélica abandonaron el rostro de su hijo y fueron a clavarse en la mirada
Había un abismo entre la lentitud de su respiración y el ritmo frenético al que su corazón martilleaba. Leo podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo solo con dar un paso hacia ella. Una de sus manos fue a acariciar su mejilla, rozando su labio inferior con el pulgar mientras la sentía contener el aliento.Era demasiado hermosa, estaba húmeda y algunas gotas de desprendían de su cabello para caer por su pecho.—Dime que estás segura, ángel... —murmuró y toda la respuesta que obtuvo fue aquella mujer poniéndose de puntillas para alcanzar su boca.Las cosas entre ellos, desde el primer instante, siempre se habían ido a los extremos, así que en aquel momento no pudo ser diferente. Chocaron, colisionaron en un beso profundo y hambriento porque ya ninguno de los dos quería controlarse o detenerse.Bastó solo eso para que la chispa se convirtiera en un incendio arrasador. Leo apretó a Angélica contra su cuerpo y ella se aferró a sus caderas, metiendo las manos bajo su playera. Podía sen
Angélica era una corredora, Leo lo supo en el mismo momento en que la vio sentarse en la cama en plena madrugada, con los ojos cerrados y muerta de sueño, como si marcharse fuera un impulso inconsciente.—¿A dónde vas, ángel? —le preguntó con suavidad y ella se restregó los ojos como si fuera una niña.—Emmm… No lo sé...—¿Quieres irte?Angélica lo miró a la luz de la tenue lámpara de la habitación y se dio cuenta de que no quería irse, así que negó despacio y lo vio sonreír.—Entonces ven, vuelve a dormirte —susurró Leo, acomodándola a su costado y abrazándola con una mezcla de posesividad y alivio; él tampoco quería que se fuera.No le había mentido, no le bastaba una noche de follársela y seguir adelante, sentía cosas por ella que iban mucho más allá del sexo, y aunque todavía no sabía exactamente qué eran, sí estaba completamente seguro de que haría lo que fuera para descubrirlo.Volvió a dormirse con una sonrisa de felicidad que hacía mucho tiempo no sentía y despertó con otra aú
Cuando Leo se subió al auto, Angélica solo estaba sentada allí, con las lágrimas cayendo silenciosamente por sus mejillas. Sabía que tenía el corazón roto, y que nada de lo que dijera podría consolarla, así que solo tomó su mano y se la llevó a los labios para dejarle un beso suave, antes de encender el coche y salir de allí. La llevó de vuelta al hotel, la ahogó en vino y la puso a dormir tan pronto como pudo, y luego marcó aquel número.Gianni no demoró en contestarle, y Leo dejó su auto en el hotel para tomar un taxi hasta el sitio donde se vería con el muchacho.—¿Viniste de mensajero? —preguntó Gianni con molestia y Leo no se molestó en ser delicado.Lo levantó por el cuello del suéter y el chico abrió mucho los ojos, asustado.—La única razón por la que no te rompo la cara es porque respeto a tu madre —gruñó con molestia—. Cuando intenté tener una buena relación contigo también era porque respetaba a tu madre, y porque estaba seguro de que había criado a un buen hijo, pero ahora
Angélica despegó los labios varias veces, pero no se sentía capaz de decir nada. Se encontraba en medio de un torbellino emocional y las palabras de Leo la habían dejado sin aliento. La habitación estaba cargada de tensión mientras ambos esperaban ansiosamente su respuesta. —Leo, yo... no quiero ser un obstáculo en tu vida —dijo ella con sinceridad, aunque su voz temblaba ligeramente. —¿Por qué no dejas que sea yo el que juzgue eso? —replicó él—. ¿Te parezco un hombre que no es capaz de decidir su futuro con claridad? ¡O sea, sé que soy medio berrinchudo, pero te parezco idiota? ¿Crees que soy el tipo de hombre tóxico que elegiría a una mujer que arruinara mi futuro? —Bueno… —¡Belina no cuenta! —se apresuró él levantando un dedo y los dos rieron—. Ángel, sé que este no es el mejor momento de tu vida, pero quiero que las cosas queden claras. Estoy enamorado de ti. Me conquistaste desde el mismo momento en que me dijiste “Perro malo”. —¡CEO malo! —¡Y encima te encanta corregirme! ¿
Gianni miró a su padre con una mezcla de incomodidad y sorpresa. ¿Pedirle dinero a su abuelo? ¿Pedirle que le diera ese fideicomiso?—¿Y por qué debería pedírselo? —insistió con terquedad—. Digo… ¿no se supone que eso me lo den cuando se cumpla el tiempo o algo así?—¡Pues sí, pero para ese momento ya tendrás dieciocho años y…! —Alessio parecía exasperado por tener que estar dándole explicaciones a su hijo.—¿Y eso qué tiene de malo? Estoy por cumplirlos…—¡Pues sí, pero… pero eso no importa, porque no te puedes esperar a los dieciocho años para pagar la escuela! ¡Tienes que ir ya, ¿no es así?!La puerta del despacho estaba abierta y Gianni no vio cómo su madrastra Dalila se asomaba en cuanto la discusión comenzó a acalorarse.—¡Pues sí, tengo que ir, pero no quiero estar pidiéndole dinero al abuelo, va a pensar que soy un interesado! —replicó Gianni—. ¿No puedes cubrirlo tú hasta que ese fideicomiso llegue?—¿¡Estás loco!? ¿Tienes idea de cuánto cuesta esa escuela? ¡Es una fortuna! —