CAPÍTULO 32. Una figura paterna

De ninguna forma era fácil explicar aquello. Angélica sentía que solo con mencionar el tema, el miedo volvía a ella.

—Leo, este no... Este no es el mejor momento para hablar de estas cosas. Quizás en otro...

—Sí entiendes que no voy a desistir, ¿verdad? —le advirtió él—. Viste a una persona anoche en el estacionamiento que terminó con nosotros en un hospital, y cabe decir que en el mejor de los casos, porque si yo no hubiera estado allí, Dios sabe qué te habría pasado.

—¡Es que para empezar no tenías por qué haber estado allí! —lo regañó Angélica—. ¡Y menos llevando a Gianni, Leo! ¿Qué tenías en la cabeza para hacer algo como eso?

Y por una vez, solo por aquella vez, Leo fue mucho más maduro que ella como para entender que era algo de lo que le costaba hablar.

—No me importa cuánto me regañes. Yo sé que lo que hice estuvo mal. Pero también sé que hay alguien allá afuera que te asusta lo suficiente como para haberte puesto en el camino de un camión sin que te dieras cuenta —replicó con
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